Hay momentos, más cuando se está lejos, en los que se necesita oler el país y, para ella, Costa Rica huele a culantro.Alguien le comentó que en China también cocinan con esa hierba. Aunque las tiendas quedaban lejos de su casa, igual recorría cada sábado un camino larguísimo para que su plato oliera a barrio Luján, a la casa de sus papás, a los chiquillos que juegan en las calles de su infancia, a la finca con vacas de su tío' “Ese olor a país es indispensable para mí”, dice.
Hannia Campos Núñez tiene más de 20 años de estudiar los hábitos alimentarios de los ticos y su relación con enfermedades crónicas como cardiopatías, diabetes y cáncer. Realiza sus investigaciones en el Departamento de Nutrición de la Escuela de Salud Pública, en la Universidad de Harvard, ubicada en Boston, Massachussets.
Como investigadora, ha sido reconocida dos veces por la Asociación Americana de Cardiología e integra la Academia Nacional de Ciencias de Costa Rica. Sus artículos han sido publicados en revistas científicas tan prestigiosas como
A los 23 años de edad, llegó a Estados Unidos para estudiar. Iba por un año y terminó quedándose 29. Sin embargo, al preguntársele, solo atina a responder: “Lo que siempre he querido es regresar”.
Desde 1994, Campos se abocó a conocer las características de los infartos en los costarricenses. Unas 3.968 personas participaron en sus estudios. Los resultados de sus investigaciones han dado cuenta de cómo la baja en el consumo de frijoles hace que perdamos un factor protector del corazón y cómo la creciente presencia de gaseosas en el almuerzo, así como con el hábito de salar en demasía los alimentos, aumenta el riesgo de cardiopatías.
Campos sigue generando análisis a partir de los resultados de ese gran estudio. Precisamente, este año se dieron a conocer tres de estas investigaciones.
El primero reveló cómo los costarricenses triplican el riesgo de infarto si fuman más de 15 cigarros al día y cómo los exfumadores que dejan el vicio por unos cinco años reducen el peligro en un 93%.
Asimismo, gracias a los datos del estudio, ella y su equipo establecieron una escala para determinar el nivel de riesgo de infarto a partir del estilo de vida. De esta manera, se percataron que el 80% de ticos no cuida su corazón y lo expone a sufrir un infarto porque fuman, son sedentarios y tienen niveles altos de colesterol.
El tercer análisis divulgado este año dio a conocer cómo el aumento en la ingesta de arroz expone el corazón de los ticos a padecer diabetes tipo 2 e hipertensión.
“Quizá la respuesta a nuestra salud sea recordar cómo comían los ticos. El casado de antes era saludable; en cambio, ahora es un montón de arroz, un bistec enorme, si acaso un poquito de frijoles y una bebida gaseosa en vez de un fresco natural. Uno se tomaba una papaya en leche o un fresco de chan que se hacía en la casa, y no todos esos productos procesados”, comenta.
Ella lo admite: su investigación está permeada por la tica que es. Aparte del culantro, Campos no puede vivir sin los frijoles.
“Los frijoles fueron la base de nuestra alimentación, se comían en el desayuno, el almuerzo y la comida. Lo interesante es que, conforme la gente adquiere más nivel económico, deja de comerlos porque tienen, pienso yo, una connotación de pobreza. Lo mismo ha pasado con otros productos en Latinoamérica, y en nuestro caso, los frijoles eran lo que comían nuestros indígenas”, dice.
Campos suele fantasear con tortillas caseras aliñadas con queso y con plátanos maduros.
“Me encontré un supermercado latino donde iba a saciar mis antojos. Vendían los plátanos verdes, pero yo los envolvía un mes en papel periódico para que maduraran”.
Veintinueve años parece haber sido tiempo suficiente para aclimatarse, mas ellas sigue extrañando. “Traté de hacer tamales, pero me di cuenta de que las hojas que se consiguen acá son de no sé donde y les ponen algo para preservarlas. Por eso, me salieron los tamales verdes, casi azules. Se veían horribles”, cuenta.
Cómo no va a echar de menos esas comidas si todas las mañanas se exprimían naranjas en su casa y al jugo se le ponía un poco de ralladura de zanahoria.
Pasó siete años peleando por una oficina con ventana en Boston y la batalla valió la pena: ahora puede ver la luz del día, como en Costa Rica solía observar las montañas que rodean el Valle Central.
“Crecí en barrio Luján cuando todavía era un barrio con gente. Todos los vecinos se conocían y había un grupo como de diez chiquillos que éramos amigos y jugábamos escondido. Había mucho sentido de comunidad, con ticos hablantines y muy metidos para ayudar”.
Ya en la universidad, una beca hizo posible que Campos hiciera maletas. “Fue un cambio drástico. Venir de un ambiente así y pasar a uno de relaciones humanas tan frías, donde cada quien estaba metido en sus asuntos, fue muy difícil”.
Sin embargo, cada vez que viene al país, ve a sus amigos de infancia y adolescencia. Ahora también mantiene contacto con ellos por Facebook.
Aparte de su doctorado en ciencias nutricionales, Campos es bióloga y llevó cursos de educación y de inglés. Su primera carrera fue agronomía. “Desde que estaba en el kínder, yo quería ser agrónoma. Mi tío era agrónomo y tenía una finca con vacas”.
También se tituló en artes y decoración, y se especializó después en dibujo arquitectónico. “Me gustan mucho el diseño y el arte, pero ahora son más un pasatiempo. Ya no pinto, pero me encantan las matas y diseñar espacios a partir de ellas”, comenta.
A sus 52 años, Campos ansía regresar definitivamente al país para estar con sus papás y su hermano. “Siento que ya cumplí con mi cuota de responsabilidad social y ahora necesito respirar, salir a caminar con los perros en las mañanas, ir al mar, nadar con los peces... Quiero un balance.
“Después de los 50, uno empieza a reevaluar todo. He dado casi 30 años a la ciencia y a la academia. Y se da el alma, la vida y el corazón. Ya puse mi granito de arena, ahora quiero conocer el país, ir a todos esos lugares que no conozco y explorarlos”.
No obstante, su inquietud científica nunca la deja en paz. “Ahora tengo un nuevo proyecto en mente. Quiero hacerlo en la comunidad de Quebrada Ganado, un pueblito que está antes de Punta Leona”, adelanta.
Hay momentos, más cuando se está lejos, que un gallopinto con culantro es justo lo que el corazón necesita.