Este miércoles, Juan Carlos Mendoza cumplirá 100 días de presidir el Congreso sin perfilar un liderazgo palpable o un cambio sustancial en el andar de la Asamblea.
Mendoza, diputado del PAC que capitalizó el movimiento de la oposición para quitarle al oficialismo el control del Directorio legislativo, empieza a sentir la presión de su puesto y a disfrutar de las mieles del poder de una forma relativa y con poca incidencia.
Él tiene el control que le otorga el reglamento al presidente legislativo, pero no incide en las decisiones políticas, y en las administrativas su influencia es moderada.
La agenda de proyectos a discutir, cuando no está en manos del Ejecutivo; está en manos de los jefes de fracción, no de Mendoza.
El politólogo de 36 años parece más ocupado en la fragua de su imagen; ejemplo de ello es que en la última semana se reunió con la presidenta Laura Chinchilla, con el ciclista Andrey Amador, e invitó al Congreso a los deportistas que representaron al país en las olimpiadas especiales de Grecia.
“Interesa proyectar la diferencia del trabajo que se está haciendo, es necesario decirlo, pero más que decirlo, la misma encuesta de
Tal proyección le vale críticas de la alianza opositora y del Partido Liberación Nacional (PLN), donde se le atribuye un exceso de protagonismo que suena a construcción de imagen electoral, algo que él niega, pero que en el Partido Acción Ciudadana (PAC) no se descarta.
“Es normal que haya gente que diga que él tiene su agenda personal; eso no se había dado antes. Es una persona joven y puede ser que a futuro... no sé; él es politólogo y como politólogo me imagino que su aspiración será llegar a Zapote (Casa Presidencial)”, expresó el jefe rojiamarillo, Manrique Oviedo.
Aun así, la cosmética no le da para generar un movimiento político en función de alguna propuesta de ley o, bien, para desenmarañar el enredo administrativo que domina al Primer Poder de la República.
El 2 de mayo, luego de una histórica votación, Mendoza ganó la presidencia gracias al apoyo del PAC, el Movimiento Libertario, la Unidad Social Cristiana (PUSC), el Partido Accesibilidad Sin Exclusión (PASE) y el Frente Amplio.
Desde su asunción a la silla más alta del plenario, Mendoza afirmó que no sería el vocero de la alianza. El buen lector entendería la profecía escondida en aquella afirmación: tampoco sería su líder.
Esta falta de fuerza se refleja en las decisiones de voto de los diputados, tanto en el plenario, como en las comisiones.
Ejemplo de esto es que no es capaz de convencer a los opositores de aprobar la ley de fecundación in vitro, actualmente en discusión, negativa que encabeza la subjefa de su bancada, Jeannette Ruiz.
“Su voto vale por uno, igual que el de cualquier diputado”, reflexionó la subjefa del Movimiento Libertario, Marielos Alfaro.
Mendoza se opuso con vehemencia al Tratado de Libre Comercio (TLC) con China. Sin embargo, ocho de los once diputados de su propia agrupación le dieron el visto bueno al tratado.
Su antecesor, el liberacionista Luis Gerardo Villanueva, reconoce la buena dirección del debate del presidente actual, pero critica el hecho de que no es “un intermediario ni para negociar”.
En lo administrativo tampoco marca diferencia respecto de Villanueva como director del debate, y ha logrado lo obvio: un cambio en el estilo de dirigir que lo hace más plural y reglamentista, algo que reconocen los propios diputados del PLN, como Luis Mendoza.
A lo interno del Directorio, el presidente del Congreso tampoco logra ejercer liderazgo, pues los acuerdos dependen de la decisión colegiada de los demás miembros que conforman la alianza.
En medio de estas aguas salpicadas por los dispares intereses de sus aliados, Mendoza capitanea el barco en busca de dejar huella.
Sin embargo, en los restantes 265 días de travesía, deberá demostrar que sus intereses van más allá de una agenda personal.