¿Cómo eran las casas coloniales? El viajero inglés John Hale visitó Costa Rica en 1825 y describió así las viviendas de la ciudad de Cartago: “Las casas consisten de un piso bajo ['] cuyas paredes están hechas de adobes o ladrillos de una arcilla que parece tierra [']. Las puertas, las ventanas y los techos son de cedro, y estos con tejas”. De acuerdo con Hale, “los pisos tienen por lo general un pavimento de ladrillo cocido al fuego [...]. Las ventanas son iguales a las que se usan en la mayor parte de los países de la América española: una reja de barrotes torneados colocada en un marco con una, dos o tres hileras de travesaños [...]. Las paredes interiores de las casas son enlucidas, encaladas o pintadas a la aguada [...]. No vi en la provincia una sola ventana de vidriera”.
La vieja metrópoli. En 1824, la ciudad de Cartago tenía unos 11.000 habitantes. Según Hale, el casco de la ciudad ocupaba una milla de terreno y estaba organizada en cuadras. Las aguas nacidas corrían por las calles, lo cual convertía a la ciudad en lodosa; de allí su apodo: “la ciudad del lodo”. Sin embargo, pese a la relativa riqueza que tuvo Cartago durante el período colonial, el viajero cuenta que las tierras, las casas y la vida de los cartagineses eran “notoriamente baratas”.
El historiador Arnaldo Moya indica que, en 1820, el casco histórico de Cartago tenía 61 casas principales, cuya área de construcción oscilaba entre los 224 y los 448 metros cuadrados. Una de estas viviendas era la de María Francisca López del Corral, descrita así en 1808: “Una sala, un cuarto dormitorio, una recamara, otro cuarto que esta contiguo a dicha mi casa, una tienda y su trastienda que sirve de despensa, cuya casa esta fundada en treinta y ocho varas de solar y es de pared de adoves, madera de cedro, cubierta de teja con sus puertas y ventanas correspondientes, con su cocina de los mismos materiales”.
Otros propietarios reportan que, además de las recámaras propias de una casa de habitación, tenían oficinas, corredores, aposentos separados para el servicio doméstico y oratorios. Como resulta-do de la revisión de archivo que hizo Moya para el período colonial cartaginés, se determina que muchos de los inmuebles tenían clara influencia del románico españolizado pues especifican la “existencia de un patio interior claustreado, alrededor del cual se dispusieron los diferentes aposentos”.
Dichas dimensiones, la jerarquización de los espacios domésticos, los cambios en la arquitectura, el uso del bahareque y el calicanto no eran características compartidas por todos los habitantes de la ciudad, en cuyas afueras había barrios de grupos marginados.
Tal era la ciudad que fue sacudida por un fuerte terremoto el 7 de mayo de 1822, día de san Estanislao, entre la 1:30 y las 2 de la madrugada. Según el OVSICORI, el evento fue producto de un tsunami y de la licuefacción en la barra del río Matina. El terremoto afectó el Valle Central y el Caribe de Costa Rica, más Nicaragua y el oeste de Panamá. Se calcula que tuvo una magnitud de 7,5 en la escala de Mercalli, producto de la convergencia de las placas de Cocos y la del Caribe.
Política. Los vecinos de Matina narran que sintieron tres violentas sacudidas. Raimundo Calvo expresó: “Hubo tres terremotos tan grandes que aún no se han visto otros de igual calidad; que, pasados, quedó temblando sin cesar veinticuatro horas; que después ha seguido temblando; que la tierra se rajó en muchas partes en grietas profundas, vertiendo de ellas agua salitrosa y arenillas negras; que los ríos y bahías crecieron y se inundaron, poniéndose también todas aquellas aguas salitrosas”.
Los viajeros alemanes Moritz Wagner y Carl Scherzer visitaron Costa Rica en la década de 1850 y señalaron que “Cartago fue sacudida por un terremoto que destruyó en parte la ciudad y horrorizó a indios y blancos de tal modo que se dispersaron en distintas direcciones”.
