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usto cuando los felices padres se disponen a llevar a su bebé a la primera sesión de fotografías, descubren que sus cachetes, barbilla y frente están brotados con una especie de acné. "¿De qué se trata?", se preguntan angustiados.
Más desalentador resulta el hecho de que estos pequeños bultos enrojecidos coincidan con el "pico" de los cólicos y, por ende, con las malas noches.
A esta condición se le llama acné infantil y es una clara evidencia de la conexión que hay entre el cuerpo de la madre y el de su bebé. Durante las últimas semanas del embarazo, las hormonas maternas atraviesan la placenta y llegan hasta el niño/a. Además de participar en procesos muy importantes, como la maduración pulmonar, tales hormonas estimulan las glándulas sebáceas de la piel de los bebés.
Según el libro Qué esperar durante el primer año, de Arlene Eisenberg, Heidi Murkoff y Sandee Hathaway, el brote puede presentarse desde el nacimiento, pero es más común que empiece a las tres o cuatro semanas de edad.
Los puntos rojos (a veces, también blancos) suelen hacerse más notorios cuando el recién nacido está llorando, pues esto aumenta el flujo de sangre a la cara.
La buena noticia es que suele desaparecer sin intervención alguna, al cabo de unos meses. Limpiar su carita con agua tibia y un jabón neutro -deseablemente indicado para recién nacidos- puede ayudar; en cambio, las cremas o aceites podrían agravarlo.
En realidad, no hay por qué preocuparse. Solo ármese de paciencia y, eso sí, ¡tómele muchas fotos a su hijo o hija antes de que llegue el acné! Pronto ese sarpullido será historia... hasta que entre en la adolescencia.