Desde la colonia, las galleras fueron el sitio de reunión favorito de diferentes grupos sociales masculinos. Los viajeros de la época destacaban la participación de personas de distinta condición económica en tales diversiones: allí se citaron presidentes, figuras públicas, comerciantes y sectores populares, al punto que se llegó a regular la cantidad de dinero que, de acuerdo con los recursos disponibles, se podía apostar.
El viajero alemán Moritz Wagner manifestaba en la década de 1850: “no creemos exagerar si afirmamos que la mitad de la conversación de la población masculina capitalina gira, durante toda la semana, alrededor de los gallos”.
La llegada al poder de Juan Rafael Mora Porras (1849-1859) propició un cambio cualitativo en la sociedad costarricense. El proceso de modernización iniciado durante su gobierno promovió el despliegue de una cultura urbana. En efecto, los habitantes de las principales ciudades del Valle Central ampliaron sus espacios de ocio; así, se pasó de las galleras a las clases de dibujo, idiomas, baile y a las funciones de teatro, lo que supuso la diversificación de la vida cultural de la población.
No obstante, todavía con respecto al San José de 1853, Wagner señaló: “hay poca oportunidad para distraerse. No existen ni cafés, ni lugares públicos de diversión al aire libre”. Sólo encontró un “pésimo teatro”, billares en “oscuras pocilgas” y una profusa variedad de diversiones relacionadas con las fiestas cívicas y las festividades religiosas. De estas últimas expresó:
“En San José se celebran todos los años, en diciembre, grandes fiestas populares. Entonces se organizan procesiones públicas con disfraces, en las que el diablo cargado de cadenas aparece como espantajo popular; unos cientos de piastras se despilfarran en juegos artificiales de mucho estallido y de poco gusto. Se organizan bailes y espléndidas comilonas; y por último una llamada corrida de toros, que comparada con las de Castilla, resulta una mera caricatura.”
Asimismo, mencionó la existencia de un “pésimo teatro” (el Teatro Mora, luego Teatro Municipal), que, en la práctica, fue muy importante para la sociedad en general y para el juego político en particular. En efecto, el teatro abrió un espacio de sociabilidad, en el cual se discutía acaloradamente de política a la vez que se utilizaba para la promoción social e incorporación al mercado matrimonial de las “niñas” de las familias de la elite.
En adelante, el teatro se consolidó como uno de los principales centros de sociabilidad de los pobladores del Valle Central.
Menos galleras. Los cambios anteriormente descritos llevaron a reelaborar el concepto de lo “culto” a partir de la década de 1880, por lo cual las galleras perdieron importancia para las elites, al considerarse un espectáculo “bárbaro” y sanguinario, no acorde con los nuevos cánones sociales y morales.
Por esta razón, en 1912 se discutieron, en la esfera pública, los efectos nocivos que las galleras tenían sobre los individuos. Chester Urbina en su investigación sobre gallos y corridas de toros establece que el diputado Carlos Durán, en tercer debate para la derogatoria de la prohibición, indicó:
“(') las peleas de gallos eran una diversión impropia de hombres serios' dichosamente Costa Rica estaba siguiendo el ejemplo de las naciones cultas, siendo común en las plazas de los pueblos la práctica por las tardes de los deportes favoritos de los anglosajones [futbol] y que si se abrían las canchas de gallos, era muy posible que la juventud abandonara el fútbol para ir a congregarse en ese local para apostar y presenciar la tortura y muerte de las aves”.
La modernización, en especial de la ciudad de San José, también supuso la especialización de los espacios de las diversiones públicas. En adelante, las actividades relacionadas con el “ocio” fueron normadas, delimitadas e institucionalizadas a través de diversos reglamentos.
El proceso de codificación había iniciado desde 1846, cuando se aprobó un Reglamento de Policía, al cual le siguieron numerosos códigos –entre ellos los relacionados con las diversiones públicas– que los grupos dominantes utilizaron para ejercer la dirección intelectual y moral de la sociedad.
Mediante estos procedimientos institucionales procuraron impulsar cambios en los valores éticos y morales. En ese marco fue en el cual el presidente Ricardo Jiménez vetó la ley. Así queda reflejado en este fragmento tomado de La Gaceta de 1912:
“Es mala esa ley [de gallos] porque fomenta el juego, sirte en que naufragan el amor al trabajo, el espíritu de ahorro y previsión, el bienestar del hogar y, no pocas veces, los sentimientos de honradez y compasión humana; es mala porque si hoy se abriera al público de par en par las puertas de las canchas de gallos, mañana, por la lógica fatal de las cosas, habría que hacer lo mismo con las puertas de los garitos, porque ver correr dados es menos innoble que ver correr la sangre de animales sacrificados para solaz o en aras de la codicia de los jugadores”.
Burlar la ley. Aunque las peleas de gallos fueron oficialmente prohibidas, constantemente se transgrede la ley, lo cual evidencia las formas propias que van asumiendo prácticas culturales populares que escapan del control estatal. Así, con el objetivo de cambiar la forma en que se trataban los animales en Costa Rica, se constituyó en 1914 la Sociedad Protectora de Animales.
La primera mitad del siglo XX presenció un proceso de expansión y conformación de nuevos espacios públicos. En un contexto caracterizado por el temprano impacto de la cultura de masas, políticos e intelectuales promovieron el distanciamiento y la redefinición de los espacios de trabajo y ocio, así como los espacios públicos y privados.
En el mundo urbano, el cine, el club social y la radio empezaron a competir –y luego a desplazar– con las tertulias, las melcochas, los recreos, las retretas y las galleras. En este proceso, la prensa, además de ser guía de la opinión pública y promotora del consumo, difundió las nuevas prácticas culturales.
En efecto, a partir de la década de 1920, los lugares de trabajo, los sindicatos y las asociaciones mutualistas empezaron a jugar un papel decisivo en la formación de identidades de clase, y en impugnar explícita o implícitamente las formas de diversión más plebeyas de las culturas populares. Todo esto contribuyó a que se produjera un cambio hacia otro modelo de diversiones y de uso del tiempo libre.
Además, el desarrollo de la cultura urbana estuvo vinculado con la diversificación económica, el crecimiento de la población de las ciudades y la proliferación de sitios para las diversiones públicas.
Este proceso fue mediado por la participación cada vez mayor de las mujeres en la esfera pública, un cambio propiciado por el predominio de las mujeres en ciertos oficios y profesiones (en particular, la de maestra). Fue como parte de este proceso que el Congreso prohibió definitivamente las galleras y el juego de gallos en 1922.
En suma, las nuevas prácticas culturales y la diversificación de las formas de entretenimiento alejaron a los costarricenses de los resabios heredados de la colonia, entre otros, de las peleas de gallos.
LA AUTORA ES DOCENTE E INVESTIGADORA EN LA ESCUELA DE ESTUDIOS GENERALES Y DEL CENTRO DE INVESTIGACIONES EN IDENTIDAD Y CULTURA LATINOAMERICANAS (CIICLA) DE LA UCR.