Fue en 1953 cuando Nicanor Parra publicó su libro
Este sincretismo de Parra y los demás se ha convertido, en cierta medida, en un derrotero, una alarma, una actitud de un grupo de poetas –todos de mediana edad–, que ya han publicado varios libros y que lograron definir nuevos guetos literarios y gustos.
No se trata, sin embargo, solo de un diálogo ocasional con la antipoesía y el realismo sucio, sino de una reelaboración que tiene su propio modo de representarse. Podríamos llamarla “poesía concreta con enfoque antipoético” (o antilirismo costarricense) porque tampoco es un calco de la antipoesía y mantiene su independencia.
La razón puede radicar en que el trascendentalismo bien pudo haber llegado al abuso de su propio método y haber perdido contacto con un lector más contemporáneo, incapaz de comprender sus prédicas. Para el trascendentalismo, el discurso fue el fin de la expresión poética. Véase el siguiente fragmento de “Claridad agonizante”, del libro
“El otoño se muere / sin un solo esplendor. / En los árboles raudos de la tarde / permanece su aliento conmovido / como una claridad agonizante. / Es el veloz destino del misterio / apresado en las ramas de la muerte. / De pronto, el viento se distiende y calla / como en un estertor, / sube el frío nocturno hasta los sueños / crispados de las hojas, / caen remolinos de silencio hiriente, / volátiles espejos de la lluvia”.
Observamos allí una extremada elaboración, incluso reiterativa, de elementos que refieren la muerte. Podemos hablar de una exposición narcisista, independiente del lector, innecesario para poetas como Albán. Su caso es contrario al de otros del mismo grupo que han ido apostando por un grado de comunicación más directo con el lector, como Carlos Francisco Monge y el último Ronald Bonilla.
En nuestra opinión, ese tipo de poesía anclada en la textura del mensaje, y no en su savia, preparó el andamiaje de la poesía concreta con enfoque antipoético; es decir, para la versión costarricense de la antipoesía, que preferimos llamar “antilirismo”.
Podemos considerarlo el medio de los autores de cuarenta años –y algo más– que empiezan a escribir en el decenio de 1990 y, más particularmente, a principios de la década del 2000, con el propósito de expresar un lenguaje que les aporte un significado específico como generación, y que obviamente tiene sus raíces legítimas y sus excesos visibles, como toda generación.
A pesar de que la actitud de esa tendencia se ha visto como oposición al trascendentalismo, se aprecia claramente que desborda ese ámbito en sus exponentes más significativos. El antilirismo costarricense es una tendencia que se contrapone a lo siguiente:
1. A la expresión de los poetas del trascendentalismo, mediante el empleo de un lenguaje coloquial y casi libre de connotaciones metafóricas.
2. A los herederos del trascendentalismo, muchos de estos reunidos en talleres literarios.
3. A la herencia de la poesía de Jorge Debravo y de algunos representantes de su generación que no fueron trascendentalistas, sino expresionistas o surrealistas.
4. A los poetas suscritos en otras tendencias que no son las anteriores y que podrían haber sido puntos de partida muy sugestivos de ellos mismos, como, por ejemplo, Jorge Arturo, Jorge Treval (alguna de su poesía mezcla realismo sucio y aspiración revolucionaria) y Carlos Cortés, entre otros.
1. Desencanto por las acciones de la política.
2. Desacralización de los emblemas religiosos y sobre todo culturales.
3. La bohemia como valor.
4. Vigencia del malditismo, pero como pose vital, sin entrar en filosofías.
5. El método periodístico como forma de escribir.
6. Empleo de lenguaje coloquial y desenfadado.
Los poetas de esta generación no tratan de ridiculizar a sus predecesores: simplemente los omiten. En este sentido, no hay ninguna razón de revancha, como sí la hubo en Nicanor Parra. En Costa Rica no se ofrecen proclamas de tribuna ni desafíos contra un modo de escribir.
Veamos el caso de María Montero, quien no es considerada dentro de este grupo, pero que para nosotros sí presenta algunos rasgos claramente definidos. Montero se dirige a Virginia Grutter (1929-2000), no como poeta sino como triste emblema de la mujer maldita (
“Soy la gran Virginia Grutter, ¿la recuerdas?, / la que escupe tabaco en las esquinas / y está ronca de pegar gritos / y camina como una estela / pintarrajeada y tambaleante”.
El único caso de abierta irreverencia (muy del lado de la antipoesía de Parra) lo muestra Luis Chaves (
Con este breve poema, Chaves banaliza la importancia que se le ha dado a Jorge Debravo, cuyas supuestas calidad y trascendencia nadie ha puesto en duda.
En esa irreverencia –que pudiera ser considerada innecesaria, que no expone ni argumenta nada–, se funda ese malestar contra la poesía que podríamos llamar “oficial”. Aquella pregunta, que podría considerarse grosera, encuentra resonancia entre muchos lectores actuales –algo que sería impensable en otro contexto histórico–.
