En un bote de aluminio hechizo iban él, su madre y 12 personas más. Todos eran cubanos y tenían un horizonte en común: llegar sanos y salvos a la costa de la “esperanza”, a comenzar una vida mejor.
Elián González tenía apenas 5 años de edad cuando su madre decidió llevárselo en secreto a Miami, Estados Unidos. El viaje era tan clandestino como el rapto del niño.
En Cuba –cuna del pequeño– el padre ni sospechaba de la sustracción de su hijo, mas en cuestión de horas se enteró de la peligrosa aventura que su exesposa había emprendido con Elián.
El 22 de noviembre de 1999 al amanecer, la embarcación zarpó de Cárdenas, un punto relativamente cercano a Florida. El remedo de bote no tenía techo ni asientos, y a medio camino se quedaría sin motor.
“Fue el final, en una noche negra y en infierno de pánico. Las personas mayores que no sabían nadar debieron ahogarse al instante (...). Elián sabe nadar, pero Elizabeth no sabía, y bien pudo soltarse en medio de la confusión y el terror”, cuenta García Márquez en un artículo escrito cuatro meses después del acontecimiento, donde murió la madre.
Impactado tanto como la isla caribeña, el autor colombiano y Premio Nobel de Literatura 1982, entrevistó a Juan Miguel González, padre del niño, habló con lugareños y se sentó a escribir un texto que contaría la travesía del menor antes de que la novela llegara a su final.
“Poco después se supo que un niño había aparecido frente a Fort Lauderdale, inconsciente y escaldado por el sol, acostado bocarriba sobre un neumático”, dice el texto titulado Náufrago en tierra firme .
De la embarcación hubo solo tres sobrevivientes. Elían fue uno de ellos y, para efectos de la historia, el más importante, pues se convirtió en símbolo de un sueño truncado pero, más aún, en un arma política que empuñaban dos naciones.
Cuba reclamaba su repatriación, mientras que Estados Unidos intentaba que el niño no volviera a casa. Según García Márquez, lo tenían sometido a “métodos de desarraigo cultural”.
En Cuba, las calles se llenaron de manifestantes, niños y jóvenes que le daban un espaldarazo al padre del menor. Mientras, en Estados Unidos, los familiares del niño pedían el asilo para él.
Fidel Castro levantó la voz para reclamar el retorno de “Eliancito” y el mismo Bill Clinton, entonces presidente norteamericano, tuvo que manifestarse por el caso y acatar una orden del Servicio Nacional de Inmigración (INS): el niño se iba a Cuba.
El 28 de junio del 2000 fue recibido con bombos y platillos, en una ceremonia en La Habana. Castro lo hizo su amigo fiel y lo mostró como ícono de la lucha antiyanqui .
Pasaron los años y el niño creció. Ahora, con 17 años, es cadete en la escuela militar Camilo Cienfuegos, así como miembro de la juventud comunista de la provincia de Matanzas. “Aquí es donde yo pertenezco”, dijo Elián a la prensa, en el 10.° aniversario de su retorno.