Lina llegó el pasado 21 de abril en estado deplorable: mostraba una abertura profunda en el estómago y quemaduras de segundo grado en distintas partes del cuerpo. Quienes la recogieron dijeron que un carro la había atropellado cerca de Puerto Viejo, en Limón, y unos niños le prendieron fuego sin contemplaciones.
Su destino estaba escrito. Sin embargo, unas manos cariñosas se han encargado de sanar sus heridas, y puede decirse que Lina, una perezosa de aproximadamente cinco años, ya le está ganando la partida a la muerte.
Ella no es el único ejemplar de estos mamíferos cuya existencia ha estado en peligro. En Aviarios del Caribe, un refugio para perezosos que funciona cerca de Cahuita, en Limón, hay 90 de estos animales. La mayoría ha sufrido una historia cruel: fueron atacados por seres humanos, perros o depredadores, quedaron huérfanos a los pocos meses de nacidos o, en un intento por cruzar el cada vez menos espeso bosque, terminaron electrocutados en el tendido eléctrico.
Lo bueno es que, en medio de tanta desgracia, conocieron a Judy Avey y a Luis Arroyo, un matrimonio formado por una estadounidense y un tico, quienes desde hace 15 años tienen a cargo este refugio y se confiesan enamorados de esta especie, única en el continente americano.
“No son osos, son de la misma familia de los armadillos y hormigueros. Tampoco es correcto decir que vivan con pereza. Son seres muy nobles que, con su lentitud, no pereza, nos enseñan a ver la vida con otros ojos, sin prisa y con paz”, afirma Luis, mientras muestra un mural que ayuda a los turistas a comprender la taxonomía de estos animales ( Ver “Dos especies muy ticas” ).
Y es que él y Judy –originaria de Alaska– son las dos personas en todo Costa Rica que más conocen sobre los perezosos y su mundo pues, además de rescatarlos y velar por ellos, se han encargado de estudiarlos a fondo.
“Cada uno de los que han llegado aquí tiene su propia personalidad. Los de la especie Bradypus – los de rostro achinado–, son un poco más dóciles, mientras que los Choloepus , –los de cara clara–, se reproducen en cautiverio con mayor facilidad”, comenta Judy, al tiempo que corta un calcetín de su esposo e improvisa con él un abrigo para un bebé.
Muy cerca de su cama, hay dos incubadoras. En ellas se observan otros cinco perezosos de pocos meses de nacidos que necesitan subir la temperatura de sus cuerpos. Los otros, los que permanecen en jaulas, están asidos a osos de peluche o son envueltos en paños blancos, para sentirse confortables.
En Aviarios del Caribe –donde también funciona una clínica veterinaria y se realizan autopsias a los animales que fallecen por causas naturales–, las investigaciones son constantes y reveladoras. Tanto, que estas han atraído el interés de científicos nacionales e internacionales como los estadounidenses Mike Cranfield, quien realiza estudios con gorilas en África; Mary Denver, del zoológico de Baltimore, en Maryland; el astronauta y veterinario Rick Linneham, quien trabajó en la reparación del telescopio Hubble ; y Ursula Branner, entrenadora de animales en películas como Danza con Lobos . También han realizado pasantías allí, estudiantes de veterinaria de universidades costarricenses y de algunos zoológicos de Estados Unidos.
“Nuestro interés es que este sitio se convierta en una parada obligatoria para los turistas foráneos y nacionales. Solo así podremos educarlos para la conservación de esta especie tan poco comprendida”, agrega don Luis con un entusiasmo contagioso. De su mente emanan muchos proyectos, pero sabe que necesita apoyo gubernamental y económico para materializarlos.
Pero ¿cómo fue que esta pareja terminó involucrada en el rescate de perezosos en la zona de Limón? La respuesta tiene nombre: Buttercup, una mota de pelos café que duerme a pierna suelta –o mejor dicho, enrollada– dentro de un canasto gigante, tipo hamaca, que cuelga del techo.
Esta perezosa, de la especie Bradypus , con tres dedos, llegó a la casa de los Arroyo en setiembre de 1992, luego de que un vehículo atropellara a su madre. Tenía apenas 2 meses de edad e inspiraba muchísima ternura, cuentan sus “padres adoptivos”, quienes desde niños y en sus respectivas tierras natales habían mostrado gran sensibilidad por la naturaleza.
