Cuatro días después del fracaso en las celebraciones del 11 de abril en Alajuela, la presidenta de la República, Laura Chinchilla, se mantiene en silencio.
Su mutismo ante críticas en editoriales, redes sociales y declaraciones de ciudadanos molestos es un intento estoico pero insuficiente de aplacar el incendio, pues el fuego no se apaga con callar. Por el contrario, avanza.
La defensa de la concesión por $524 millones para los arreglos y ampliaciones de la carretera entre San José y San Ramón, por parte del ministro de Transportes, Pedro Castro, se le pega a la presidenta como un mal augurio.
El 11 de marzo la Contraloría General de la República autorizó que la concesión pasara de la empresa Autopistas del Valle a la brasileña OAS, un total de 58 kilómetros envueltos ahora en la polémica.
El anuncio de peajes por ¢2.000 exaltó los ánimos alajuelenses, a pesar de que el ministro Castro lo trató de minimizar alegando que era menos que un almuerzo.
La molestia tuvo su episodio de violencia el 11 de abril. Sin embargo, a esta hora, el grito en las calles de grupos organizados en el occidente de Alajuela no tiene una respuesta tangible en la Casa Presidencial, más allá de un acuerdo político entre los seis alcaldes de los cantones afectados y Castro, que no cuenta con el apoyo de los grupos de presión de la zona.
El propio ministro de Transportes aceptó el viernes, un día después de los golpes y empujones, que el error del Gobierno es no saber comunicar a tiempo.
Ayer estos problemas de comunicación quedaron de nuevo en evidencia cuando se intentó infructuosamente hablar con el ministro de Comunicación, Francisco Chacón. Tampoco respondió el ministro de la Presidencia, Carlos Ricardo Benavides, y la respuesta continua de la oficina de prensa era que los jerarcas estaban en reuniones.
La otra realidad. Es como si se apostara a apagar la luz con la esperanza de que, al encenderla, el dinosaurio ya no esté allí. Pero está. La costumbre de que los escándalos en Costa Rica duran tres días parece que se empieza a perder, como tantas costumbres ticas.
En su cuenta de Twitter, Chinchilla no comenta el altercado . De hecho, enmudeció, y ese silencio solo se rompió con dos mensajes escuetos de felicitación al pueblo venezolano por las elecciones que ganó Nicolás Maduro, el heredero de Hugo Chávez.
La óptica del Gobierno es otra. El ángulo cambia la luz y las cosas adquieren un brillo diferente. Para muestra, un botón: la cadena televisiva de la presidenta, el domingo, rescató imágenes de las celebraciones del 11 de abril de un país donde no hubo enfrentamientos ni pedradas en el parabrisas del presidente del Partido Liberación Nacional, Bernal Jiménez.
En las tomas, Chinchilla aparece rodeada de niños radiantes y se omite la realidad, al otro lado de las barricadas de hierro, de los policías golpeados, y de los empujones e improperios. En fin, una realidad políticamente correcta.
Experiencia. Desde otras aceras, la insistencia de Chinchilla en no referirse al tema es vista con ojo crítico: “Cuando sucede una reacción de esta magnitud, hay que oír al pueblo y echar para atrás. Eso no implica debilidad”, opinó el expresidente Rafael Ángel Calderón.
Otro exmandatario, Abel Pacheco, recuerda que en su Gobierno enfrentó fuertes críticas: “Siempre respondí, a veces con pleitos con ustedes ( La Nación )”.
“Sin embargo, es mejor un buen pleito que un mal silencio”, agregó Pacheco.