Imagínese sin señal de celular, televisión, radio ni Internet; con la computadora dañada por efecto de la ceniza y con el auto con el sistema mecánico bloqueado.
Imagine los viajes en avión paralizados, tanto para ingresar como para salir del país; las principales fuentes de agua, contaminadas por efecto de la ceniza, y el llamado “granero de Costa Rica” (las montañas de Cartago), donde se cultiva el 80% de las hortalizas y verduras que consumimos, sepultado bajo toneladas de material volcánico.
De acuerdo con especialistas en geología y vulcanología de las universidades Nacional y de Costa Rica, ese sería uno de los escenarios ante una eventual erupción del volcán Irazú, similar a la que protagonizó 50 años atrás, en marzo de 1963.
Entonces, como ahora, el Irazú no está muerto ni dormido: es un volcán activo.
En esos años, el Irazú explotó en una nube de cenizas que afectó a todo el Valle Central y llegó hasta Nicoya, en Guanacaste.
Un 49% de la población sufrió durante dos años seguidos el impacto directo e indirecto del despertar del coloso.
¿Qué pasaría hoy, con un país más habitado, sin planificación urbana en el Valle Central, un tráfico aéreo en crecimiento y con las principales torres de comunicación instaladas a pocos metros del cráter de ese volcán?
Escenarios. La última gran erupción del Irazú se prolongó durante 700 días, a partir del miércoles 13 de marzo de 1963. En la década de los años 60 no había vigilancia de volcanes, el país carecía de científicos especializados en estos asuntos y la tecnología de comunicación era rudimentaria.
Por eso, los ticos no se dieron cuenta del despertar del coloso sino hasta que la ceniza les cayó encima y vieron al presidente norteamericano John F. Kennedy sacudírsela de la cara en la visita de 39 horas que hizo en marzo de 1963.
Medio siglo después, el volcán es uno de los más vigilados de Costa Rica por nuestros científicos. Si su comportamiento da señales de cambio, hay capacidad para emitir alguna alerta preventiva .
Sin embargo, desde aquella histórica erupción, otros escenarios han cambiado para mal y elevan la susceptibilidad a un desastre mayor en épocas modernas.
El Irazú está a 3.432 metros sobre el nivel del mar, justo al este del Valle Central por donde entran los vientos alisios. Su posición es estratégica.
Esas condiciones naturales e inalterables elevan su potencial de hacer daño, sobre todo si se suman factores humanos, como el desordenado crecimiento de las ciudades en zonas de alto impacto alrededor del volcán.
Una de esas zonas es Los Diques , en Taras, donde aún viven cientos de personas en tugurios sobre los montículos de barro que alguna vez se levantaron para atender la avalancha del río Reventado, en diciembre de 1963.
Mejor, prevenir. ¿Cuándo podría suceder otra erupción? Sería aventurado e irresponsable hacer un pronóstico. Sencillamente, no lo hay. Por ahora, los “signos vitales” del Irazú no salen de lo normal: tiene actividad sísmica moderada, no presenta deformaciones en sus paredes y las fumarolas que se abrieron en 1994 no muestran cambios.
“Como humanos, nuestra ventana de tiempo es muy corta (80 años, en promedio) comparada con la de un volcán (se calcula que el Irazú tiene más de 14.200 años).
”El Irazú es un megavolcán y probablemente nos avise. Lo realmente importante es trabajar bien la gestión de riesgo”, advierte Raúl Mora, geólogo vulcanólogo de la Red Sismológica Nacional, en la Universidad de Costa Rica (UCR).
Varios expertos del Observatorio Vulcanológico y Sismológico de Costa Rica (Ovsicori), insisten en eso mismo: “las instituciones requieren aún bastante consejería para asuntos vitales como la protección de captaciones de agua y de la cablería alrededor del volcán”, asegura Eliécer Duarte, científico del Ovsicori.
Por su parte, el vulcanólogo Jorge Barquero espera que se pueda hacer algo para proteger a las poblaciones expuestas a los riesgos del volcán Irazú, localizadas en el Valle Central.
No vaya a ser que este volcán viviente nos pegue otro susto y, sobre todo, nos tome desprevenidos.