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Envidia... pecado capital

Aunque no nos gusta que se nos note, no la podemos ocultar. Cuando sentimos envidia el propio cuerpo nos delata

La envidia es una emoción que todos hemos hospedado alguna vez. Se le puede sacar provecho o protegerse de ella.

De los siete pecados capitales, tal vez sean la pereza y la gula los más fáciles de perdonar... La pereza, nos es perfectamente lícito mostrarla en diferentes circunstancias, y la gula -siempre y cuando sea la ajena-, más que escandalizar, nos produce risa.

La envidia, en cambio, no nos gusta manifestarla abiertamente, aunque, a decir verdad, cuando hacemos algo que es guiado por la envidia, no podemos evitar que sea evidente.

"La envidia se nota en el cuerpo. En la mirada ávida, en la cara que se nos pone como verde, en el cuerpo que, de pronto se torna rígido. La envidia se nota a simple vista, quizás porque la palabra envidia comparte su raíz etimológica con la palabra ver", comentó el filólogo Manuel Picado, catedrático de la Universidad de Costa Rica.

Y es que, como dice el refrán: "ojos que no ven corazón que no siente". Y, lo que siente el corazón, cuando ve, es que los otros solo se diferencian de nosotros porque la suerte les sonrió y les dio justo aquello que nosotros necesitábamos para sentirnos felices... Dios da pan al que no tiene dientes... y, a nosotros nos crecen los colmillos.

De todos, todos

La envidia es una emoción prácticamente universal, y para no abrigarla se requiere de una moral a toda prueba. Algunos individuos son afortunados poseedores de esa moral o, quizás de esa inocencia. A la mayoría, sin embargo, la envidia nos ha mordido más de una vez.

Las condiciones que genera la envidia también son prácticamente universales, puesto que nadie, por más favorecido que sea por la fortuna, lo es en todos los aspectos.

Según Picado, siempre habrá otros a quienes se les pueda envidiar algunos bienes, en tanto que todo bien ajeno podrá ser objeto de envidia: el dinero, la fama, el excelente desempeño en tal o cual actividad, las buenas relaciones intrafamiliares, la salud, los talentos, el éxito en la vida sexual, muchas amistades, etcétera, etcétera.

Y aún, si se encontrara alguien tan anormal a quien el cielo, por razones inconcebibles, lo hubiera dotado en abundancia de todos esos bienes, aún así el pecado de la envidia podría quedar expuesto, ya que es posible que se encuentren otros que en tal o cual aspecto estarán mejor dotados.

"La emoción de la envidia posee dos aspectos y ambos son específicamente humanos, en vez de ser propias de los animales en general. Uno de ellos puede expresarse con las palabras Yo quiero tener lo mismo que tiene aquél; el otro, en cambio, con las palabras 'Yo no quiero que aquél tenga más que yo", explica, en su libro sobre la envidia y el deseo, el filósofo francés Marc Angenot.

La diferencia entre estas dos facetas de la envidia es por demás clara; también ambas, por lo regular, se presentan en forma conjunta e inseparable. Los animales luchan y compiten por el acceso a distintos bienes, pero lo hacen sólo bajo el influjo de la carencia de alimento o de sexo.

Dos osos hambrientos pueden pelear por un pez recién capturado; sin embargo, cabe suponer que cuando un oso se sienta satisfecho ni siquiera se le ocurrirá arrebatar peces a otros osos con el único fin de que aquellos no puedan saciar su hambre.

Otra cosa sucede con la gente; los deseos de los seres humanos no tienen límites y vemos, con frecuencia, que hay personas que sienten que nunca tienen nada suficiente: ni suficiente fama, ni suficiente dinero, ni suficiente éxito, ni suficiente reconocimiento.

De la buena y de la otra

"La envidia, como el amor y el entusiasmo, es contagiosa", explica Picado y, como ocurre con las mentiras piadosas, la envidia no siempre es negativa.

"La competencia laboral, tan exacerbada hoy por hoy, muchas veces tiene, en el fondo, una cuota de envidia. La publicidad, por ejemplo, promueve y estimula ese sentimiento".

Así, mientras en la ciudad llueve torrencialmente y uno tiene que ir de un trabajo a otro, en la mayoría de los anuncios el sol brilla y la gente se divierte y está de buen humor.

"La envidia de la buena es, a la larga, una forma de reconocimiento. Se confiesa abiertamente y hasta se puede compartir con el envidiado", expresa Picado y enumera formas y formas de expresar envidia, "La chota, el humor y los refranes funcionan, a veces, como paliativos contra la envidia".

"La aspiración de igualar a los demás, a los que han alcanzado algún éxito, no es nociva ni destructora, siempre y cuando estimule a un mayor esfuerzo; en cambio, sí es nociva y destructora cuando a lo que aspiro es a que a nadie le vaya mejor y cuando todo mi esfuerzo se encamina a querer perjudicar a ese otro, más eficaz, con la esperanza de poderlo reducir a mi propio nivel para que, de esta manera, estemos parejos".

Esa es la otra envidia, "la mala", la que sintió Caín por Abel y el Demonio por Dios. Ese es el sentimiento que nos envenena el alma y nos obsesiona. La envidia de la mala, si se confiesa, se hace a través de las serruchadas de piso o de los chismes mal intencionados.

Es algo que vemos a diario. "Qué nadie duerma tranquilo/ mientras yo dormir no puedo".

Curarse en salud

La envidia es muy temida, por eso, la imaginación popular ha desarrollado una serie de amuletos contra ella. Son solo supersticiones, pero algunos se las toman en serio:

El ajo: tiene que estar colgado en la pared de la cocina, preferiblemente cerca de una puerta o ventana, trenzado y en número impar.

Una campanita de plata: colgada de una cinta roja al cuello de los niños

Una mata de romero: tiene que ser regalada por una persona amiga y trasplantada al jardín de la casa.

Una mata de ruda: se considera una planta bendita, se coloca una hoja bajo el colchón de los niños o en la plantilla de los zapatos.

Una tijera: puesta en cruz detrás de una puerta corta los maleficios.

Un hilo rojo: enrollado en el dedo o en la muñeca protege del mal de ojo.

Una vez que hemos sido víctimas de la envidia podemos recurrir a algunas recetas para "curarnos":

Se pone una bolsita colgada en el cuello que contenga tres granos de sal, la pata derecha y la mano izquierda de un lagarto.

Quemamos un trozo de ropa del envidioso.

Beber tres tazas de agua que contengan 9 plumas de perdiz, 9 granos de trigo y 9 de incienso.

Se enciende una vela. Se echan tres gotas de aceite en una taza de agua y con un dedo mojado se trazan tres cruces en la frente, en el estómago y la espalda del envidiado.

Fuente: Enciclopedia de las supersticiones de Costa y Roldán

Muy tico

Muchos refranes y costumbres de la vida cotidiana de nuestro país se refieren, de forma abierta o solapada, a la envidia:

Si algo que estamos comiendo se nos cae al piso, es porque alguien más lo estaba deseando.

Cuando alguien nos elogia alguna cosa nos apresuramos a decirle que "ahí lo tiene", no vaya a ser que despertemos envidia.

Desde pequeños nos enseñan a "No contar plata en frente de pobres".

Fuente: Manuel Picado, filólogo.

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