En cada ola que viene y va, el mar esconde un poder tan grande, que hasta podría darle vida a alguien.
El bailarín de butoh Fred Herrera lo descubrió y, por eso, tras bañarse una y otra vez en las aguas del Pacífico y Caribe, creó el montaje Un gigante de sal , en donde él simula ser un hijo de mar.
Este trabajo se presentó el domingo en un Teatro de la Danza lleno, como parte del Festival de las Artes (FIA) 2014.
Acción. Una candela recién encendida era lo único que, al principio, estaba sobre el escenario. Conforme esa llama crecía, dejaba ver a un Fred Herrera inmóvil, tirado en el piso; de fondo, se escuchaba el sonido que hacen las olas al romperse.
Tras unos minutos, el bailarín –pintado de blanco– convulsionó. Él intentaba despegar su torso del piso, pero volvía a caer
La lucha consigo mismo fue tan intensa que se le caía la pintura que tenía sobre su cuerpo, lo que hacía parecer que se estaba desmoronando. Nada lo detuvo y logró levantarse.
Curioso por la candela que tenía delante, se puso de cuclillas, la observó y, mientras hacía unos cuantos movimientos, incluido el puente humano (posición que hace al levantar su torso, apoyado de sus pies y cabeza).
Tomó la vela, se levantó, se la llevó a la cara y, un poco encandilado, empezó a caminar lentamente por el escenario. La volvió a poner en el piso, eso sí, más alejada de él.
Las convulsiones volvieron y lo hicieron caer, de nuevo, al piso, pero de una forma muy diferente: con un split .
“¿Viste eso? Qué excelente”, alabó una joven, que estaba sentada en la quinta fila del teatro.
Parecía que Herrera era revolcado por una ola, que literalmente lo dejó tendido sobre la arena. El gigante de sal está fuera de su hábitat natural.
Al descubrirse allí, miró a su alrededor, se acostó y empezó a dar vueltas de un lado al otro, tal como si fuera un niño feliz jugando. Se sentó y se agarró su pie para pasarlo por detrás de la cabeza.
Antes de bajar del todo el pie, lo puso frente a su boca para chupar su dedo gordo. Mientras disfrutaba el sabor de su piel, sonreía; estaba satisfecho.
Herrera quería saber qué había más allá de esa arena; por eso, con la ayuda de sus dos brazos, se desplazó hasta encontrar una supuesta ciudad. La halló, la vio con detalle y el gigante de sal se convirtió en un puente humano.
En esa misma posición, tocó un par de campanas y dio un grito agudo. También sonreía y sacaba la lengua, como si una serpiente viviera dentro de él.
Volvió a levantarse y, en señal de triunfo, golpeó su pecho con sus puños. Las convulsiones aparecieron, de nuevo, y, cuando terminaron, descubrió que estaba en un mar imaginario.
Después, el gigante de mar naufragó en el mismo mar, que le dio la vida.