Max Brod no supo el problema que armó por ser desobediente. Cercano a morir, su amigo Franz Kafka le pidió quemar los miles de manuscritos que dejaba. Brod no lo hizo, y la posesión legal de los papeles es hoy un enredo que habría fascinado al mismo Kafka.
El escritor murió en 1924 cuando había publicado una parte exigua de su obra. Se dice que él mismo destruyó 90% de sus manuscritos. Empero, lo que se salvó forma una gran cantidad de papeles guardados en diez cajas fuertes de un banco suizo y en cajas de cartón en un confuso apartamento de Tel Aviv donde viven una hosca anciana y más de 50 gatos.
Ahora, un tribunal israelí dirimirá el destino final de todos esos escritos. Se enfrentan así la Biblioteca Nacional de Israel contra las hermanas Eva y Ruth Hoffe y el Archivo de Literatura Alemana de Marbach (Alemania).
La biblioteca pretende recibir los escritos de Kafka: los considera parte de la herencia cultural judía pues el escritor fue de familia hebrea. Las hermanas Hoffe desean vender los papeles a Marbach por una cantidad de dinero desconocida, mas tal vez enorme. Marbach ya posee originales de Kafka, quien escribió en alemán.
Excepto algunos papeles conocidos, se ignora cuál es el contenido de las cajas. Sin embargo, se presume que existen versiones iniciales de cuentos y novelas, más borradores y muchas cartas.
Un largo viaje. La historia de ese proceso judicial comenzó en 1902, cuando Kakfa y Brod se conocieron en la universidad de Praga, ciudad checa que era entonces parte del imperio austriaco, de habla alemana. Ambos compartieron una amistad de 22 años, hasta la muerte de Kafka, enfermo de tuberculosis.
Ambos eran de origen judío, y Brod fue un militante del sionismo, corriente política orientada a crear el Estado de Israel (formado en 1948).
En cambio, la adscripción de Kafka al sionismo no fue política, sino cultural y sentimental. En sus últimos años estudió hebreo y hacía planes para instalar un restaurante en Palestina, entonces dominio británico.
A diferencia de Kafka, Max Brod (1884-1968) era un tipo mujeriego, enérgico y vital. Publicó unos 80 libros, hoy casi olvidados, excepto los que se refieren a su gran amigo.
A la muerte de Kakfa, y durante años, Brod guardó los escritos que aquel dejó, hasta que Max huyó de Praga en 1939, cinco minutos antes de los que nazis cerrasen la frontera. Llegó a Tel Aviv, donde ejerció el periodismo y la docencia.
A Brod se deben la publicación póstuma de las novelas El proceso, El castillo y América , además de cuentos -como La metamorfosis - y otros escritos. Sin el empeño de Brod, Kafka sería hoy solo un caso interesante pero menor en la literatura europea.
Al llegar a Palestina, Brod se hizo amigo de los esposos Otto y Esther Hoffe. Tras la muerte de Otto, Esther se convirtió en secretaria y tal vez amante de Brod. Según el editor alemán Klaus Wagenbach, Esther dominaba a Brod hasta el punto de que este solo a escondidas de ella mostraba algunos documentos kafkianos a ciertos amigos.
Dudas. La voluntad póstuma de Max Brod no es clara. En algunas misivas y conversaciones, anunció su voluntad de que, al morir, el archivo de Kafka pasase al Estado de Israel; sin embargo, nunca hizo un trámite ante institución alguna.
Cuando Brod murió en 1968, los escritos ya estaban en posesión de Esther Hoffe. Ella justificaba su propiedad debido a un testamento de Brod, que la Biblioteca Nacional de Israel ha impugnado.
De vez en cuando, Esther Hoffe vendía documentos de Kafka al Archivo de Marbach y a otros compradores. Al morir con 102 años, Hoffe dejó los manuscritos a sus septuagenarias hijas, Eva y Ruth. Esta depositó una parte en un banco suizo; Eva guarda la suya en un ruinoso apartamento de Tel Aviv, rodeada de gatos, y se niega a conceder entrevistas.
La Biblioteca Nacional de Israel ha impugnado judicialmente el testamento de la madre de ambas hermanas pues no reconoce a aquella el derecho de haber dispuesto de “bienes nacionales” como si fuesen privados.
Dos derechos. En el juicio se enfrentan los intereses públicos de Israel con los de dos hermanas. En cierta forma, el destino final de los documentos sería parecido pues los estudiosos podrían consultarlos en la Biblioteca Nacional de Israel o en el Archivo de Marbach.
No obstante, una diferencia reside en que las hermanas Hoffe se enriquecerían con la venta de los documentos a Alemania. Otra diferencia es más emocional y académica pues la biblioteca de Israel resalta la ascendencia judía de Kafka, mientras que el archivo alemán subraya el idioma en el que escribió ese autor.
Se ignora cuándo se fallará judicialmente: tal vez en semanas o meses. Entre tanto, los expertos y los admiradores formulan suposiciones sobre el contenido de los documentos.
Biógrafos de Kafka, como Reiner Stach, están impacientes por conocer escritos que iluminarían detalles de la vida del escritor. Algunos podrían aludir a la vida bohemia de los jóvenes Franz y Max en Praga, que, al parecer Brod, suprimió pudorosamente en sus escritos sobre Kafka.
En The New York Times , la periodista Elif Batuman, enviada a presenciar el juicio, supone que Brod "escondió" papeles en los que Kafka se muestra poco afecto a la causa sionista. Empero, todo son suposiciones mientras las cartas no canten solas.
Ya en vida, a Max Brod se lo criticó por intentar convertir la admiración por Kafka en un "culto", casi en una secta; pero nunca hizo negocios con los documentos de su amigo, pese a que estaba a su alcance el convertirse en un multimillonario.
También se lo ha censurado por no haber entregado los manuscritos al Estado de Israel, como anunció. Esto habría impedido un agotador pleito legal con ribetes de absurdo kafkiano; pero tal vez el genial Franz sí lo imaginó, y la historia del presente juicio es ya un manuscrito oculto entre los gatos.