El prolífico historiador Iván Molina Jiménez acaba de publicar un libro que analiza una revolución. Sin embargo, no es una revuelta social o política la que inspecciona este texto, sino una transformación cultural que quizás sea una de las más importantes metamorfosis que experimentó una rama del conocimiento científico costarricense en el último tercio del siglo XX: la Historia.
Revolucionar el pasado: La historiografía costarricense del siglo XIX al XXI está integrado por seis capítulos que inspeccionan las formas de cambio en el estudio, la investigación, la escritura, las metodologías, las temáticas, las teorías y las fuentes de la historia como disciplina en Costa Rica entre el siglo XIX y el presente.
No obstante, el objeto fundamental del libro es estudiar la llamada “Nueva Historia”. Con ese término se ha denominado en Costa Rica al grupo de transformaciones que ocurrieron en la disciplina de la Historia y que la llevaron, después de la década de 1970, a superar el historicismo clásico positivista y a aplicar nuevos métodos de investigación que renovaron por completo sus formas de análisis, creación y escritura.
La tesis del autor es clara: a partir de 1970, la práctica de la Historia en Costa Rica se convirtió en un dinámico campo de aplicación de las más influyentes corrientes de la historiografía internacional cosechadas en el mundo desde, por lo menos, la década de 1930.
En ese transcurso, se pasó de una historia preocupada por el acontecimiento, sumamente nacionalista, con escasos criterios metodológicos y con pobres relaciones explicativas, a una historia-problema, con diversos e imaginativos instrumentos de análisis, con intentos de cuantifi-cación, muy relacionada con las Ciencias Sociales, profundamente cuestionadora de los mitos nacionales y comprometida con el cambio.
Con conocimiento erudito, Molina inspecciona así el mundo de los historiadores costarricenses, los cambios a los que se adhirieron, los agentes de la transformación, sus mejores logros, sus avances, sus discusiones, sus virtudes y también sus límites.
El balance final del texto es halagador. El trabajo de Iván Molina Jiménez deja claro que la nueva historia ha sido un movimiento intelectual dotado de un programa específico que quizás tuvo una versión política, pero que se concentró en renovar los métodos de investigación histórica y en institucionalizar su revolución en la Universidad de Costa Rica y la Universidad Nacional.
No es difícil ver que, al respecto, la nueva historia efectivamente triunfó y produjo en Costa Rica un grupo profesional marcadamente interesado por la investigación y el cuestionamiento de los referentes históricos que tenía el país y, por tanto, creador de una interpretación diferente y profunda sobre su desarrollo histórico.
La nueva historia también volvió a los historiadores del país más centroamericanistas en sus reflexiones y en sus comparaciones, y posibilitó con eso una renovación de los estudios históricos en el istmo. Al mismo tiempo, esa nueva historia supo renovarse y empaparse de modas y nuevas transformaciones alimentando sus propias discusiones teórico-metodológicas.
La nueva historia fue capaz de crear una comunidad científica de historiadores sumamente críticos de su trabajo, actualizados en su conocimiento, con contacto directo con otros científicos sociales de otras partes del mundo, con aportes teórico-metodológicos, con voz propia y con un sistema de reproducción que ha asegurado la persistencia y la renovación.
En general, el libro que comentamos es muy claro y está escrito en el lenguaje ameno que caracteriza al autor.
El aporte de Revolucionar el pasado al conocimiento de esta verdadera revolución cultural lo vuelve una obra indispensable para especialistas, científicos de las Ciencias Sociales, las artes y la literatura y, en general, para todo aquel interesado en revisar a esa Clío que se cosecha detrás de las paredes universitarias y que, un día sí y otro también, revisa y actualiza el conocimiento de la historia del país y la región.