En un artículo publicado en 1919 con motivo de la muerte del célebre químico, físico y ocultista inglés William Crookes, Omar Dengo –el reconocido educador costarricense y futuro director de la Escuela Normal– afirmó de manera contundente:
“Ya sólo los retardatarios repetidores de una ciencia agostada, niegan con empecinamiento el superior interés y la fecunda posibilidad de la investigación de los fenómenos del espiritismo”.
Igualmente, Dengo se quejó de que “la ciencia oficial restringe su observación al universo físico, dejando por estudiar la material [sic] subfísica y la superfísica, cuyo análisis lo sitúa en una zona inaccesible a la acción de los sentidos físicos”.
Por último, Dengo enfatizó lo que diferenciaba su interés en el espiritismo del que podían tener otras personas, a las que descalificó por su falta de instrucción y de escrúpulos:
“['] mas, conviene repetir: espiritismo científico, por oposición al otro que es cuando no espectáculo de feria, nociva superchería, grata a los ignorantes y propicia a los malvados”.
Renacimiento. Lejos de ser una excepción, el interés de Dengo por el espiritismo fue compartido por buena parte de los ministros de educación del período 1909-1940, otras importantes autoridades públicas, empresarios, profesionales, artistas, intelectuales y algunos profesores de los principales colegios del país y docentes de primaria.
Tal fascinación por lo oculto fue un proceso que caracterizó al mundo occidental en el último tercio del siglo XIX. Como respuesta a la cada vez más intensa secularización de la vida social, se despertó un interés creciente por buscar nuevas formas de espiritualidad que conciliaran los avances científicos de la época con lo sobrenatural.
En este contexto, personas pertenecientes a los sectores medios y acomodados urbanos –entre las cuales figuraban intelectuales, artistas y científicos– promovieron un renacimiento de las ciencias ocultas.
Insatisfechos con el positivismo y decepcionados de la religión tradicional, tales individuos empezaron a organizarse en círculos espiritistas y logias teosóficas. Su convicción de que era posible tener acceso a poderes y saberes alternativos fue alimentada por las nuevas tecnologías de la comunicación (primero el telégrafo, y luego el teléfono y la radio) y por los desarrollos en el campo de la psicología.
Las primeras noticias acerca del espiritismo en Costa Rica provienen de octubre de 1874, cuando el vicario capitular, Domingo Rivas, denunció la circulación de obras espiritistas en el país, en particular las de quien fue uno de sus principales representantes en Francia, Allan Kardec (1804-1869).
Casi veinte años después, en San José operaba un círculo espiritista del que no se conoce mucho, pero que motivó un extenso artículo de José L. Calderón en El Mensajero del Clero del 30 de noviembre de 1897, en el cual equiparó espiritismo y satanismo.
Alrededor de 1906-1907, se constituyó el Círculo Franklin, que se dedicó a estudiar las facultades como médium de la hija del educador Buenaventura Corrales, Ofelia, cuyo caso dejó una huella profunda en la cultura ocultista internacional (véase Áncora , 15/2/2009).
Entre otras figuras públicas, en este grupo participaron el empresario y secretario (ministro) de Hacienda, Felipe J. Alvarado; el canciller e historiador Ricardo Fernández Guardia; el magistrado Alberto Brenes Córdoba; el pintor Enrique Echandi; el subsecretario de Educación, Roberto Brenes Mesén, y el director de la Escuela Superior de Varones de San José, Ramiro Aguilar.
En la década de 1910, Ofelia Corrales se convirtió en el eje de un grupo de espiritistas en el que sobresalían los hermanos Federico y Joaquín Tinoco, María Fernández (esposa del primero e hija de Mauro Fernández, principal impulsor de la reforma educativa de 1886), el destacado estudioso del ocultismo costarricense Rogelio Fernández Güell y el futuro ministro de Educación en la administración de León Cortés (1936-1940), Alejandro Aguilar Machado.
Expansión. Hacia 1911 empezó a operar también, de manera informal, el Centro Espiritista Claros de Luna, bajo la dirección de Ramiro Aguilar, quien prosperó durante la dictadura de los Tinoco (1917-1919) cuando ocupó los cargos primero de subdirector y luego de director del Museo Nacional, la principal institución científica de Costa Rica.
Tras la caída del régimen tinoquista, el espiritismo conoció una expansión significativa. El 15 de septiembre de 1921, al conmemorarse el centenario de la independencia de Centroamérica, Claros de Luna empezó a publicar una revista mensual homónima, de la cual colocaba, en 1923, varios cientos de ejemplares únicamente en la ciudad de San José.
Por entonces, eran miembros de esta organización, o estaban cercanos a ella, Daniel González Víquez, hermano del ex presidente de la República Cleto González Víquez; el futuro ministro de Educación Napoleón Quesada, y los intelectuales Rómulo Tovar y Moisés Vincenzi.
Entre octubre de 1921 y mayo de 1923, se constituyeron cinco sociedades espiritistas más, ubicadas en los puertos de Puntarenas y Limón, en los cantones josefinos de Goicoechea (Guadalupe) y Mora (Villa Colón), y en el casco capitalino. Uno de los miembros del círculo de Guadalupe era el profesor de psicología Salvador Umaña, futuro director del Instituto de Alajuela y del Colegio Superior de Señoritas, y ministro de Educación de enero a mayo de 1936.
En enero de 1925, varios de los principales miembros del Centro fundaron la Sociedad de Estudios de Psicología Experimental. La nueva organización disponía de una revista propia, llamada El Estudio , que, con una periodicidad mensual, circuló entre noviembre de 1925 y octubre de 1928.
Según una lista publicada en su primer número, fuera de San José, la sociedad contaba con corresponsales en 18 (31,6%) de los restantes 57 cantones en los que se dividía el país.
Mediación científica. En su artículo de 1897, Calderón señaló con ironía que “aquellos que ayer se burlaban de los milagros y profecías del Catolicismo, hoy creen en los prodigios y predicciones del espiritismo”. De manera más beligerante, añadió:
“El estúpido materialista que solo creía en la existencia de la materia, después de una sesión espiritista, sale convencido de haber hablado con el espíritu de su padre, hermano o amigo. El que se vanagloriaba de no creer más que al dictamen de su razón individual, vése pendiente de los labios de un médium o medianero que miente, engaña, embauca á su antojo [']. El espiritismo es el castigo de la moderna incredulidad”.
Sin embargo, tal crítica dejó de lado un aspecto fundamental. A esos sofisticados consumidores de lo oculto, tan alejados de la brujería como de la religión tradicionales, lo que les interesaba era la mediación científica, que les permitía conciliar su exploración de lo sobrenatural con la creciente secularización de la sociedad.
Por ese medio podían diferenciar sus intereses y preocupaciones de la simple superstición, asociada con las culturas populares.
Educados y con recursos económicos, tales individuos podrían ser definidos como liberales en búsqueda de espiritualidades alternativas, “científicamente” fundadas. Irónicamente, su esfuerzo a favor de la cientificidad de lo oculto se basaba en desafiar a la ciencia misma, como lo hizo Dengo.
EL AUTOR ES HISTORIADOR Y MIEMBRO DEL CENTRO DE INVESTIGACIÓN EN IDENTIDAD Y CULTURA LATINOAMERICANAS DE LA UCR. ESTE ARTÍCULO SINTETIZA ASPECTOS DE UN LIBRO EN PREPARACIÓN SOBRE LAS CIENCIAS OCULTAS EN COSTA RICA.