El 9 de agosto de 1884, al ser las 6 de la tarde, en las casas de San José y de sus alrededores no quedaban más que los enfermos graves y aquellos que por una u otra razón no podían movilizarse. En los balcones del Palacio Presidencial, ubicado a media cuadra sobre la actual avenida 1 entre calles 2 y 4 (donde hoy está el Banco Nacional), podía verse al presidente de la República, general Próspero Fernández, acompañado de los miembros de su gabinete, de su familia y sus amigos.
Mientras tanto, en el cuadrante, gente de todas las clases sociales y venida también de las otras ciudades del Valle Central se aglomeraba ansiosa en las calles donde el posteo, los cables y las lámparas nuevas evidenciaban la ruta del alumbrado público eléctrico que esa noche se inauguraría.
Dos impulsores y una empresa. Uno de los responsables de tan progresista acontecimiento era el costarricense Manuel Víctor Dengo Bertora (1840-1925), licenciado geómetra y maestro constructor graduado en la Universidad de San Tomás, en San José.
Luego, de acuerdo con el gobierno de la República, la institución le otorgó el título de ingeniero mecánico “por su intachable conducta, su acendrado patriotismo y vastos conocimientos mecánicos de los que ha dado reiteradas pruebas en dilatados e importantes servicios a la Nación”, como reza el diploma extendido entonces.
Por esos méritos también, en julio de 1882, el gobierno le concedió, de manera exclusiva y por quince años, el derecho de desarrollar en el país la luz eléctrica “del modo que convenga adoptarse para el alumbrado público y privado”, como lo reseña Joaquín Alberto Fernández ( 100 años de actividad eléctrica en Costa Rica ).
No obstante, sin recursos suficientes para emprender la operación, Dengo Bertora se asoció en 1883 con Luis Batres García-Granados, quien, además de conocimientos técnicos, tenía el capital para realizar la construcción de la planta eléctrica y los contactos necesarios en el exterior.
Batres había nacido en la ciudad de Guatemala en 1845 y había llegado a Costa Rica tras la caída del gobierno de Miguel García-Granados (1871-1873), en el que había participado. Una vez aquí, en el año señalado dio el primer paso hacia la electrificación nacional junto a Dengo Bertora. Entonces, con una subvención estatal de 200 pesos mensuales por cinco años, aquellos visionarios fundaron la Compañía Eléctrica de Costa Rica para instalar el novedoso alumbrado público en la capital, y se comprometieron a traer lo necesario para su cometido en un plazo de seis meses.
Casi de inmediato, la empresa firmó un contrato con la Municipalidad de San José con dicha finalidad, según “el mejor sistema moderno” y dotándola de un conjunto de 25 lámparas de dos mil candelas de fuerza cada una, y los postes que fueran necesarios para su función.
La villa iluminada. El alumbrado público en San José databa de 1841, cuando se instalaron, en lo que era apenas una villa, unos cuantos faroles con candiles de higuerilla o velas de sebo que debían ser conservados por los vecinos beneficiados, para los que implicaba un gasto extra.
Por esa razón, el servicio apenas se mantenía cuando una década más tarde, al rectificarse y ensancharse las calles josefinas para definir el cuadrante urbano, se reinstaló dicho alumbrado. Se importaron de Inglaterra cien faroles con sus respectivos postes de hierro, que se colocaron a una distancia de 50 varas uno de otro, iluminando –aunque no muy eficientemente– el centro de la población.
Según el cronista Alberto Quijano, “Los faroles se atendían por medio de queroseno (o canfín, como aquí lo llamamos), y los encargados del servicio recorrían la población llevando un palo en cuyo extremo había una mecha que encendían frente al farol para comuni-carle la llama” (Costa Rica ayer y hoy).
Ese era el alumbrado público en uso cuando Dengo y Batres se dieron a la tarea de sustituirlo por uno alimentado por corriente eléctrica. Para generarla, los empresarios adquirieron un predio en Puerto Escondido (hoy barrio Otoya), en la esquina de las actuales avenida 7 y calle 15 (la diagonal a la esquina noreste de la antigua Fábrica Nacional de Licores), donde construyeron una pequeña planta hidroeléctrica.
Allí, aprovechando una caída de agua de varios metros de altura, formada por el sobrante de los tanques de la cañería de San José, instalaron una turbina hidráulica Pelton de 75 caballos de fuerza con un generador de 50 kilovatios. Esta turbina era una rueda cuya periferia estaba dotada de cucharas que convertían en energía el agua.
Primacía y duda. La línea de distribución que se tendió entonces, salía de la planta dicha hasta la calle de la Estación (avenida 3), para bajar hacia el oeste hasta La Laguna, donde está hoy el parque Morazán.
A partir de allí, había faroles en cada esquina. Se continuaba por la avenida 3 hasta su intersección con la calle Central, en la esquina de la iglesia del Carmen. De allí, tomando al sur, los faroles llegaban a la plaza Principal (actual parque Central), cuyas cuatro esquinas tenían una lámpara cada una.
También había un ramal que de la esquina de la calle Central y la avenida 1 corría hacia el oeste pasando por el Palacio Presidencial hasta la calle 4. En tanto, por la calle 2, la ruta de faroles tomaba hacia el sur para iluminar el Cuartel de Artillería y el frente del Palacio Nacional, sobre la avenida Central.
Los postes en los que descansaba aquel sistema de alumbrado entonces tan avanzado, eran de madera y pintados de rojo, de seis metros de altura y con unos ganchos fijos a modo de escalera para subir a darles mantenimiento.
A su vez, las luminarias eran del tipo de arco abierto. Según Quijano, “consistían en dos carbones que, al hacer contacto en sus extremos, daban luz y además, con mucha frecuencia, hacían un ruido insoportable para los vecinos de las cuadras en cuya esquina se hallaban. Diariamente había que cambiar los carbones, que estaban dentro de un globo de cristal opaco ['] e infaliblemente lleno de abejones, mariposas y demás animalitos atraídos tanto por la luz como por el ruido de los carbones mal puestos”.
Empero, apenas un año después, Dengo asumió la Superintendencia del Ferrocarril al Atlántico y vendió a Batres su quinta parte de la empresa. En 1900, esta fue adquirida por Minor C. Keith, mientras que, en ese mismo año, la primera planta fue destruida durante un suceso revolucionario.
Para resaltar mejor el logro de ambos pioneros, cabe recordar que sucedió apenas dos años después de que Thomas Alva Edison (1847-1931) inaugurase la primera planta hidroeléctrica del mundo, en Nueva York (Estados Unidos). Así, San José fue la tercera ciudad del mundo en ser iluminada con energía eléctrica, antecedida solo por Nueva York y París.
No obstante, ya desde antes de aquella memorable noche de agosto de 1884, para el pueblo llano algo de brujería o de engaño debía andar de por medio: no era posible que un farol se encendiera por sí solo, sin mecha, sin canfín ni nada que lo animase.
Por eso, anota Quijano otra vez: “Las calles por donde iban colocando los postes y se tendían los alambres, eran sitio de obligada romería para todos y algunos llegaban manifestando sus dudas porque, a lo mejor, los tales alambres eran huecos, como finísimos tubos, por los cuales circulaba el canfín de los faroles. Había que esperar”.
EL AUTOR ES ARQUITECTO, ENSAYISTA E INVESTIGADOR DE TEMAS CULTURALES.