Para la época en que llegó Buttercup, los Arroyo estaban reconstruyendo las cabinas que les había derribado el terremoto, en una propiedad de 96 hectáreas adquirida por ellos en 1972, a orillas del río La Estrella.
“Nuestro sueño, en aquellos años, era, además de las cabinas, crear un sitio para la observación de aves (por ahí sobrevuelan 342 especies), por eso le pusimos Aviarios del Caribe. Sin embargo, después de conocer a Buttercup, los planes cambiaron”, comenta Judy, quien, como madre amorosa, le susurra palabras en inglés a su querida perezosa.
Cuando la tuvo por primera vez entre sus brazos, no tenía ni idea de cómo lograría sacarla adelante, ni disponía de libros que le disiparan las dudas. En Internet la información era muy escasa. Por eso, decidió internarse en el bosque para analizar el comportamiento de otros perezosos en libertad.
Así fue como descubrió que la pequeña Buttercup (nombre de una flor muy común en las praderas) podía comer hojas de guarumo, de cacao y de algunos higuerones (otros comen zanahorias, camote, mango verde y berros). Y comprobó que algunas personas desprecian o temen a los perezosos únicamente por desinformación o por mitos.
“Ellos no son animales agresivos. Son defensivos, que es otra cosa. Son muy curiosos e inteligentes. En el bosque se camuflan envolviéndose en musgo y se mantienen en las alturas de los árboles para evitar a depredadores como los felinos. Tampoco contagian a los humanos con papalomoyo (enfermedad del trópico), como erróneamente se piensa”, explicó Gabriela Varela, una de las dos veterinarias contratadas por el matrimonio para mantener a sus “hijos” en condiciones óptimas.
La noticia de que los Arroyo cuidaban de una perezosa se esparció como pólvora en Limón y, a los dos años, comenzaron a llegar otros inquilinos.
“Primero nos trajeron dos bebés de la especie Choloepus que no sobrevivieron porque algún lugareño les dio leche de vaca y sufrieron una diarrea severa. Luego aprendimos que era mejor darles leche de cabra y logramos que otro bebé sí continuara vivo. Se llama Gigio y hoy es el papá de otros perezosos nacidos aquí en el refugio”, comenta Judy con orgullo.
Después llegó Bruno, al cual debieron hidratar con suero para tratarle una desnutrición severa y curarle una herida en la espalda. Más adelante, el matrimonio dio cobijo a Juliet, una perezosa a la que le debieron amputar un brazo porque se había electrocutado; a Lil Angel, que había perdida la vista en un ojo; a Toyota, que también tenía una extremidad destrozada y a Milenium, un bebé con sarna que llegó el primer día del año 2000.
“No teníamos corazón para rechazarlos, ni mucho menos devolverlos al bosque porque, al ser tan vulnerables, morirían en el momento menos esperado. Por eso, decidimos ponernos a derecho con el MINAE (Ministerio de Ambiente y Energía) y nos convertimos en un refugio animal, pero solo de perezosos. Bueno, aunque de vez en cuando también hemos recibido otras especies como martillas, guatusas y zorros de balsa”, afirmó Luis.
Sus nietos –guías expertos en Aviarios del Caribe–, contaban esta misma historia a una familia estadounidense que el pasado martes visitaba el lugar, en medio del sofocante calor del atlántico. Hicieron un paseo por canoa para observar a varios perezosos en su hábitat natural y tomaron incontables fotos a Buttercup, “la princesa del cuento”, como la llaman con cariño en el refugio.
Aunque esto último ya lo han hecho con algunos animales, la pareja anhela contar con mejores recursos (collares y sensores) para darles seguimiento y obtener información valiosa para criar a los que están en cautiverio.
“Hemos tenido experiencias muy enriquecedoras. Dos perezosos nuestros están en el zoológico de Dallas, Texas. Dos veces al año voy a visitarlos y están en perfecto estado.
“Nos encantaría que más gente los conozca y se enamore de ellos, como lo hicimos nosotros hace 15 años”, sostiene Judy, convencida de que estos animales, por el mensaje de paz que transmiten, podrían algún día convertirse en embajadores de Costa Rica ante el mundo.