Las olas reventaban a lo lejos, la brisa refrescaba el alma y el sol no maltrató a nadie. La estampa parecía mandada a hacer por Ray Tico, quien hasta para despedirse del planeta tuvo estilo.
Él lo dijo: no quería que lo echaran en un hueco. Eso no hubiera sido propio de un hombre que anduvo el mundo con la guitarra al hombro. Por el contrario, Ray pidió que su última morada fuera en el vaivén de las olas… y se le cumplió.
Ayer, familiares, colegas, contertulios y amigos le dieron el último adiós al maestro en el mismo lugar donde su historia echó a andar hace casi ocho décadas: Limón. Pero no se vaya a creer que la despedida fue de negro y lacrimógena, pues el propio Ray hubiera sido el primero en pegar el grito al cielo. Por el contrario, Ramón Jacinto Herrera terminó su travesía entre aplausos, anécdotas y música, mucha música.
Caravana. Tras su muerte, a mediados de la semana pasada, Ray Tico fue recordado el viernes en una misa. Sin embargo, la verdadera despedida estaba fechada para ayer, cuando sus cenizas fueron transportadas al puerto limonense, para así cumplir su último deseo de que se le esparciera en ese mar Caribe que tanto quiso.
A las 9:35 a. m. la comitiva partió de San José. Entre el grupo iba la viuda de Ray, doña María Eugenia, su hijo Enrique y otros familiares, como Ernesto, el nieto que hizo de cómplice de su abuelo en los últimos años, justo en el período en el que los músicos sacaron a Ray Tico del olvido y le agradecieron su inmensa obra.
Todo el viaje a Limón fue grabado por las cámaras de Papaya Music, el sello que hizo posible que Ray y los discos compactos se conocieran. Al mando del cineasta Luciano Capelli, el equipo tiene meses de estar recogiendo imágenes del bolerista, las cuales servirán de carne para un documental sobre su vida.
La comitiva llegó a Limón poco después de la 1 p. m. y se topó con toda una fiesta, algo que de fijo hubiera sacado tremenda risa a Ray. El cantante Johnny Dixon y los omnipresentes gemelos Sterling –de la comparsa Los Brasileiros– se aliaron para organizar a Ray una despedida, a la limonense.
Varias señoras se pusieron de acuerdo y acicalaron el vetusto kiosco de Los Baños, sitio que sirvió de escenario para que Limón le diera el adiós a uno de sus hijos predilectos (de hecho, la Municipalidad local solicitará esa declaratoria en estos días).
Dixon, que improvisó como maestro de ceremonias, no pudo expresar mejor sus sentimientos: “Los que estamos aquí somos los que debemos estar aquí”. Y vaya que tenía razón (ver nota adjunta).
La última etapa se dio a bordo del remolcador de Japdeva Pablo Presbere, que le dio el último paseo a Ray alrededor de la isla Uvita. Y fue ahí, en el mar, donde Enrique y sus dos hijos, Ernesto y Christopher, desperdigaron sobre las aguas las cenizas de su padre y abuelo, mientras que la emoción llevó a todos a improvisar un Eso es imposible , a capela .
Fue ahí donde Ray Tico, el hombre, le dio paso a la leyenda.