En la década de los 80, el embarazo en la adolescencia fue el tema que permitió visibilizar la población adolescente y fue la motivación e interés internacional de la Organización Mundial de la Salud y Organización Panamericana de la Salud, para promover políticas a nivel de países, que permitieran crear servicios de salud integrales para este grupo etario, históricamente abandonado.
En nuestro país, este apoyo se tradujo en la creación de un Programa Nacional de Atención a Adolescentes, liderado por la CCSS y el Ministerio de Salud, que posteriormente se centralizó en la CCSS y que permitió llegar a establecer alrededor de 100 clínicas de adolescentes en todo el país, aunado al esfuerzo que los hospitales nacionales ya venían haciendo para contar con servicios diferenciados para adolescentes en el Hospital Nacional de Niños, Hospital San Juan de Dios, Hospital Calderón Guardia, Hospital México y Hospital de las Mujeres.
Leyendo los artículos que ha venido publicando el periódico La Nación en la sección Enfoque, se experimenta un déjà vu, ya que, casi 20 años después, vuelve a ser embarazo a adolescente, sin cambios importantes en la magnitud del problema, el que de nuevo posiciona el tema de la adolescencia en la opinión pública, en una coyuntura en donde el interés en salud por los/as adolescentes y jóvenes ha desaparecido prácticamente.
Un claro ejemplo de esto es que de las 100 clínicas de adolescentes sobreviven si acaso 10, de las cuales solo la del Hospital Nacional de Niños cuenta con un limitado equipo humano interdisciplinario, dedicado tiempo completo a la atención de adolescentes. El resto de clínicas que sobreviven, cuenta con recursos humanos mucho más limitados, y las que existen en los hospitales nacionales no han podido contar con apoyo para un mayor desarrollo.
Múltiples factores. Cuando focalizamos en embarazo adolescente, es necesario resaltar que su origen es multifactorial; sin embargo, seis causas se relacionan directamente con esta compleja problemática: pobreza estructural, carencias afectivas crónicas, ausencia de educación sexual, no acceso a servicios de salud diferenciados para adolescentes, abuso sexual y consumo de alcohol y otras drogas.
Por esto enfrentar este problema pasa por políticas de Estado, abordaje desde la familia y acceso a oportunidades y servicios, lo que da la complejidad al problema.
Sin embargo, lo grave del asunto es que dentro de esta complejidad, hay cosas que, pudiendo hacerse desde hace tiempo, las hemos irresponsablemente dejado de hacer.
Una de ellas es la educación sexual en escuelas y colegios; pareciera haber señales de cambio a partir del año entrante, y sinceramente deseamos que funcione y que sea apoyada por los padres de familia y los docentes.
La otra es la creación de servicios accesibles en el sector salud para los/as adolescentes. En este aspecto existe ya la experiencia acumulada para una iniciativa como esta; sin embargo lo trágico es que el Plan Estratégico en Salud para la Población Adolescente, elaborado hace dos años por un grupo de profesionales y formalmente oficializado por el Gobierno de turno con representantes del Ministerio de Salud, CCSS, PANI y Ministerio de Educación, dejó de contar con el apoyo estatal para su implementación.
Si bien embarazo adolescente, que es la punta del iceberg, nos permite de nuevo replantear este serio problema, no podemos tampoco perder la perspectiva que en la cola se han venido acumulando otra serie de graves problemáticas que afectan a nuestros adolescentes y jóvenes, que deberían llamar la atención de la sociedad en su conjunto, y menciono algunos ejemplos: drogadicción, discapacidad, depresión, suicidio y homicidio, violencia en todas sus modalidades incluyendo conductas delictivas, accidentes de tránsito y bullying , callejización, desempleo, anorexia y bulimia, enfermedades crónicas, trastornos del crecimiento y desarrollo...
Estamos ante una olla de presión, siendo el embarazo de adolescentes nuevamente la señal que nos indica la precariedad de la situación de los adolescentes y jóvenes, y que esta olla nos puede explotar en la cara.