Pareciera que hay más tontos en el mundo que gente, lo que podría juzgarse como una tontería, si no fuera porque muchos tontos valen por dos. De acuerdo con el análisis que hiciera el filósofo Jean Lauand, de la Universidad de São Paulo sobre la obra de Tomás de Aquino, existen por lo menos 22 categorías diferentes de tontos, todos definidos en latín de acuerdo con la nomenclatura linneana, como sigue: asyneti, cataplex, credulus, fatuus, grossus, hebes, idiota, imbecillis, inanis, incrassatus, inexpertus, insensatus, insipiens, nescius, rusticus, stolidus, stultus, stupidus, tardus, turpis, vacuus y vecors. Ante esta perspectiva, la pregunta no es si somos tontos, sino a qué grupo de tontos pertenecemos.
Sin excepción, todas las personas a partir de la adolescencia contribuyen con sus acciones a extender y desarrollar la comunidad mundial de tontos. De aquí se deriva que el primer requisito para ser tonto es pertenecer a la especie Homo sapiens, salvándose solo aquellos que, por convicción o ideología, hayan optado por ser de otra especie (por ejemplo, Aquila rapax).
Ignorancia y arrogancia. Para decir tonteras y hacer tonterías es necesario que converjan en la misma persona o en un grupo de personas por lo menos dos propiedades netamente humanas. La primera es la ignorancia, una característica innata que puede mitigarse pero no vencerse; la segunda, corresponde a la arrogancia un valor aprendido que requiere cierta práctica y destreza.
Ejemplos clásicos de la convergencia de estas dos “virtudes” se pueden ver en declaraciones y acciones hechas por algunos mandatarios que piensan que su investidura es sinónimo de sabiduría.
Aunque hay muchas anécdotas, recuerdo aquella de un presidente que alegaba que el consumo de alimentos modificados genéticamente provoca calvicie y que los pollos engordados con hormonas son la causa de la homosexualidad, la que no solo provocó risa, sino la furia de los vendedores de pollos de cierta región del altiplano andino.
Otra que me viene a la memoria es la de un dignatario no tan retirado, que andaba inaugurando edificios imaginarios en parqueos ajenos y que en una ocasión se soltó a decir en un museo de arte frente a una concurrida audiencia que “la cultura era su pasatiempo preferido”, es decir su hobby... Fuera de ser curiosidades simpáticas, este tipo de perspicacias pueden considerarse inofensivas y de poca monta. Mientras se mantengan queditos, los tontos de profesión no generan problemas serios; incluso pueden ser divertidos. Sin embargo, el asunto se vuelve grave cuando adquieren cierto poder y toman la iniciativa.
Ilustre genialidad. La cadena de eventos que desató la genialidad de una misiva de peculiar redacción enviada por un entusiasta joven diputado a jerarcas de la Universidad de Costa Rica, constituye un ilustre ejemplo. Como consecuencia de esta acción parlamentaria, el Consejo Universitario de la UCR, atribuyéndose funciones que no le corresponden, fracasó en su intento de impedir un evento académico, para luego “retractarse” a medias de algo en lo que no tenían injerencia; y no lo hicieron por convicción, sino por la aplastante reacción de la gran mayoría de los universitarios.
Esta acción es el equivalente a lastimarse el dedo gordo por una patada furiosa a un monumento y después pedirle disculpas al monolito por el agravio. Esto causó que al día siguiente, en un programa de radio matutino, el Sr. ministro de Educación le diera “garrote” a la UCR, reprochando (con razón) las acciones del Consejo Universitario y alegando reiteradamente que había sido un gran error que se intentara impedir la charla del Nobel James Watson, “el inventor del ADN”. Ante este testimonio, la obligación sería no solo la de ponerle al Ministro un cero en Biología sino también en Religión, lo que se miraría muy mal en tal investidura.
Pero el asunto no terminó ahí. En artículo publicado en este diario (Foro, “No hay punto de comparación” ,16/02/2011) por el mismo joven parlamentario que inició esta sucesión de eventos, después de asumir decorosamente alguna responsabilidad por sus actos, hizo un comentario digno de Torquemada. Esta acción dio pié para que un profesor universitario certeramente le recordara a este joven de manera concisa la historia natural de los próceres, los que como cualquier humano, también decían tonteras. (La Nación, Foro, “¿Otra quema de libros? ”, 16/02/2011).
Desafortunadamente, no existe vacuna que proteja a las personas de hacer tonteras o decir tonterías y todos estamos expuestos en algún momento de nuestras vidas a ser protagonistas del Quijote y del Conde Lucanor. Además, no se puede hacer nada a prueba de tontos, porque los tontos son muy ingeniosos.
Por eso siempre debemos procurar rodearnos de gente más inteligente (menos tontos) que nosotros para que nos llamen la atención sobre nuestra insalvable ignorancia y aprendida petulancia, y sobre todo de las ventajas de pedir perdón por nuestras tonteras de la manera más clara y simple posible, pues “hasta al mejor mono se le cae el zapote”, y Zapote se puede perder por una tontera.