Estaba dotado de una presencia física atrayente, era elegante, lleno de finura y amabilidad, y fue adoptado por su tío Justino, emperador de Oriente, a quien sucedió en el trono. Como emperador desarrolló una incansable actividad, tanta que se le llamo "el insomne".
Ayudado por su esposa, Teodora, realizó una importante obra de engrandecimiento en el exterior. Firmó la paz con el rey de los persas y puso su empeño en restablecer el poder imperial en el Mediterráneo, intentando reconquistar las antiguas posesiones romanas de Occidente. Para ello dispuso de una fuerza militar considerable, un ejército organizado y fiel dirigido por expertos generales, y una potente flota.
A las tropas bárbaras que dominaban el interior opuso -gracias al control con que contaba de las rutas marítimas- un tipo de guerra basado en asedios y bloqueos. En 535 conquistó Dalmacia y Sicilia, y en 540, Italia, donde aseguró el dominio en 552. Desarrolló campañas en el Norte de África de 532 a 548 y aseguró el dominio en la antigua Bética española en 550.
La labor jurídica y administrativa que llevó a cabo en el interior del Imperio fue aun más importante que las conquistas exteriores. Implantó una administración eficaz, centralizada y directamente controlada, y se enfrentó a los grandes terratenientes que poseían verdaderos ejércitos de campesinos.
El mayor éxito de su reinado fue la reorganización completa de la legislación, gracias a la clasificación y adición de las leyes romanas, labor para la que contó con la importante colaboración de Triboniano, Teófilo y once jurisconsultos. El Código justiniano fue publicado en 529; y el Digesto o Pandectas en 533, año en que también apareció un resumen de ambos libros, Instituciones, manual de fácil manejo.
E. Calzavara dice: "El talento reorganizador de Justiniano brilla sobre todo en la compilación de las principales normas jurídicas romanas hasta entonces dispersas, confusas y a menudo contradictorias, en una vasta unificación.