A Jéssica Calderón le pasaba las mías cuando, de pequeña, debía ir a la biblioteca: “Yo solo iba para hacer trabajos del
En mi caso, conocí una biblioteca hasta que entré al colegio y conservo la imagen de un sitio al que había que entrar con la boca sellada para no hacer ruido (¡qué difícil imponerle eso a una adolescente!). ¡Shhhhhh! era la regla en Tibás, la misma que Jéssica tuvo que respetar en Palmares, donde estudió.
Recuerdo a la bibliotecóloga salir de entre los estantes llenos de libros viejos con su figura rígida y su andar pausado.
Por eso, cuando Olga Rodríguez me habló de la intención de transformar las bibliotecas públicas del país en lugares de interacción entre las diferentes generaciones, y en sitios donde las nuevas tecnologías se abrieran espacio sin acabar con la insustituible experiencia de tocar un libro, pensé: “Tengo que ver esto”.
La verdad es que todavía funcionan bibliotecas públicas que más parecen enormes mausoleos blancos, llenos de libros pero vacíos de gente.
En muchos centros de enseñanza de primaria y secundaria, las bibliotecas han cedido su espacio a modernos centros de cómputo.
Parece inevitable: con la llegada de Internet y las nuevas tecnologías de la información, este tipo de servicios se han enfrentado al reto de modernizarse o morir, tragados por el ciberespacio y el mar de datos que circulan en la red de redes.
Bibliotecas mundialmente famosas y emblemáticas como la del Congreso de los Estados Unidos, la del Museo Británico o la Biblioteca Nacional de Francia, han invertido sumas millonarias en un proceso en que le llevan años luz de distancia a nuestro país.
Olga Rodríguez, directora del Sistema Nacional de Bibliotecas (Sinabi), asegura que ya varias de las 57 bibliotecas públicas están probando con éxito la digitalización de su colección bibliográfica y la incorporación de nuevos servicios para usuarios cada vez más exigentes.
Me contaron sobre el caso de Palmares. Ahí funciona una biblioteca que cumple bastante bien con el perfil que el Sinabi quiere esparcir por el resto del sistema, con el apoyo del Ministerio de Cultura.
“Se llena de bebés ávidos por cuentos cada mañana; y de escolares y colegiales que aprenden y se entretienen con Internet apenas salen de clases”, me dijeron. Así que emprendí el viaje.
Fue justamente en la biblioteca pública de Palmares donde conocí a Jéssica Calderón y a Valentina, su pequeña de tres años y seis meses de edad.
Llegaron poco antes de las 10 de la mañana y, junto a un nutrido grupo de mamás con sus pequeños, aguardaban la hora de la lectura en un programa que la biblioteca palmareña llamó ‘Leer desde mis primeros pasos’.
La sala de lectura estaba repleta de mamás con sus bebés, con edades entre uno y cuatro años. ¡Qué jolgorio aquel! Lo dicho por Olga Rodríguez estaba cobrando forma en la biblioteca pública de una comunidad ubicada a hora y media de la capital.
Cuenta Xinia Méndez, la nueva directora, que todos los días, de 9 a.m. a 11 a.m., varios grupos de niños se turnan a la maestra de preescolar Karen Rojas Solórzano para que les cuente cuentos, les cante canciones y los ponga a escuchar música durante una hora de sesión.
Cien menores participan actualmente en este programa y otro tanto está en lista de espera.
Se trata de una forma de fomentar el gusto por la lectura desde edades tempranas, un proyecto que el Sinabi planea reforzar en el resto del país y que incluirá, entre otras cosas, la primera encuesta nacional para medir el nivel de lectura de los costarricenses, el próximo año.
Hasta ahora, no existe en el país un estudio con indicadores oficiales sobre cuánto se lee en Costa Rica.
La carencia es enorme si usted toma en cuenta que en nuestro país el 99,3% de la población sabe leer y escribir; hay más de 4.547 centros educativos, y funcionan 50 editoriales, 200 librerías y 1.500 unidades de información, de acuerdo con un documento facilitado por la Cámara Nacional del Libro.
Una investigación de agosto del 2000, del Instituto de Estudios Sociales en Población (Idespo), de la Universidad Nacional (UNA), halló que solo el 3% de la gente considera importante inculcar el hábito de la lectura.
El mismo estudio revela que casi el 60% de la gente nunca lee libros de ciencia ficción, acción, suspenso o terror; el 23% nunca lee revistas; el 20% no lee sobre ciencia y el 4% no lee periódicos.
Mientras se encuentran las cifras oficiales que dibujen el perfil del lector tico, Jéssica y Valentina ya tienen apartada en su agenda la visita diaria a la biblioteca de Palmares.
“
Es cierto. La observamos sentada en el piso, con Valentina en los regazos, leyéndole un libro de animales. La niña miraba cada imagen y repetía las palabras que su mamá le decía.
“Cuando lleguen a la escuela, la lectura no va a ser algo chocante e impuesto. Los libros serán para ellos como un juguete para disfrutar”, explicó un rato después la
La biblioteca de Palmares se está haciendo pequeña para todo lo que llegan a hacer los lugareños. El Ministerio de Ciencia y Tecnología (Micit) instaló ahí uno de los 279 Centros Comunitarios Inteligentes (Cecis) del país, y de este se aprovechan los chiquillos al salir de la escuela o el colegio.
