El Partido Liberación Nacional (PLN) no encuentra la conexión, otrora firme, con la realidad propia, la del país y las exigencias de nuestros tiempos. Ese vínculo le permitió, durante décadas, acertar en el análisis de los problemas nacionales y proponer soluciones, imperfectas sí, pero a la hora de la evaluación global, favorables para el desarrollo político y económico de Costa Rica. Para demostrar lo dicho, basta con fijar la vista en la fracasada asamblea general celebrada —o sufrida— el sábado 12 de octubre.
Los resultados electorales, el paupérrimo desempeño en los comicios cantonales, las encuestas y la debilitada estructura territorial, de la cual se nutren otros partidos aprovechando la incapacidad del liberacionismo para retener a sus militantes, son motivos para adoptar políticas de apertura e inclusión, pero el tema dominante de la asamblea fue la propuesta de abandonar las convenciones abiertas y escoger al candidato en votación cerrada, exclusiva de los liberacionistas, como si todavía poseyeran aquel piso mínimo del 35 % del electorado.
En el pasado, los liberacionistas encaraban las elecciones como el reto de sumar a su base un 6 % adicional para asegurar que no habría segunda ronda y unos puntos más para ganar la presidencia si la oposición estaba dividida. Con frecuencia, la división la creaban ellos mismos mediante partidos “tureca”, tan usuales en esa época.
Pero hoy la segunda ronda se convirtió en rutina, ningún partido entra a la justa con la ventaja de las agrupaciones dominantes en la época del bipartidismo y los últimos tres candidatos del PLN quedaron cortos, en algún caso por mucho, del 30 % de los votos emitidos en la primera ronda. En una oportunidad, el candidato renunció a dar la pelea en el balotaje y en otra no logró pasar a la votación definitiva.
Como si nada de eso sucediera, el PLN contempla la posibilidad de celebrar una convención exclusiva y excluyente. La asamblea donde la dirigencia proponía votar la propuesta debió constituirse, por sí sola, en campanazo de alerta. No obstante la importancia de los temas agendados, la asistencia fue pobre, sin necesidad de exclusiones adicionales.
Pero el llamado a ensimismarse no es el único signo de desconexión con las exigencias de nuestros tiempos. El grupo opuesto a la elección cerrada del próximo candidato propuso tomar la decisión mediante votación secreta, aunque si algún partido necesita un baño de transparencia, ese es el PLN. No importa si los cargos de opacidad son justos. Si los liberacionistas se empeñan en desconocer la opinión de su partido, arraigada en la mayor parte del electorado, no tendrán la menor posibilidad de cambiarla y, si no la cambian, están condenados a perder relevancia en la política nacional y local.
Los proponentes de la votación secreta eran, también, los opositores a la convención cerrada, y viceversa. Uno y otro bando confiaban en lograr la victoria de su tesis según la transparencia u opacidad del método aplicado. Eso solo puede indicar la existencia de presiones capaces de alterar el voto de un asambleísta, según sea público o secreto. La implícita confesión de esas influencias, aptas para “pasar la factura”, tampoco habla bien de la adaptación del PLN a las exigencias de nuestros tiempos.
A pesar de eso, la tesis de la votación secreta se impuso por un solo voto, que presagiaba el triunfo de los proponentes de la convención abierta, quizá por un margen mayor gracias a la desaparición del temor a las consecuencias de votar por la tesis contraria. Esa sospecha la confirma el paulatino abandono de la asamblea por los defensores de la convención cerrada al punto de convencer a Ricardo Sancho, presidente del PLN, de levantar la sesión antes de quedarse sin cuórum. Esa habría sido una vergüenza mayor.