La escritora colombiana Laura Restrepo me contó que en cierta ocasión García Márquez impartía un seminario de periodismo para los redactores de la revista Semana , ella incluida, y les reclamó la falta de imaginación para escribir las noticias. “Por ejemplo, si yo me muero en este mismo momento, ¿qué título pondrían”, dijo. De repente entró en la sala Felipe López, dueño de Semana , y contestó: “Muere costeño”.
Partiéndose de risa, García Márquez admitió que para la estirada burguesía bogotana no era más que eso: un costeño, un “caribe”, uno de los 11 hijos del telegrafista de Aracataca. Ahora que el hecho se hizo realidad, ¿cómo hubiera contado su propia muerte el mejor periodista del mundo?
Durante décadas, Gabo jugó al gato y al ratón con quienes deseaban entrevistarlo desafiándolos a que le preguntaran algo que lo sorprendiera o que lo dejaran en paz. Él conocía con pasión de anatomista hasta los mínimos entresijos de “el mejor oficio del mundo” y exigía lo mismo de sus colegas.
Cuando a los 21 años ingresó por primera vez a El Universal de Cartagena “ese día era periodista ya”, según contó. El editor Clemente Manuel Zavala lo reconoció por un cuento aparecido en El Espectador , en 1947, y lo contrató de inmediato. Una década más tarde era uno de los reporteros más leídos de Colombia por su personaje “La Marquesita de La Sierpe”, la columna satírica La Jirafa y el reportaje Relato de un náufrago , reeditado en 1970.
Si García Márquez solo hubiera sido periodista, no habría alcanzado la fama mundial, pero habría sido admirado como uno de los grandes estilistas de la lengua castellana. Su genialidad estriba en haber descubierto que el periodismo era parte de la literatura y que podía disponer de sus recursos para la ficción y así suspender la incredulidad del lector.
Sus grandes novelas están contaminadas de periodismo. Crónica de una muerte anunciada (1982), desde el nombre, mezcla la nota roja con la estructura de la tragedia griega; El amor en los tiempos del cólera (1984) se escribió a partir de entrevistas con sus padres; y Del amor y otros demonios (1994) nace de una noticia.
Incluso, las novelas de Macondo y El otoño del patriarca (1975) están cargadas de referencias concretas, horas exactas, detalles y datos que crean la apariencia de la realidad. Y obedecen a la ley de atrapar al lector desde la primera línea.
“La mejor fórmula literaria es siempre la verdad… Con el tiempo descubrí que uno no puede inventar o imaginar lo que le da la gana, porque corre el riesgo de decir mentiras, y las mentiras son más graves en la literatura que en la vida real”, le dijo a Plinio Apuleyo Mendoza en El olor de la guayaba (1982).
Con casi 70 años publicó Noticia de un secuestro (1996), que vendría a ser su último gran libro y en el que narra los enmarañados vínculos que comparten el narcotráfico y el terrorismo en Colombia. En 1994 había creado la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano en Cartagena de Indias.
Sin embargo, fue entre 1980 y 1984 cuando García Márquez se convirtió en el genio absoluto de la crónica con su artículo semanal en El Espectador . Antes de editarse como Notas de prensa , en 1991, circularon de mano en mano en forma de fotocopias, fueron leídas en tertulias, en varios continentes, y reproducidas sin autorización por numerosos periódicos.
Después de haberse peleado 40 años con las palabras y salir ganando, Gabo corona con este libro un estilo transparente, capaz de decir el universo en 1000 palabras sin esfuerzo. Cada oración puede exigir muchas horas de trabajo siempre y cuando parezca el regalo de un instante.