Un grupo grande, recién salido de la clase de Educación Física, llegó en busca de alguna de las seis computadoras de uso libre y gratuito del Ceci de Palmares. A sus espaldas, la bibliotecóloga Ana Julia Hernández los guía: “La tecnología es muy importante, pero ¿qué hacen los chiquillos si se pierden en el mar de información?”.
Ana Julia tiene 21 años de trabajar en bibliotecas y es testigo de su transformación. “Debemos adaptarnos. Las computadoras tienen que convivir con el libro, que nunca va a desaparecer”, pronostica.
Es una biblioteca con un ruido ordenado y respetuoso. En la sala infantil, los bebés viven su bullicioso proceso de enamoramiento del libro; en el Ceci, los escolares navegan en Internet, y en la tradicional sala de lectura, un grupo de estudiantes universitarios busca información en otra terminal de computadora.
En Palmares, hasta los adultos mayores tienen dos computadoras, con pantalla gigante por aquello de los problemas visuales que llegan con la edad.
Un programa similar con bebés funciona en la biblioteca pública de Goicoechea, en San José, y más de 200 niños menores de cinco años están inscritos.
En la mira del Sinabi están otros centros como el de Puntarenas, Sarchí, San Pedro de Poás y Naranjo. Olga Rodríguez dijo que, a partir del 2011, serán reforzados con programas similares.
Lo de la “biblioteca sin paredes” nació cuando Rodríguez escuchó hablar del hospital sin paredes, una idea del doctor Guillermo Ortiz Guier (q.d.D.g.).
“Lo llamé y le pedí permiso de usar el mismo término para un proyecto que, por ahora, funciona en Palmares”, explicó la funcionaria del Sinabi.
En ese cantón alajuelense hay un barrio llamado La Cocaleca. Su nombre, según explica José Manuel Solórzano, de 12 años, proviene de una yegua, una que servía de punto de referencia para dar direcciones, pues pasaba la mayor parte del tiempo amarrada a un poste de la pulpería. Allí, en La Cocaleca, es donde funciona la biblioteca sin paredes.
Funciona en una escuela pequeña, con apenas 170 estudiantes y un edificio bastante ajustado; por eso, no dispone de lugar para instalar una biblioteca.
Desde el centro de Palmares, dos veces al año, la bibliotecóloga visita la escuelita para dejar 60 libros que, en poco tiempo, son devorados con avidez por los alumnos.
Esta es la llamada biblioteca sin paredes que el Sinabi también quiere llevar a otras partes del país donde, por falta de medios o de personal, es imposible levantar un edificio.
Es parte de la iniciativa que busca acercar el libro, la información y el conocimiento a la población que aún no tiene posibilidades de acceso a una computadora o a quienes, teniéndola, se ven en dificultades para seleccionar la información.
Sin paredes también es el proyecto de la Biblioteca Nacional, en San José. Está a cargo de Laura Rodríguez, bibliotecóloga especialista en informática.
Lo invito a visitar la dirección www.sinabi.go.cr y echarle un vistazo a un portal creado hace año y medio para poner al alcance de todo el mundo –literalmente– los tesoros de la Biblioteca Nacional y de la cultura costarricense. Es la biblioteca virtual de la cual se habla tanto.
Hice la prueba y pude leer un libro de 1909, con vistas de la Costa Rica de entonces, en que se observa la villa de San José, con sus casas de adobe y el majestuoso y recién estrenado Teatro Nacional. ¡Maravilloso!
Navegué por la versión de 1936 de
La Biblioteca Nacional tiene un fondo documental de 700.000 volúmenes y 21 computadoras que son consultados, diariamente, por 200 personas (investigadores y estudiantes, principalmente), según datos ofrecidos por Yamileth Solano, su directora.
El sitio logró incorporar digitalmente 14.000 documentos; entre ellos, los primeros 60 libros impresos en Costa Rica entre 1800 y 1850. Ha tenido más de 750.000 visitas, de 93 países.
“Debemos llegar a los usuarios a través de las nuevas tecnologías”, sostiene Yamileth Solano. Laura, entusiasta como es con su proyecto del portal, insiste en que se trata de una plataforma de servicios de información y de gestión del conocimiento.
“La información está por todo lado, pero hay que desarrollar contenidos y gestionar el conocimiento con portales donde la gente encuentre, en un mismo sitio, exhibiciones virtuales, diccionarios biográficos, buscadores integrales y el catálogo, que no puede faltar”, añade.
“¿Cómo vamos a hacer que esto llegue al público? Queremos convertirnos en promotores de la lectura y debemos trabajar con la comunidad: con la municipalidad, la asociación, la escuela”, prometió Olga.
Todo sugiere que la famosa, esperada y prometida fonoteca, cobrará forma pronto. Olga está de visita en México, observando la experiencia en una de las mejores fonotecas a ver si, por fin, Costa Rica puede dar el ansiado paso de guardar la memoria oral de nuestro pueblo.
Si logran hacer que el resto de las bibliotecas incorporen, al menos, una parte de lo que se está haciendo en Palmares, no cabe duda de que las bibliotecas ticas ya no serán más ese recinto aburrido y de letras casi muertas.
Cobrarán vida y tendrán una nueva cara, moderna y más humana, junto al barullo de los bebés y el teclear de las
Un reto enorme, sin duda. Está por verse si se cumple.