A LA PERFECCIÓN: así ha definido la crítica internacional la calidad y el funcionamiento de una película convertida en golosina para los que gustan del buen cine: Chocolate, dirigida por el sueco Lasse Halström, quien repite éxitos después de triunfar con su cinta Las reglas de la vida (1999).
Chocolate es un filme cargado de sugerencias, desde su apetitoso título hasta la moraleja que ofrece, porque la película corre como una fábula sobre la bondad humana, como una endulzadora receta sobre el amor y la tolerancia.
Todo comienza en Lansquenet, un pueblito francés que vive entre los quehaceres de sus habitantes, el sermón del sacerdote y la voluntad de un noble con título de conde. Es el invierno del año 1959.
La rutina es vida en ese pueblo: el conde de Reynaud (Alfred Molina) es el hombre más rico y, además, tiene un control casi exacto sobre el joven cura, el padre Henri (Hugh O'Connor). Incluso, el conde es quien le reescribe los sermones al sacerdote para convertirlos en reprimendas de agotadora moralina. Las primeras imágenes de la película nos describen ese poblado, lleno de devociones y de apariencias. El filme surge con aires de cuento de hadas, en la tradición del "había una vez".
Parece que la vida no ha cambiado mucho en Lansquenet desde hace mucho tiempo. Sin embargo, un día el viento del Norte arriba a la tranquilidad de la población, y con él llegan dos viajeras: Vianne Rocher (Juliette Binoche) y su hija Anouk (Victoire Thivisol).
Vianne es madre soltera, tan desprejuiciada como audaz y cariñosa. Ella viene, como su hija, vestida con capas rojas: caperucitas jocosas; y viene dispuesta a abrir una venta de chocolates que se hacen con el sabor de ciertas tradiciones exóticas (mayas).
El escándalo sucede en el pueblo. ¡Claro!, es Cuaresma, tiempo de ayunos y no para andar endulzándose con chocolates que liberan pasiones y espantan timideces en quienes los comen; así es: los apetitos ocultos de los habitantes del pueblito dejan de ser deseos privados, por lo que los chocolates resultan una sabrosa tentación.
Por eso, el curita con el conde juntan sus voces y una campaña de intolerancias se desata contra Vianne y su venta de chocolates, lo que se agudiza con la llegada de Roux (Johnny Depp). Roux abre campo al amor en la bondadosa Vianne, pero exaspera al conde de Reynaud.
En medio, una galería curiosa y seductora de personajes entrañables va engarzando el relato (con actuaciones generosas de Lena Olin, Judi Dench, Carrie-Anne Moss y Leslie Caron, entre otros).
Con un relato muy bien hilvanado, impecable, sobrio, noble, dulce y simpático (mientras dice cosas importantes), Chocolate se convierte en una delicia, como el sabor rico y liberador que sale de las manos de Vianne, y como el fino humor que se suelta de algunas de sus escenas chocolateras. ¡No se pierdan esta película, por ninguna razón!