Las ermitas de la Colonia eran realmente miserables. En 1782, la primera misa de Alajuela se celebró en un oratorio en casa prestada. Pronto se construyó, como templo, un cobertizo de 15 varas de ancho por 75 de largo. Tenía un techo amarrado con bejucos y paredes de bahareque sostenidas por horcones rústicos, afirmados con clavos de ruedas de carreta.
El altar mayor estaba sobre tablas sin clavar, los incensarios eran guacales y el piso era de tierra. Poco a poco, la feligresía aportó y logró edificios más afianzados.
A finales del siglo XIX, había ya una iglesia respetable. Sin embargo, su Junta Edificadora decidió levantar una cúpula que realzara la iglesia, sin imaginar que llegaría a ser el símbolo de la ciudad.
Testimonio rescatado. Durante muchos años, la cúpula de la catedral de Alajuela soportó remodelaciones y versos, terremotos y canciones, bautizos y entierros, pero poco se narró del notable proceso de su erección.
Uno de los personajes locales que dejó testimonio fue Gonzalo Sánchez Bonilla, alajuelense adoptivo, cultor literario, teatrero de la legua y profesor de matemáticas, entre otras cosas.
El 12 de octubre de 1932, para el sesquicentenario de la fundación de la ciudad, Sánchez redactó un trabajo que leyó en el salón de actos del Instituto de Alajuela. Este edificio sobrevive, muy deteriorado, frente a la esquina suroeste del Parque Central.
Para evitar confusiones, nótese que aquel salón ocupaba el ala oeste del segundo piso del Instituto. El viejo Teatro Municipal aún no había dado paso al salón de actos que, en el 2007, devino nuevamente en Teatro Municipal de Alajuela.
Sánchez llamó a la cúpula “la dulce novia de los alajuelenses”, “la madre venerable”, “el último cariño que despedimos ['] desde las ventanillas de los vagones [con un] postrero y suspirante adiós”.
Sin embargo, lo fundamental son los pormenores de la construcción, logrados por Sánchez a partir de una entrevista que tuvo con uno de los operarios que desde el principio trabajaron en ella.
Sánchez Bonilla captó los datos del ya por entonces anciano Rafael Barquero, maestro de obras desde el inicio de los trabajos, fechado el 25 de febrero de 1878.
Bajo el curato del presbítero Francisco de Paula Pereira, Barquero contrató peones, adquirió materiales y herramientas e hizo notables aportes personales.
A su regreso de un polémico viaje a Europa, el presidente Tomás Guardia trajo a un arquitecto franco-italiano, Gustavo Casallini, a quien encomendó varios trabajos públicos.
A Casallini se deben los planos y las construcciones del Cuartel de Alajuela (hoy Museo Juan Santamaría) y de la cúpula. Policarpo Soto supervisó los trabajos.
Peripecias. Para dar paso al globo cupular, se demolió la parte trasera de la iglesia. Diez viejos pilares de madero negro forrado en cedro se reutilizaron para sentar el cuerpo cilíndrico. Aún la sostienen, afirmados en profundas bases de mampostería.
Para levantar el cilindro –gracias a una máquina ideada por Soto y con la ayuda de sogas de cuero– se colocaron 16 viguetas de maderas duras (cedro o quizarrá) alrededor de la base.
A fin de dar altura a la cúpula, a las vigas se añadieron otras del mismo grosor hasta la circunferencia de donde parte la media esfera final, que se hizo con otras 16 cerchas de la misma madera.
En esta etapa ocurrió el único accidente laboral, que parece maroma de circo.
Cierto día, el trabajador Anselmo Delgado tiraba fuertemente de una de las coyundas, con una viga al extremo opuesto. El cable que la sostenía se reventó y la viga bajó de súbito. Por el efecto subibaja, la viga lanzó al aire a Delgado, pero él, aún asido de la cuerda, dio una magistral voltereta en el aire y cayó de nuevo, ileso, sobre el andamio.
