Hacía tiempo que la andaba rondando. La llamaba por teléfono. Le pedía a su mamá que intercediera por él. Que le hiciera
El iraní Majid Mohavedi tenía una obsesión llamada Ameneh Bahrami, una linda joven musulmana que, en ese entonces (2004), tenía 24 años. Pero ambos venían de mundos diferentes. Él, un campesino sin educación, muy apegado al islam y a la idea de que las mujeres debían rendir obediencia a los hombres. Ella, una muchacha citadina, moderna, desenfadada, independiente, dispuesta a mostrar los hombros y a peinarse con trenzas. Era estudiante de ingeniería electrónica y ya le había dicho que “no” varias veces. Le había inventado un cuento para que la dejara en paz: que se iba a casar con otro.
Majid no pudo soportar y el 4 de noviembre del 2004, hace casi siete años, cuando Ameneh salía de su trabajo en una empresa de ingeniería médica, decidió desquitarse sin piedad.
Mientras Ameneh esperaba la microbús que la llevaría a su casa, él se acercó con un frasco rojo en la mano y se lo arrojó a la altura de la frente.
Fue la última vez que ella vio la luz del día sobre el centro de Teherán. Podía sentir cómo el ácido sulfúrico de ese frasco le penetraba la piel, la quemaba, la deformaba. Al principio, pensó que lo que le había lanzado Majid era agua caliente. Un conductor que pasaba por ahí se acercó para auxiliarla y le arrojó agua fría.
El daño ya estaba hecho. Su cara, sus ojos, sus manos y sus antebrazos estaban destruidos. Los doctores iraníes le recomendaron que viajara a Barcelona porque ahí había especialistas que podrían reconstruirla, rearmarla. Hizo maletas y al tiempo que ella viajaba a España, su victimario permanecía en la cárcel.
A comienzos del 2005, el doctor español Ramón Medel recibió en Barcelona a una mujer sin rostro. En el Instituto de Microcirugía Ocular, en Prat, conoció a Ameneh Bahrami, quien no hablaba una palabra de español.
“A nivel vertebral de la parte de la cara tenía un
Aprendió el idioma. A tropezones, pero se hacía entender. El doctor Medel veía cómo esta mujer iba transformándose, creciendo, integrándose a la sociedad catalana poco a poco.
Pero en el 2007, a causa de un hongo, el único ojo con visión se infectó y Ameneh quedó ciega.
Ese hecho la hizo replantearse todo. Quería encarar al culpable y clamar por algo más. Se juró a sí misma que esto no quedaría impune. Que llegaría hasta las últimas consecuencias con tal de que se hiciera justicia.
En el 2008, un tribunal condenó a Majid Mohavedi, el agresor, a recibir diez gotas de la misma sustancia en cada ojo, en aplicación de la Ley de las Ghesas, que permite a la víctima obtener venganza o perdonar. Ameneh tenía derecho a invocar la antigua ley del talión y a echarle, ella misma, esas gotas de ácido a su victimario para quitarle la vista.
Cuando se supo esa noticia, el veredicto desató polémica mundial. Saltaron las organizaciones de derechos humanos –como Amnistía Internacional–, abogando para que ese castigo no se aplicara. Ameneh, quien ya llevaba tres años en España, dio algunas declaraciones sobre su tragedia y de por qué buscaba aplicar la ley del talión.
Carles Francino, un famoso locutor de radio español de la Cadena Ser, le decía a Ameneh, en una entrevista del 4 de marzo del 2009, que pensara bien esto de aplicar la ley del talión. Al aire, el conductor del programa
Pero Ameneh Bahrami sonaba convencida de que quería venganza, de que ella misma quería echar esas gotas cuando la justicia le dijera “llegó la hora”.
En el 2009, Ameneh sumaba 19 cirugías en su cara. Tenía un libro publicado en alemán llamado
Así lo confirma su hermana menor, Shadi Bahrami, con quien vive en Barcelona. “Ella no quería hacerlo y yo con Amir –un amigo documentalista iraní– sabíamos que no lo haría. Quería llegar al final solo para que él tuviera miedo. Ahora en Irán saben que si alguien quiere atacar con ácido de nuevo a otra persona, su sentencia será la ley del talión, pero antes no teníamos esa opción en casos de mujeres a las que les hacen esto”.
La práctica de echarle ácido sulfúrico a una mujer a modo de despecho ocurre todavía en algunos países musulmanes. En Bangladesh, por ejemplo, tienen un hospital especializado con una unidad para quemadas con ácido, el Dhaka Medical College Hospital, que anualmente recibe a unas 250 mujeres con edades entre 7 y 20 años, en tal estado.
Las llaman “las mujeres sin rostro”. El doctor Ramón Medel dice que no sabía de la existencia de este lugar tan especializado, pero cuenta haber atendido a cuatro mujeres por la misma razón, en años recientes.
“Es muy lamentable. Casos como el de Ameneh y otras pacientes que hemos tratado son una catástrofe. Le cambia la vida a la persona afectada y a toda la familia. Es un drama”, dice.
El 31 de julio de este año, siete años después del brutal incidente, Ameneh tuvo su oportunidad de hacer justicia con Majid Mohavedi por haberla convertido en una “sin rostro”.
Parada en uno de los pabellones del hospital forense de Teherán, ataviada con bata de doctor, mascarilla y gorra, se disponía a cumplir la pena que la justicia había decretado. Pero a último minuto, sorprendió al mundo cuando, con dos palabras, decidió cambiar la historia. “Te perdono”, musitó. Y él, Majid, cayó a sus pies llorando de la emoción porque conservaría los ojos.
