La generación que ha gobernado Costa Rica durante los últimos 25 años heredó una patria pródiga en beneficios políticos, sociales y económicos. Tan generoso resultaba el modelo, que muchas de las bondades de las que gozamos hoy en día podemos ligarlas aún a una visión de país en la que, con naturales diferencias, existía un norte claro: el bienestar del mayor número.
Esa generación no realizó los ajustes que oportunamente se requerían para poder potenciar más nuestro desarrollo. Conscientes de lo necesitábamos, cobardemente pecaron por falta de acción y decisión. Hoy nos dejan un país sin rumbo claro; con una actividad política reducida a una mera lucha de intereses por controlar un pedazo del, cada vez más pequeño, paquete de prestaciones de nuestra nación, partidos políticos con los cuales nadie se siente identificado y un Estado que, ante la falta de una razón de ser clara, tiende sencillamente a estorbar y a apretar y apretar al ciudadano.
Su peor legado y el mayor reclamo que podemos hacerles es ese sentimiento de impotencia y desesperanza como país, que sistemáticamente enquistaron para esconder lo que no pudieron o dejaron de hacer. Grandes sectores de nuestra sociedad están convencidos de que esta ya no es una sociedad de oportunidades, que ya no es un país en cual pueden cumplir sus aspiración de bienestar y crecimiento.
La mayor responsabilidad es, a pesar de ello, de nosotros, los ciudadanos. Nos hemos conformado con políticos de media tinta, divorciados de las necesidades de este noble pueblo y cuya mejor propuesta es, en el mejor de los casos, sostener cuatro años el poder sin empeorar mucho la situación. Por acción o por omisión hemos cedido ante este grupo, sin exigirles que se pongan al servicio de las verdaderas aspiraciones y necesidades de este pueblo.
Es hora de que reclamemos la Costa Rica que queremos y se la quitemos a quienes la están destruyendo. Es hora de que el poder de las decisiones que afectan el rumbo del país vuelva a estar en manos de quienes sufren día a día con la falta de capacidad y, peor aún, hasta de sentido común de nuestros gobernantes. La tarea no es fácil ni sus frutos inmediatos, pero es impostergable. Debemos de empezar a hacer y no que otros hagan por nosotros.
El desarrollo y crecimiento es cosa de todos, cada costarricense tiene y puede aportar mucho. La política no es monopolio de los partidos. Participemos en las asociaciones de nuestro barrio, opinemos en nuestras organizaciones gremiales, exijamos resultados de nuestras municipalidades, pidamos de las instituciones públicas el cumplimiento sus funciones eficiente y eficazmente. Liberémonos del secuestro institucional del que somos víctimas. Todo eso es política y no podemos dejarla en manos de quienes, día a día, demuestran no tener ni una mínima idea del camino por el que debemos seguir.
Otras generaciones tienen que asumir responsabilidades. Ideas y liderazgos nuevos se hacen necesarios para la reconstrucción de Costa Rica. Una nación que le recuerde a estos políticos todo lo bueno que esta tierra tiene. Hablemos con firmeza para hacerles saber que es posible tomar el camino del desarrollo solidario, inclusivo y justo, cumpliendo con las exigencias que los tiempos actuales nos demandan. Este país, señores políticos, está para mirar hacia arriba, nunca para mirar hacia abajo.
Es la hora de la generación que sigue, la nuestra. Es tiempo de cumplir con el destino histórico que nos corresponde.
Es el momento de volver a creer en lo mejor que tiene este país, su gente, y de hacer que esa gente vuelva a creer en lo mejor que tiene: su país.