En junio de 1969, en la ciudad de México, después de leer la crónica deportiva dedicada al partido de fútbol entre las selecciones nacionales de Honduras y El Salvador –que peleaban por una plaza para el mundial de 1970–, su maestro en temas de política latinoamericana dijo a Ryszard Kapuscinski que habría guerra. Agregó que la frontera entre el fútbol y la política es tan tenue en Latinoamérica que es casi imperceptible.
El juego de vuelta lo ganó El Salvador, 3 a 0, y el equipo de Honduras fue llevado al aeropuerto en carros blindados. Sus hinchas, golpeados y pateados, huían hacia los pasos fronterizos. A la mañana siguiente, Kapuscinski aterrizó en Tegucigalpa, una ciudad tomada por el pánico. La “guerra del fútbol” había comenzado, y un hombre que nació para hacer reportajes estaba otra vez en el campo de batalla.
El periodista polaco Ryszard Kapuscinski nació el 4 de marzo de 1932; estudió historia del arte y periodismo, y durante la mayor parte de su vida trabajó como corresponsal extranjero de una agencia de prensa polaca, en las zonas más violentas del mundo: los bosques de Camerún, la Angola sitiada, el Congo, Nigeria, Tanganica, la Unión Soviética, Etiopía, China, India, Centroamérica y Bolivia en el tiempo de la muerte de Ernesto Che Guevara. Donde estallara una guerra, donde fuese difícil vivir, a los lugares de donde la gente huía en migraciones forzadas, Kapuscinski llegaba con su libreta, su talento y su sensibilidad.
Sobreviviente. En su libro Un día más con vida , cuenta: “Viví tres meses en Luanda, en el Hotel Tívoli. Desde la ventana divisaba el golfo y el puerto. Junto a la costa se veían varios buques mercantes de compañías transoceánicas europeas. Sus capitanes, que se comunicaban por radio con Europa, podían enterarse mejor y saber más de lo que iba a ocurrir en Angola que nosotros, encerrados en la ciudad sitiada. El movimiento de aquellos buques era para mí una importante fuente de información”.
A lo largo de los años, en sus numerosos reportajes, Kapuscinski combinó sus conocimientos literarios con el oficio de periodista. A medio camino entre la literatura y el periodismo, sus trabajos constituyen todo un género.
Con un estilo sencillo y directo, con técnica depurada y fina, narró –como si fuesen novelas– acontecimientos históricos en los que él era uno de los personajes principales: el testigo, el informante y el sobreviviente que contaba al mundo qué pasaba en medio de las balas, en los lugares donde comer o tomar agua dependía del aterrizaje de una avioneta en una pista improvisada por la guerra.
“Al verme, se abalanzaron sobre mí y me sacaron del coche. Sólo me llegaban sus gritos. Sentí las puntas de tres cuchillos en la espalda y vi varios machetes dirigidos hacia mi cabeza. Estaba atrapado. Mi experiencia africana me había enseñado que lo peor que uno puede hacer si se encuentra en semejante situación es mostrar el más leve signo de debilidad”.
Como Ismael, el marinero de la novela Moby Dick de Herman Melville, Kapuscinski sobrevivió a innumerables peligros alrededor del mundo para poder contar sus historias, sus reportajes y sus ficciones. Kapuscinski siempre fue el mismo en sus trabajos sobre África, en sus libros de viajes por China o por India, en sus escritos sobre el Sha de Irán o sobre el emperador etíope.
En Este oficio no es para cínicos, libro en el que reflexiona sobre periodismo; en El imperio (su libro sobre la Unión Soviética), y en sus primeros trabajos, en los que da cuenta de sus vivencias por los caminos de Polonia, en aldeas de mala muerte, entre personas de vidas y de profesiones poco habituales, siempre sobresale de él una pasión por el mundo, por los viajes, por la política y por algunas de sus terribles consecuencias.
Siendo niño, Kapuscinski se vio obligado a escapar, junto con su madre, de los horrores de la Segunda Guerra Mundial. Más tarde, la vida de Ryszard, en uno o en otro continente, siempre estuvo asociada a la guerra, a la aventura, al riesgo y a comprender a las gentes en condiciones extremas, personas a quienes siempre observó con especial empatía, a pesar de tantas y tantas diferencias.
Entre guerras. Una voracidad por conocer el mundo en carne propia marcó la vida de este reportero, que en el año 2003 fue galardonado con el premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades, y para quien un día cualquiera podía empezar en cualquier parte:
“Apretados en la cabina, como en lata de sardinas, emprendemos la marcha, saltando y tambaleándonos al paso del camión por las rocas y las piedras, y avanzando a una velocidad de diez kilómetros por hora. Se levanta el día y el Sol nos ciega los ojos. Después, el viento de los sucesos volvió a empujarme al otro hemisferio y luego a África. Sin embargo, ¿tiene algún sentido seguir el hilo de esta historia, hablar de la odisea a la hora de atravesar el río Zambeze o de la visita al mariscal Idi Amín? Describir el mundo sólo era posible cuando la gente vivía en un planeta tan pequeño como el de los tiempos de Marco Polo”.
De un lugar a otro, su vida dependía de lo que dijera el próximo cable de la agencia de prensa que pagaba por sus servicios.
Un golpe de Estado, una guerra civil, la entrevista a un dictador o al asesino de un guerrillero, podían definir la dirección de su próximo domicilio, como cuando se fue a Bolivia a entrevistar al sargento Mario Terán, quien mató a Ernesto Che Guevara, se licenció del ejército, sufrió crisis paranoicas y terminó pegándose un tiro en las proximidades de una aldea pobre llamada Madre de Dios.
Ryszard Kapuscinski vivió en un mundo afectado por la guerra fría, por las luchas de independencia de África, en las que las potencias mundiales de nuevo se peleaban el continente.
Kapuscinski recorrió buena parte de los países del llamado Tercer Mundo en tiempos de guerras constantes, de revoluciones y contrarrevoluciones. Esto era lo que le gustaba contar, a esos lugares era a donde le gustaba ir. El siglo XX se entiende mejor leyendo los libros de Kapuscinski.
Riszard Kapuscinski murió el 23 de enero del año 2007, y sus trabajos son ya reconocidos en el mundo entero. De viejo daba conferencias, era invitado frecuente de universidades y seguía escribiendo esos libros que tanto gusto da leer, textos entre la literatura y el periodismo, con apuntes de historiador o de antropólogo; libros que se encuentran entre el reporte objetivo de los hechos y la construcción subjetiva de las ficciones, entre la verdad y la mentira si considerásemos que la literatura no dice verdades y cayéramos en ese error, tan frecuente, de pensar que una ficción es una mentira, y un hecho, una verdad.
Después de leer sus descripciones del mercado del pueblo de Quetzaltepec, sus descripciones de los bosques de Camerún, de la lagartija que recorre lentamente la pared de su su habitación en un hotel de Nigeria, el testimonio de la tensión que se siente al atravesar al mediodía la carretera que lleva a Namibia, resulta inevitable decir que Kapuscinski le imprimió un sello personal al género de los reportajes literarios.
El autor es egresado de la maestría en literatura latinoamericana de la Universidad de Costa Rica.