La estructura se completó con puentes de madera curvos entre las cerchas, calculados de acuerdo con el tamaño de las láminas de zinc para poder atornillarlas a ellos.
En la parte superior se dejó una abertura: allí se cerraría la cúpula con una piedra de 10 quintales. El arquitecto Casallini la recomendó para evitar que la construcción explosionase.
Las peripecias para subir la piedra son casi inverosímiles. Aquel “sombrero” estuvo varios días suspendido “una vara más arriba de la cúpula” –escribió Sánchez– mientras se construía una casetilla para colgarla.
Policarpo Soto recordó que se suspendió la piedra “para que la gente nerviosa vea que, si no se quiebran cuatro cerchas con el peso de la piedra, menos se quebrarán las 16 que con sus puentes forman la armazón total”.
Al ponerla, la piedra calzó a la perfección, pero no duraría mucho allí. Poco después, cuando el excelso herediano Fadrique Gutiérrez fue gobernador de Alajuela, ordenó quitarla por considerarla un peligro para quien estuviera bajo ella. Costó más bajarla que subirla pues hubo que despedazarla para que pasase por la abertura sin dañar la cúpula.
Fadrique mandó atornillar la armazón con una lámina circular de zinc. Se creía y difundía que Gutiérrez participó más en la concepción y trabajos de la cúpula de Alajuela, pero, al parecer, lo antedicho fue su único aporte.
Para colocar el zinc de la parte externa se contrató a un operario josefino, de quien prescindieron por sus borracheras. Entonces, el maestro Barquero y un ayudante, Alejandro Jiménez, hicieron el trabajo. El visto bueno lo dio el notable ingeniero Lesmes Jiménez.
La parte interna. La parte interna de la cúpula fue trabajo fino y delicado. Hicieron un entramado de caña brava, pero el proceso de la armazón en carrizo (cañuela parecida a las ramas finas del bambú) complicó la construcción durante diez años porque el carrizo se agotaba en los lugares de donde se traía.
A veces esperaban un año a que el carrizo creciera y fuese utilizable. ¿Otros atrasos?: los operarios dejaban ocasionalmente los trabajos “para ir a coger la milpa”.
Concluida la armazón de carrizo, el albañil guatemalteco Lorenzo Álvarez la repelló con argamasa, mezclada con pelos de vaca para que amarrase mejor. El procedimiento era lento porque, para incrustarla bien, no se azotaba la mezcla, sino se la embadurnaba fuertemente con llaneta (plancha de metal con asa, usada en albañilería).
Concluido el forro, se estucó con cal y arena. Lo decoraron el nicoyano Agustín Ramos y el herediano Luis Madrigal. Hoy, remozado, se aprecia su factura exquisita.
La pintura exterior era de rojo vivo por el óxido de plomo que originalmente recubrió el zinc.
La cúpula tiene unas ventanas redondas; otras, de cuerpo rectangular, con la parte superior semicircular. Sus coloridos vidrios proyectan una dramática iluminación hacia el interior.
El ingeniero Casalli dibujó una torrecilla que se colocaría en la cumbre, pero no se concretó.
Planeada por un ingeniero italiano, dirigida por operarios alajuelenses y construida y decorada con el concurso de otros costarricenses, la cúpula de la Catedral de Alajuela fue financiada por contribuciones particulares y con fiestas turnos.
La cúpula de la Catedral de Alajuela se inauguró en diciembre de 1888. Desde entonces capea las inclemencias de la tierra y del tiempo. También la atacó la acción humana, pero goza del beneficio de adecuadas restauraciones y de atención constante. Especialmente la honra el sentido de pertenencia que despierta en los alajuelenses como corazón de la ciudad.
EL AUTOR ES DRAMATURGO E INVESTIGAdor de LA VIDA COTIDIANA DE LA COSTA RICA DE LOS SIGLOS XVIII Y XIX.