Los efectos de la devastación en la infraestructura se prolongaron pues, todavía en 1829, el Poder Ejecutivo recibía solicitudes para la reedificación de templos.
Al momento del “terremoto de san Estanislao”, Costa Rica estaba en medio de una convulsión política debida a la reciente independencia (1821). Las ciudades de San José y Alajuela apoyaban un gobierno republicano, lo cual supuso un enfrentamiento con las ciudades de Cartago y Heredia pues estas favorecían la adhesión al imperio mexicano de Agustín de Iturbide (mayo de 1822-marzo de 1823).
Poco antes del terremoto, se creía que Costa Rica estaba al borde de una revuelta o guerra civil motivada por la división indicada. En este contexto se produjo el terremoto. Su impacto fue tal que, en la villa de San José, “el Ayuntamiento acordó tener un cabildo abierto con el fin de perpetuar la memoria de lo sucedido por medio de voto solemne”.
Además, el Ayuntamiento decidió que todos los años, en la víspera, se hicieran una misa solemne al Señor San José y una “procesión con letanías mayores y sermón en que el orador excite la piedad y reconocimiento de estos habitantes, recordándoles la calamidad que experimentó la provincia en esta ocasión en que a pretexto de cuestio-nes públicas se alarmaban los ánimos de los pueblos, preparándose para abrasar en el fuego terrible de la discordia y guerra civil, que la misericordia de Dios se ha dignado atajar por el medio de la calamidad de los terremotos para restituir a los pueblos a perfectos sentimientos de paz, unión y armonía”.
Por su parte, el Ayuntamiento de Cartago, con el fin de consolidar “la paz, alianza y unidad que debía reinar entre unos pueblos hermanos en la crisis más triste y lamentable de los terremotos (que aún no calman) ['], prometió poner un perpetuo silencio a cualesquiera hecho o motivo de resentimiento de una y otra parte y que en obsequio de la paz y de la justicia no se volvería a tocar asunto alguno”.
Daños. El Ayuntamiento de Cartago también acordó que no se permitirían mayores manifestaciones en contra del modelo de organización política vigente: la republicana. Solucionada la dimensión política de la catástrofe, se evaluaron los daños en la ciudad. Una de las primeras decisiones que se tomaron fue el mandar a demoler el edificio del Cabildo y se pidió que, “a la mayor brevedad, [se] acomode maderas y teja del pedazo de cabildo que cayó, para que no se acabe de perder”.
Además de las tapias, casas y el Cabildo, se mandó que se demoliesen el cuartel, la parroquia, la iglesia y el convento de San Francisco. También quedó dañado el Hospital San Juan de Dios, ubicado en el convento de la Soledad.
El Ayuntamiento mandó comunicar a los “barrios por medio de sus celadores, que aquellos hombres, laboriosos que estén por sembrar o desyerbar sus milpas y demás siembros, no se ocupen en trabajo alguno en el ínterin [para que] sean concluidos estos trabajos [de reconstrucción] tan de primera necesidad”. Así pues, se recurrió al trabajo voluntario de los vecinos para la reconstrucción.
Una evaluación preliminar del impacto del sismo sugiere que el sistema constructivo que se utilizó en adelante privilegió el uso del bahareque. Luego del terremoto de san Estanislao, la fisonomía de Cartago se modificó: el cuartel se trasladó a un predio “entre los confines de la misma ciudad” y familias de diverso origen social debieron construir casa nueva.
La reedificación ocasionó cambios en la arquitectura pues se introdujeron elementos republicanos en la ciudad de Cartago, la cual se renovaría en su totalidad dos décadas más tarde.
LA AUTORA ES INTEGRANTE DEL CENTRO DE INVESTIGACIONES EN IDENTIDAD Y CULTURA LATINOAMERICANAS DE LA UCR; ESTE ARTÍCULO SINTETIZA ASPECTOS DE UN LIBRO QUE PREPARA SOBRE LA CIUDAD DE CARTAGO EN LOS SIGLOS XIX Y XX.