“En esa costa existe desde hace largo tiempo una pesquería de perlas y se dice que estas son allí más abundantes que en la misma Panamá. En Punta Arenas me ofrecieron vender considerables cantidades, aunque todas de calidad muy inferior y que valían muy poco; pero tuve motivos para sospechar que las mejores habían sido seleccionadas de antemano y que me ofrecían las de desecho con la esperanza de que yo no entendiese de perlas y me dejara inducir a comprar por lo bajo del precio”.
Con aquellas palabras, Robert Glasgow, viajero europeo de paso por Costa Rica, relataba su experiencia vivida en esta materia en el año 1844, cuando proveniente del Perú y el Ecuador, realizó un dilatado viaje por la región centroamericana.
Nicoya y Papagayo. La importancia que esa actividad productiva tenía en el país se refleja en otras crónicas, recogidas y traducidas en 1929 por el célebre historiador nacional Ricardo Fernández Guardia bajo el título de Costa Rica en el siglo XIX. Antología de viajeros .
A su vez, Ephraim Squier, de origen neoyorquino, destacaba las bondades que tenía el producto nacional: “Los indios de la península de Nicoya practican en escala considerable y con buen éxito la pesca de las perlas. La concha de la ostra perlífera, la madreperla, constituye un artículo de exportación”.
Ese tipo de descripciones coincide con datos oficiales que brindaba el gobierno de la república en el renglón de las exportaciones.
Así se desprende de datos proporcionados por Felipe Molina, guatemalteco asentado en San José y autor del primer libro sobre historia costarricense, quien buscaba promover las bondades del país ante las naciones extranjeras.
En su l ibro Bosquejo de la República de Costa Rica seguido de apuntamientos para su historia con varios mapas, visitas y retratos , publicado en 1851, Molina afirmaba: “Los placeres de perlas abundan en el golfo de Nicoya y asimismo en el de Papagayo [']. Hay buzos en el país acostumbrados a sacarlas y suelen conseguirse perlas de alto valor”.
La anotación previa parece confirmar la impresión de que los principales yacimientos de conchas de perla del país se encontraban en el Pacífico norte: en los golfos de Nicoya y Papagayo.
Documentos de tal naturaleza muestran que la extracción de perlas resultaba un negocio nada despreciable para la economía, junto a la exportación de otros productos, como la zarzaparrilla, el carey y el aceite de coco, así como a la par de la creciente y prometedora actividad cafetalera.
Contratos con el gobierno. En el Archivo Nacional de Costa Rica hemos localizado un contrato de 1854 donde participan una sociedad integrada por el general salvadoreño José María Cañas, Luis Bayer (del Gran Ducado de Bader), y Elías Mosson (súbdito prusiano) y Joaquín Bernardo Calvo, ministro del Interior y representante del gobierno (ANCR, Fomento, n.° 879). Este contrato no sería el único de su tipo firmado en el siglo XIX, pero destaca por algunos aspectos que se anotan seguidamente.
El contrato regiría durante diez años y establecía la pesca de conchas de perla por medio de botes de sumersión o submarinos en todos los golfos y para toda la extensión de la costa perteneciente al territorio de Costa Rica en el océano Pacífico. Llama la atención que tal contrato incluyera toda la costa y no solo un sector.
La sociedad mercantil se comprometía a pagar 12.000 pesos anuales: 6.000 adelantados al iniciar la pesca, y 6.000 cada seis meses hasta la conclusión del contrato.
Como sabemos, José María Cañas desempeñó puestos clave de gobierno en la década de 1850. En una compañía privada de aquella naturaleza, el papel de Cañas era fundamental por sus vínculos con las autoridades, y no tanto por su solvencia económica, aunque esta no debería despreciarse.
Es comprensible que concesiones como las ofrecidas a Cañas y sus asociados no debieron topar con muchos obstáculos pues su cuñado, Juan Rafael Mora Porras, era presidente de la nación.
Como medida de protección ante la creciente extracción de las conchas, el gobierno expresó a Cañas y sus socios la obligatoriedad que tenían de conservar y fomentar la cría de la concha de perla; por tanto, solo debían recolectar las conchas grandes. Es posible que esta disposición oficial no siempre haya obtenido el efecto deseado.
Antiguo interés. Ya antes, algunos extranjeros habían mostrado interés en la extracción de conchas de perla. Desde una época tan temprana como 1825, viajeros ingleses, como John Hale, destacaban las bondades del Pacífico centroamericano en sus relatos: “Las perlas y particularmente la concha de perla abundan también en las costas del mar del Sur [el océano Pacífico]”.
Poco más de tres decenios más tarde, otro peregrino, Thomas Francis Meagher, de origen irlandés, señalaba: “Las madreperlas del golfo de Nicoya son famosas por su tamaño y su belleza”. Así pues, el acopio de conchas de perla era de vieja tradición en nuestro país.
Contratos suscritos por Cañas, así como las descripciones dejadas por foráneos a mediados del siglo XIX, muestran que la extracción de conchas de perla y su comercialización atrajeron a la élite económica local. A la vez, tal actividad suscitó interés en extranjeros que ingresaron a Costa Rica por la extensa costa del océano Pacífico.
Pese a todo, el comercio de las perlas fue perdiendo protagonismo con el transcurrir del tiempo a juzgar por el comportamiento de ese producto en el renglón de las exportaciones durante la segunda mitad del siglo XIX.
En 1848, en su libro, Felipe Molina indicaba que, entre las principales exportaciones del país, destacaban el café con unos 150.000 quintales, los cueros de buey y vaca en una cantidad aproximada de 10.000, “y una pequeña cantidad de perlas pescadas en el golfo de Nicoya”.
Los datos previos y la desaparición posterior del negocio de las perlas en el ramo de las exportaciones hace suponer que, en esta materia, las transacciones comerciales se manejaban primordialmente al margen de la ley y no se registraban oficialmente. De tal modo, es posible que los beneficios se quedasen en el ámbito particular, de unos cuantos inversores vinculados con las esferas del poder.
El autor es coordinador del Programa de Estudios Generales de la UNED y profesor asociado de Historia de la Cultura de la Escuela de Estudios Generales de la UCR.