Lo mismo aparece en el siguiente poema del mismo libro que lleva un irónico título:
Lo grotesco se convierte en
A su vez, para ellos ya no existen motivaciones políticas determinadas. Se convive con la fealdad del mundo, con sus traumas y tristezas. La rebeldía verbal cesó: la cotidianidad inevitable es lo único que existe, y no hay heroicidades. El siguiente poema, de Paula Piedra, tomado del libro
No existen figuras retóricas: estamos ante un verdadero minimalismo verbal. No hay un esfuerzo por demostrar una elaboración más allá del mismo lenguaje que utilizamos en la calle. Estamos ante un discurso que podría ser considerado un relato de lo único que interesa: la sinceridad, uno de los valores de esta poesía.
El desenfado es la norma de este tipo de poetización, fiel a la crónica periodística como recuento de un suceso. A esa crónica le interesa la historia en sí, y no tanto la forma, que debe ser en apariencia trivial. La preocupación por la forma, entonces, pasa por un hecho periférico. Se busca muchas veces el des-enlace, el cómo termina la historia, qué tipo de acertijo se resuelve.
Los poetas del antilirismo costarricense pueden recurrir a algunos de los principios de la antipoesía, pero no abandonan la emotividad del “yo lírico”; incluso pueden llegar a posiciones de patetismo sentimental, sufrimiento en la derrota y demostración de una ternura explícita, aunque paradójica. La desacralización no alcanza al yo y sus nostalgias, cuitas y sinsabores:
Por otro lado, es interesante señalar que algunos de estos poetas experimentan los sones del decadentismo propio del realismo sucio, que no son tan fuertes en Parra. En Parra la rebeldía es pose literaria, discusión linguística; en el realismo sucio, es existencial. La prédica aquí es tocar el fondo. En algunos aspectos, algunos exponentes del antilirismo costarricense enarbolan la disipación como respuesta al orden del mundo.
El siguiente poema del desaparecido Felipe Granados roza los favores populares del bolero en un contexto de personal vivencia apocalíptica.
One bourbon, one scotch, one beer. ”Te lloré borracho / como se debe llorar / para que sea genuino.
”Te lloré borracho. / Recorrí la ciudad / con ganas enormes / de no llevar mi nombre / solo para que no me tocara / esta tristeza.
”Te lloré / caído en los caños / como un li-po cualquiera / supe entonces / que a veces la luna / se ve mejor desde la alcantarilla.
”Te lloré / en un auto de la policía: / es la primera vez / que encierran a un fulano / por el delito menor / de la nostalgia.
”Te lloré borracho / y en mi delirium tremens / yo creía / que todos los borrachos / te lloraban”.
Ciertamente, cualquier proyecto político o aspiración utópica –aspecto medular de generaciones pasadas, ya por militancia o nostalgia–, termina con la tajante des-cripción anterior.
Estamos ante poetas que solo creen en los hechos, no en ensoñaciones. Incluso, lo que parece ser repulsivo merece ser noticia; merece que la poesía lo alumbre a pesar de su impotencia.
Esa tendencia poética nacional no ha definido su quehacer como generación ni ha llegado a aceptar realmente un canon específico, a pesar de que más exponentes se adhieren a sus filas año tras año: toda una eclosión creativa.
Podemos observar que, como ayer se enseñaba trascendentalismo, hoy se enseña antilirismo. El último poeta que añade su obra a este grupo, ya casi alejándose, es Gustavo Chaves, escritor de un coloquialismo muy refinado, ya en busca de su propio norte. Su obra,
Concluimos que la influencia de Nicanor Parra y el realismo sucio es muy visible en nuestro antilirismo, aunque también percibimos, en algunos poetas, una exacerbación de la tendencia, la cual se ha incrementado como recuperación de lo grotesco para comunicar cualquier estado del yo poético.
Tales son los casos de Faustino Desinach y Juan Hernández, bando extremo de esta expresión, que promueve una suerte de poesía del esperpento urbano.
Juan Murillo afirma que los poetas enmarcados en ese último grupo generacional (aunque él no incluye a los anteriores), y algunos más distantes a dicho grupo (pero de igual forma influidos), “prefieren hablar claro y se preguntan, en algunos casos, sin tapujos y sin miedo, si la poesía sirve en realidad a algún propósito”.
Aunque no se crea en la utilidad de la poesía, hay que aceptar que estos poetas sí creen, por lo menos, en el hecho mismo de la comunicación, que es la base de cualquier arte, porque estos poetas no son autistas, sino todo lo contrario: muy buenos comunicadores modernos, con
Como expresión literaria, el antilirismo simplemente nació como una isla en el medio literario costarricense. Sus voces claramente son la revancha contra los excesos de las generaciones anteriores en materia estilística y política.
El antilirismo surge como la posibilidad de que el poeta sea su propia historia cotidiana, su odisea mínima, su descripción de esas fotos de álbum o de esos sitios antes despreciados que se tornan únicas escenas donde la vida se resignó.