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Desilusión entre damnificados

Promesas de ayuda aún no llegan

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Llano de Piedra (San Marcos de Tarrazú). Dos escenas perduran para siempre en la mente de Efraín Salazar: aquel cerro que cayó sobre su casa al mediodía del domingo 28 de julio y las lágrimas y las promesas que le hiciera el presidente, José María Figueres cuando visitó la zona, dos días después de la tragedia.

Entre los vestigios de lo que fueron siete casas, Abel Camacho refunfuña contra quienes prometieron ayuda y no la cumplieron. El es el único que retornó a vivir al sitio de la tragedia.

Hoy, al repasar sus recuerdos, don Efraín, de 82 años, cabeza de una de las siete familias que vieran sepultado el fruto de años de trabajo entre casi 10.000 metros cúbicos de tierra, medita y controla su ofuscamiento, su desilusión, pero, tras respirar hondo, libera sus sentimientos: "¿Para qué ofrecen?", se pregunta.

El escenario de aquella inolvidable tragedia que durante los azotes de las secuelas del huracán César mató a 11 personas, se mantiene igual al propio día de los hechos. Solo Abel Camacho retornó a resucitar lo que quedó de su casa y, cual centinela del infortunio, es hoy el único que decidió arriesgarse, impulsado -según dice- por la necesidad.

Para todos ellos, el tiempo de Navidad acrecienta aún más el sufrimiento pues los múltiples compromisos que han tenido que asumir, como pagar alquiler y adquirir préstamos para sobrevivir, les impiden disfrutar a plenitud de estas fechas.

Sigue la espera

La tranquilidad aparente que embarga Llano de Piedra, en San Marcos, un pintoresco poblado asentado junto a la carretera que comunica a Santa María de Dota con la cabecera de Tarrazú, al borde de una empinada ladera cuyo fin lo demarca el cauce del río Parrita, contrasta con la zozobra que invade a una buena parte de sus habitantes.

Abel Camacho sostiene que la desgracia fue doble. Primero cayó el derrumbe y ahora, cuatro meses y medio después, las huellas de aquel mediodía siguen vivas, como llagas sangrantes.

"Fueron solo palabras. Aquí vino el hombre (Figures) y nos ofreció toda la ayuda. Se fue lleno de barro, pero al final, pura hablada", dijo Camacho. El, así como tres afectados más, quienes pidieron que no se publicaran sus nombres, coinciden en que pasada la emergencia y el rescate de los cuerpos, todo quedó prácticamente en el olvido.

"Aquí estamos pagando alquiler; nos han hecho hacer un montón de trámites y algunos hasta compramos un lotecito. Pero nada; todo cuesta arriba", señaló una señora que vive ahora a dos kilómetros de donde estuvo alguna vez su casa.

Al conversar, la mayoría de los afectados recuerda con nostalgia y dolor que, a pesar de que la naturaleza fue dura con ellos, lo fue mucho más con Rigoberto Calderón, a quien el deslizamiento de tierra le sepultó a su esposa y a cuatro hijos. "Rigo está ya más tranquilo. El tiene un cafetalito allá por el camino del Vapor y vive en la casa de una cuñada en Santa María (de Dota). Pero a él es mejor no recordarle nada de esto porque estuvo muy mal", dijo, pensativo, Efraín Salazar, para quien lo más difícil de solventar ha sido la construcción de su casa.

Vivienda, lo peor

"Yo tenía todo lo que me había costado tanto con el trabajo de muchos años y, en cuestión de un minuto, quedó debajo de aquel montón de tierra. Ahora, viera lo que me ha costado volver a hacer mi casita", exclamó Salazar.

Según los testimonios, luego de la tragedia los carros y los funcionarios del Ministerio de Vivienda pululaban por las calles del sector pero, a la hora de la verdad, aquella facilidad pasmosa para canalizar la asistencia que anunció el gobernante se convirtió en una especie de vía crucis, a tal punto de que nadie ha logrado construir.

"Si yo hubiera sabido esto, me vuelvo a meter ahí donde tenía la casita; de por sí, yo le aseguro que ese cerro no se vuelve a venir; ya se vino casi todo", relató una de las entrevistadas.

Por ahora, en tiempo de Navidad, Efraín Salazar, su esposa y sus hijos, quieren cambiar de lugar para hacer los trámites para la casa: "Mire, yo ya voy a pasar todos los papeles para Santa María porque ahí en San Marcos me han estado vacilando. A ver si acaso, porque aquí somos cuatro viejos y ya yo no puedo ni jornalear."

A pesar de la desilusión, algunos como don Efraín aún abrigan una esperanza...

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