La sociedad es un organismo vivo y, como tal, se adaptará siempre a los requerimientos del entorno compuesto por seres humanos que demandan cambios constantemente y, por ende, mutatis mutandis ' sin embargo, existen factores a considerar; entre ellos destaca el denominado efecto Mateo.
El creador del efecto Mateo fue el Dr. Robert K. Merton, quien fue profesor de Sociología de la Ciencia en Harvard, en Tulane y en la Universidad de Columbia. En un texto publicado en 1990 (Foreshadowing of an evolving research program in the sociology of science, puritanism and the rise of modern science. The Merton thesis. Cohen IB, ed. New Brunswick and London, Rutgers University Press, 1990, pp. 334-371), Merton señala que el origen del concepto estaba implícito en uno de los principios de las normas de la ciencia, enunciadas por él en 1942, el “universalismo”, que demanda que las verdades científicas se juzguen con criterios impersonales, en lugar de incluir los atributos individuales y sociales de sus exponentes, como raza, nacionalidad, religión, clase o sexo.
Ventajas acumuladas. Merton lo explica de la manera siguiente: “Cuando el desempeño de un individuo cumple con los estándares exigentes de alguna institución, y especialmente cuando los rebasa, se inicia el proceso de acumulación de ventajas diferenciales porque el individuo adquiere sucesivamente cada vez mayores oportunidades para avanzar su trabajo (y los premios ganados por ello). En vista de que las instituciones mejores tienen comparativamente más recursos para avanzar los trabajos que se realizan en sus dominios, el talento que ingresa en ellas tiene mayor potencial para adquirir ventajas diferenciales acumuladas”.
La acumulación de ventajas diferenciales funciona de tal modo que, en las palabras de los evangelistas San Mateo, San Marcos y San Lucas: a todo el que tiene, más le será dado, y tendrá abundancia, mientras al que no tiene se le quitará hasta lo poco que posee. El primer artículo de Merton en donde el efecto Mateo apareció plenamente identificado se publicó en Science en 1968 (“The Matthew effect in science”, Science 199: 55-63, 1968) y tuvo un gran impacto.
Existe un principio fundamental en ciencia, que es el principio de no autoridad. Afirma dicho axioma que la importancia y relevancia de una determinada afirmación, teoría o trabajo científico es independiente de la importancia, relevancia o estatus de su autor. La importancia del principio de no autoridad es evidente, y el efecto Mateo viene a ser una excepción a esta regla, que no por ello debe dejar de ser observada.
El efecto Mateo toma su nombre de un versículo de la Biblia. Concretamente del capítulo 13, versículo 12 del Evangelio de San Mateo, en el que se habla de la distribución de los talentos por el amo y donde se toma en cuenta la rentabilidad que le dieron los administradores del caudal recibido, siendo que se dio más a los que habían recibido más y a otros, a los que dio menos, hasta eso les quitó y los expulsó fuera por no haberlo sabido hacerlo productivo. Y se justificó diciendo: “Porque al que tiene se le dará y tendrá en abundancia; pero al que no tiene incluso lo que tiene se le quitará”.
Respecto a la investigación científica, se observó que los autores más célebres eran los más citados en los siguientes artículos científicos sobre el tema en cuestión, en detrimento de otros trabajos de autores menos conocidos. Lo cual repercutía de nuevo en la celebridad de los mismos nombres, que comenzaban así a ser consagrados por el aumento de su número de referencias. Ello constituye, de alguna manera, una especie de círculo (virtuoso o vicioso según sea el caso), pero que pone en tela de juicio el valor del trabajo o frase en sí y empieza a ponderar más la fuente de dónde proviene, con lo que aumenta la probabilidad de una falacia lógica de autoridad.
La desigualdad social existe, negarla sería iluso. Ello no implica que exista una predeterminación calvinista que impida inexorablemente el ascenso socioeconómico. De hecho, se constata que para muchos(as) ello constituye un fin en sí mismo que persiguen a cualquier costo, pero el “punto de partida” el a quo social tampoco puede rechazarse y constituye una diferencia sustancial comparativa en lo que muchos entienden como competencia, y ello también se explica por el efecto Mateo. De allí que cuando se produce el llamado retiro de cobertura (Zaffaroni) de un miembro de las clases altas, el hecho es particularmente objeto de morbo por los menos favorecidos.
En educación, sería algo semejante al “efecto Pigmalión”, que llama la atención sobre la mejoría de los alumnos que reciben más atención y son objeto de las expectativas más optimistas del profesor(a), en detrimento de la buena evolución de los otros; el efecto Mateo guarda mucha relación con la llamada “profecía autocumplida” también formulada por Merton.
En el terreno de la literatura, el efecto Mateo es algo muy fácil de constatar: los autores más publicitados en el mercado ven repetirse su nombre en los medios, mejorando así su inserción en estos, en detrimento de otros autores que no reciben la misma atención. De tal forma que la literatura se espectaculariza –lo mismo que el arte en general– y de allí que sea sano desconfiar de la lista de best sellers y otros rankings dirigidos a promover el consumo masivo.
Aspectos positivos. Existen aspectos claramente positivos del efecto Mateo. Por ejemplo, la adquisición de vocabulario: leer lleva a aprender nuevas palabras, que son a la vez cimiento de nuevos conceptos, lo cual facilita la lectura de otros textos que a su vez irán ensanchando la brecha cognitiva y cultural. Además, facilita la adquisición de modelos narrativos, con la organización de secuencias en las que causas y resultados marcan la trama.
Hay consenso en que se aprende a redactar leyendo y las personas logran una mejor inserción cultural al compartir el imaginario colectivo de la sociedad en la que viven. No podemos soslayar el hecho de que lo interdisciplinario es vivencialmente necesario en el siglo XXI y que el amor por la cultura no puede estar supeditado a criterios estrictamente económicos.