“Le dije a mi hermano que estaba conmigo: ‘por favor, espera, que yo no quiero hacer esto’. Nunca quise hacer esas cosas, siempre me preguntaron si era una venganza, pero no.
“No apliqué la ley del talión por cuatro razones: primero, por Dios, porque yo he dicho que en el Corán esta ley está bien; pero su última palabra dice que cuando una persona no la aplica, Dios le envía muchos regalos. Segundo, por mi país, porque la gente iraní está presionada por los periodistas y tiene muchos problemas con ellos pues escriben cosas raras que no son ciertas ni exactas sobre cómo son las personas acá; tercero, por dos personas, el doctor Ramón Medel y Amir Sabouri; y cuarto, por mi familia, para que podamos vivir tranquilos hasta el último minuto que estemos en el mundo”.
Ameneh viene de una familia de cinco hermanos. Shirin, que es su hermana mayor, ha sido como su lazarillo. Tiene 37 años, vive entre Barcelona y Teherán llevando y trayendo antiguedades desde sus tierras para venderlas en España.
Ameneh cree que el gobierno español tiene una responsabilidad social con ella por ser desvalida y porque ha vivido allí desde el 2005. “Hace cuatro años, el gobierno español me ayudaba con 400 euros, pero ya no hay más plata para ayudarme. Yo uso unas pomadas para mi cara que son muy caras. Las dos cremas valen casi 80 euros cada mes”, explica.
Pese a todo, conserva su coquetería. Se tiñe el pelo, pinta sus labios con brillo rosado y usa anteojos oscuros. De a poco, Ameneh comienza a darle forma a su nueva vida. Su esperanza radica en que Majid le pague 150.000 euros de indemnización.
“Es importante que Majid pague, pero la ley de Irán ha dicho que ese dinero, como yo soy mujer, no es 150.000 euros, sino 75.000 euros. Pero le he dicho al juez que yo no acepto esta ley, sé que soy una mujer, pero mi cabeza, ¿por qué va a valer menos que la de Majid? Él es un hombre que no tiene educación, no trabaja, no hace nada de nada, no estudia.
“Por eso, ¿cómo puede ser que Majid valga el doble que yo y yo la mitad que él? No lo acepto. Mi juez ha dicho que por qué tengo problemas con esta ley si es de los musulmanes, pero eso no es exacto. El Corán no dice nada de eso porque lo conozco bastante. Lo que dice es que la mujer es una parte del hombre y que el hombre es parte de la mujer; eso significa que el hombre no puede vivir sin la mujer y viceversa. Ellos lo traducen mal. El juez dice que si tengo problemas con esta ley, puedo ir al Parlamento y quejarme. Y voy a hablar con el Parlamento de Irán, quiero hablar con esas 290 personas que trabajan ahí porque esto es muy raro.
“Ahora las mujeres trabajan, estudian y cuidan a los niños. Trabajan más que los hombres, entonces es hora de cambiar esa ley. Yo pienso que todas las gentes son personas, hombres o mujeres, y por eso soy una persona igual que cualquiera. Quiero los 150.000 euros de Majid.
“Él habla mal de mí, de mi familia. El juez le dijo: ‘Más vale que le des las gracias a Ameneh que te ha devuelto la vida y no aplicó la ley del talión’. Pero hablar mal de una persona no es dar las gracias. Le dije al juez que un hombre como Majid debería estar trabajando para que pague mi tratamiento”.
Ameneh no llora delante de la gente. Tampoco no se rinde. “Es una luchadora”, dice su amigo Amir Saroubi, un documentalista iraní radicado en Nueva York que la ha seguido hace años y prepara una película con su historia. Él la ayudó cuando Ameneh estaba en un albergue de Barcelona durmiendo junto a prostitutas y criminales. Así lo recuerda ella:
“Como no puedo ver, una asistente social me ayudó y me dijo que había unos hospitales en España donde podían cuidarme. Luego me acompañaron a un sitio, una casa para gente que dormía en la calle. El primer día pensé que era un hospital, pero al segundo día, me di cuenta de que era un albergue. Yo tenía que hacerme una operación para la retina y ese no era lugar para mí.
“Por eso, yo hablé con Amir Saroubi. Él me ayudó a alquilar una habitación de escaso valor e hizo las gestiones para hablar con el doctor Ramón Medel. Pero luego de que yo salí de ese albergue, mi ojo derecho se cayó. Ahora no tengo ojo derecho e izquierdo tampoco”.
Amir la conoció a través de una fotografía que le llegó a su sala de edición. La llamó, le prestó dinero, la llevó al médico, le pagó un alojamiento digno y limpio. Se convirtieron en amigos inseparables. “Ella siempre ha sido una mujer feliz y eso me sorprende. Cada segundo que estuvo con dolor cuando pasó por todas esas cirugías, perdió su futuro, su hermosa cara y, lo más importante, la vista. Qué mujer tan grandiosa es al haber perdonado a su atacante. Siempre ha tenido una actitud positiva y ha sido optimista con su vida”, dice él.
Ameneh no pudo terminar su carrera de ingeniería. Sacó 106 de puntuación y para aprobar la licenciatura necesitaba 144.
Pero tiene otros planes. Quiere sacar un segundo libro donde contará cómo es la vida de diez mujeres en Irán. Se llamará
“No estoy acostumbrada a ser ciega. Es difícil. Quiero aprender inglés. No quiero vivir sintiendo que no puedo; por eso, yo sigo y nunca pienso que soy ciega o que soy diferente. No. Yo sigo. Espero que, ojalá en el futuro, exista una operación nueva y que yo, y mucha gente que está como yo, pueda ver el mundo”.