En su obra Bernardo Augusto Thiel, segundo obispo de Costa Rica , monseñor Víctor Sanabria anota que, en 1900, el historiador Ricardo Fernández Guardia había lanzado la idea de erigir un monumento a Cristóbal Colón en Limón, en recuerdo del cuarto centenario del descubrimiento de América.
Considerando que dos años después se celebrarían también cuatro siglos del supuesto arribo del navegante a nuestras costas, “Monseñor Thiel escribió una carta a don Francisco María Yglesias, el 12 de octubre de 1900, por la que se adhiere calurosamente al proyecto y trata de demostrar con grande acopio de erudición histórica que Colón desembarcó en nuestro puerto del Atlántico el 25 de setiembre de 1502”, escribe Sanabria.
Luego agrega: “Como buen patriota, no podía resignarse a la idea de que el Cariari o Cariay de la Historia no estuviera en Costa Rica y precisamente en puerto Limón”.
De la calle al paseo. Si bien la idea no tuvo más respuesta que la del prelado, el Ateneo de Costa Rica presentó una iniciativa similar en 1913, pero que en esta ocasión suscitó un eco inesperado.
En efecto, en junio de 1914, el Congreso declaró carretera nacional al camino que partía del extremo suroeste de la Sabana para comunicar la capital con los pueblos de Escazú, Santa Ana, Pacaca y Puriscal. Con ello, el tramo que comunicaba a su vez la Sabana con el casco urbano, adquirió más importancia que la que ya tenía tras la insta-lación del tranvía, que la recorría desde 1899.
Según el historiador Carlos Manuel Zamora, poco más de un año después, en setiembre de 1915, el mismo Fernández Guardia y el cónsul español Julio Valencia, en nombre de la comisión organizadora de la Fiesta de la Raza –prevista para el 12 de octubre–, solicitaron a la Municipalidad de San José que se denominase “Paseo Colón” ese tramo que continuaba la avenida Central hacia el oeste: del Asilo Chapuí al Llano de Matarredonda ( La Sabana, un parque con historia ).
La propuesta de transformar así la “calle de La Sabana” es producto de la época pues, durante esos años, los monumentos al “Almirante de la Mar Océana” fueron comunes en los países de América, y casi todos tenían como modelo o referente obligatorio al Paseo Colón de Barcelona (España), inaugurado en 1888, con la columna a Colón, que es uno de los iconos de esa ciudad.
No es de extrañar entonces que, aceptada la iniciativa, se ordenase al gobernador provincial y al ingeniero municipal señalar un lugar para instalar aquí también un monumento similar.
Zamora refiere que “el ingeniero Luis Matamoros realizó el estudio e informó que el trayecto a bautizarse debía comprender desde el inicio del Hospital San Juan de Dios en la calle 14, hasta la entrada del Llano en la calle 42”.
El fallido monumento. Matamoros sugería además que el pedestal del monumento descansara sobre 10 gradas que representasen al décimo mes del año, y que su planta fuese una figura geométrica regular de doce lados, por ser 12 de octubre la fecha simbolizada.
Así, en el Día de la Raza –como se llamaba a la conmemoración del descubrimiento de América– de 1915 se inauguró el Paseo Colón de San José. Se colocó entonces la primera piedra del monumento al navegante, cuyo nombre adoptaría la alameda. Entonces se mejoró la superficie de la calzada, se le dio continuidad a las aceras y se arborizaron los bordes de la vía', pero de la primera piedra no pasó la obra que honraría a Colón.
Hoy no se sabe exactamente dónde se colocó aquella pieza de arranque. Empero, en el número 148 de la revista Pandemónium , del 15 de diciembre de 1915, aparece publicado un suntuoso proyecto para dicho monumento, en cuya explicación se señala como autores a los “ingenieros y arquitectos” Daniel Domínguez Párraga, salvadoreño, y Ernesto Castro Fernández, costarricense.
La revista indica: “El monumento se supone construido en La Sabana, en el eje del hoy ‘Paseo Colón’ y a una distancia ['] de unos cuatrocientos metros de la desembocadura de aquel. Entre el monumento y la calle, irá un lago artificial [y el] efecto estético que produciría ['], sería ciertamente artís-tico y espléndido. Un gran basamento o pedestal coronado con la estatua del navegante, de pie, en posición gallarda, con la diestra en ademán de señalar la tierra descubierta, objeto de sus esfuerzos”.
De la estatua al obelisco. Como consta en la edición del 13 de octubre de 1915 del periódico La Información , uno de los firmantes del acta que certificaba la colocación de aquella primera piedra, era el arquitecto y escultor catalán Luis Llach Llagostera, quien vivía en San José desde hacía un lustro.
En 1910, en un diseño preliminar del mausoleo de la Sociedad Española de Beneficencia, Llach había usado la iconografía del almirante, lo que hace suponer al inves-tigador Luis Fernando González que la estatua del genovés que se levantaría en el paseo sería obra del artista.
Según González, esa escultura de mármol podría ser la “que en la actualidad aparece solitaria en la Plaza Italia [en el barrio Francisco Peralta]” (Luis Llach: En busca de las ciudades y la arquitectura de América ).
Obra de Luis Llach ciertamente, ese “Colón parado sobre las olas con la mano izquierda agarrando una cartografía enrollada y con la derecha señalando el horizonte hacia dónde ir”, recuerda en mucho a la descrita como destinada a culminar la obra de Domínguez y Castro; mas ignora González que la destinada al ecléctico monumento era obra del escultor tico Juan Ramón Bonilla, figura realista de corte neoclásico que fue publicada en el número 100 de la revista Pandemónium , del 10 de diciembre de 1913.
Solo un recuerdo. En cambio, cuando finalmente se realizó la obra conmemorativa, la estética urbana que privaba apuntaba más bien a la modernidad de la línea recta y a la estilización de sus figuras, que hoy conocemos como Art Déco.
Así, lo que se inauguró finalmente en un acto solemne el 12 de octubre de 1932 fue un elegante obelisco de 10 metros de altura construido en concreto armado bajo la dirección del ingeniero Gonzalo Truque Gutiérrez.
En la parte inferior de la aguja, antes de ensancharse ligeramente cerca de su base circular, se ubicaron cuatro placas de bronce, una en cada cara. La principal de ellas, que ostenta la imagen del almirante, reza así:
“La Municipalidad de San José período 1930-1932 interpreta el sentimiento de los vecinos de la capital, dedicando este paseo como un justo y cordial homenaje a la Madre España y al descubridor de América Cristóbal Colón, año de 1932”.
En las placas restantes pueden verse en relieve las tres históricas carabelas del primer viaje colombino: la Pinta, la Niña y la Santa María.
El modelado correspondió al artista Rafael Sáenz González, y se fundieron en el taller de Adela viuda de Jiménez e Hijos, en San José, quienes confeccionaron también una copia de ellas en aluminio para conservarla en su casa.
Ubicado en la intersección del Paseo Colón con la calle 24, el obelisco aquel culminaba una obra urbana que incluía el pavimentado de la calzada de 12 metros de ancho, más una franja de césped arborizada y una amplia acera a ambos lados, donde se alternaban poyos para la gente y pérgolas para las enredaderas, así como faroles dobles en el centro de la vía, todo diseñado en la misma estética.
Sin embargo, hacia 1950 se eliminó el tranvía y unos años después se demolió el obelisco para dar paso a los vehículos, cada día más presentes en el Paseo. Así, este perdió a Colón como símbolo junto a sus paseantes de a pie o del transporte público.
El autor es arquitecto, ensayista e investigador de temas culturales.