A las 4 de la tarde del pasado domingo, el Niño tuvo que despertarse delante de las visitas. No le quedó más remedio: llegaron hasta el borde de su cama y comenzaron a cantar y bendecir a los cuatro vientos, sacudiendo guitarras y acordeones.
La luz de la tarde, cada vez más brillante, iluminaba sin calentar al viento helado, que se paseaba tembloroso entre los cafetales y los palos de limón.
La centenaria casa del Museo de Cultura Popular, en Barva de Heredia, parecía un buque inclinado hacia las montañas, pues un murmullo lento y decidido navegaba hacia el mismo rincón.
Los asientos no daban abasto; ni las bancas ni el suelo. Cientos de vecinos de la comunidad de Barva -en su mayoría- se habían acomodado en dirección al portal, adonde un par de candelas de cebo iluminaban los cantos de doña Anita y su hermano Beto.
La centenaria casona, que alguna vez fue la casa de verano de la familia del expresidente Alfredo González Flores, renovó las bendiciones que acostumbra desde hace 11 años, cuando pasó a ser parte de la Universidad Nacional y se convirtió en el Museo de Cultura Popular.
El tradicional Rezo del Niño, oficiado desde entonces por doña Anita Chacón Arce, de 75 años, y su hermano Edilberto, de 73, es uno de los ejercicios espirituales más saludables del museo. Además de las alabanzas y bendiciones, el rezo trae el milagro regalado del café caliente, los bizcochos recién horneados con leña y el "compuesto", una mezcla indescifrable, pero efectiva de sirope y guaro de contrabando.
Todos los eneros, desde hace más de una década, los hermanos Chacón Arce le dedican al Niño Dios y su familia una hora de liturgia. Doña Anita entona los salmos, cantando a voz en cuello, y don Beto el acordeón, ambos inseparables, como hermanos que son.
La vida como rosario
Rezar es un trabajo serio -para empezar, hay que recordar decenas de estrofas en español y latín y tocar algún instrumento que se acople al rito- pero los hermanos Chacón Arce no lo han convertido en su modo de vida. Para ellos, la fe sí mueve montañas.
Don Beto -con 11 hijos casados- es pensionado estatal, y doña Anita, quien se mantuvo fiel a la soltería, vive solita en su casa, trabajando como lavandera para la iglesia de Barva, desde hace 32 años. Casullas, albas, paños, amitos, manteles, purificadores y corporales: en lo relativo a moda piadosa, doña Anita es una eminencia. "Sabe más casi que el padre", interviene don Beto, con la picardía que ninguna plegaria puede apagar.
Con tarifas que van desde los ¢10.000 (para los vecinos cercanos) hasta los ¢12.000 (para zonas más alejadas), el auge de los rezadores se da por temporada y ésta solo dura tres meses: de diciembre a febrero, mientras los portales calientan el sitio de la fe.
"Nos empiezan a llamar desde el 25 de diciembre", cuenta doña Anita. "Eso sí, que nos vengan a llevar y a dejar", dice, estallando en risitas guturales.
El auge del rito católico los ha llevado por todo el país: San Carlos; Alajuela; Cartago; San José. "El otro día estuvimos hasta allá lejos, en Desamparados", relata la mujer.´
Se convirtieron en los rezadores del Museo de Cultura Popular en el año de su fundación, en 1994, y aunque siempre habían rezado por placer, empezaron a hacerlo por encargo en 1964.
"Siempre me gustó rezar, desde que estaba jovencitilla", cuenta doña Anita, quien se remonta a sus 9 años con la facilidad del que lanza una mirada a un costado. Como si fuera ayer, recuerda que su primer rezo lo hizo delante de un pedazo de periódico, donde estaba la imagen impresa de un humilde pasito.
"No sé, tenía ese entusiasmo, y como desde chiquilla acompañaba a varios rezadores pues aquí se me metió todo", dice, apuntándose la cabeza, "porque nosotros no fuimos a la escuela... apenas pasamos cuarto grado".
Fin de la jornada
Doña Anita reza y canta -o canta y reza, que es lo mismo- y don Beto se limita al acordeón. "Antes cantaba para darle serenata a las novias", ríe su hermana. "Yo les digo que se aprendan las letras porque si yo falto el otro año, ¿quién va a rezar? Solo Dios sabe... somos de la muerte", sentencia ella, sin dejar de sonreír.
Los adultos miran y los pequeños quieren mirar. El rezo se prolonga un buen rato y la atención de algunos se desgrana por el patio, donde hay zancos, máscaras y unas buenas porciones de zacate soleado y tibio.
Los corredores de la casa son un punto intermedio: mientras la mayoría sigue el rezo, otros lo atraviesan corriendo, llevando y trayendo panes calientes, vasos de café y recados de comida.
Algunos niños juegan con carritos, en el silencio de un buen pellizco.
Finalmente, las canciones llegan a su fin con una letanía que desea bendiciones para todos y un contundente buenas tardes . Doña Anita levanta la sesión con un ademán y se queda sentada junto a su hermano, sosteniendo un bollito de pan que alguien le trajo.
La gente se acerca a saludar o pedir la intervención de la familia en algún evento particular.
Los hermanos agradecen y dictan su número telefónico con la humildad de quien no se acostumbra a darlo.
Alguien les ofrece un empujón al centro de Barva, a cambio de una canción.
Doña Anita se incorpora y pide el ritmo de Chaparrita , "un valsecillo como de 100 años". Don Beto se adelanta y advierte: "Es más larga que silbido de lechero".