El prólogo es el charco del libro, y nos gusta saltárnoslo. El prólogo es el mayordomo del libro y surge para indicarnos que esperemos: que el libro ya baja, que está peinándose el primer capítulo, y que él (el prólogo) está aquí para entretenernos con su gárrula plática cháchara. El prólogo enseña que nadie necesita muchas ideas para decirlas en pocas palabras. El prólogo se hace el inocente, mas es taimado y esquivo, ninguneable y envidioso pues le faltaron páginas para llegar a ser capítulo. Si el prólogo fuese un país, estaría en vías de desarrollo.
No ocurre lo mismo con los prólogos de los boleros de la compositora mexicana María Grever; suelen recitarse mientras la orquesta aguarda para entrar en la canción pues se ha quedado en la puerta giratoria del disco. Cuando vuelva a tu lado , bolero de Grever, muestra prólogo; luego, la letra exhorta: “¡Une tu labio al mío y cuenta los latidos de nuestro corazón!”.
Tener un solo labio es la forma más notable del ahorro personal, y compartir un corazón es una manera de gastar menos fisiología.
El beso ha suscitado explicaciones que nos dejan con la boca abierta. Un mito griego ilustra la idea de que el beso transmite el alma de quien muere. Ovidio narra la leyenda de Céfalo, que lanza una jabalina y hiere por accidente a su esposa, Procris; al morir ella, “exhala su desgraciado espíritu” en la boca de Céfalo ( Metamorfosis , XVII, 860).
(Aquí pudimos insertar bonitos pensamientos sobre El beso, constructo social o Beso y posmodernidad , mas no ha llegado la línea en la que siempre nos ponemos cursis.)
Los científicos son los voyeurs de la naturaleza y hasta usan microscopio, la obra maestra de la indiscreción. Así, según la bióloga Diane Ackerman, el beso deriva del acto de oler un rostro ajeno y amistoso ( Historia natural del amor , cap. IV), y la psiquiatra Louann Brizendine presume que el beso nos sirve para evaluar, en la saliva, la condición genética de otra persona (El cerebro masculino , cap. III ).
Para el zoólogo Wolfgang Wickler, la alimentación de boca a boca de los primates fue el estreno milenario de los besos ( Las leyes naturales de la pareja , cap. IV). Él recuerda que los antiguos griegos alimentaban a sus bebés con comida masticada y ofrecida de boca a boca.
Esa práctica existe aún en sociedades “primitivas” y crea un vínculo muy estrecho entre adultos e infantes. Hoy, perdido ya su propósito alimentario, el beso conserva la ex-presión de amor y de preocupación por otros; por tanto, Judas traicionó a Jesús y al beso. El beso yace además en la módica lírica áulica cuando los cursis nos ponemos Bécquer, pero siempre nos recuerda nuestro viejo pasado, cuando un beso nos iluminaba a la Luna, una noche, en la altura de los árboles.