Como siempre sucede en las películas –en este caso, una de bajo presupuesto porque no hubo efectos especiales que le pusieran emoción–, el planeta sobrevivió de nuevo al “fin del mundo” anunciado por muchos agoreros, esta vez, para el 21 de diciembre.
Fundamentados en el cierre de una gran era maya y potenciados por una imaginación sin límites que les llevó a esperar situaciones sin ningún fundamento, como que los polos magnéticos se invertirían de un momento a otro o que el Sol nos iba a rostizar sin previo aviso, ayer tuvieron que afrontar la cruda realidad: la Tierra sigue siendo un hermoso planeta, lleno de vida.
Algunos de quienes siguieron las palabras de estos embusteros, malgastaron su dinero construyendo búnkeres o arcas, comprando un boleto para pasar el día en un refugio o trasladándose para llegar a lugares donde supuestamente podrían salvarse de la hecatombe.
A los de este último grupo, que visitaron el pico de Bugarach (sur de Francia) esperanzados en que naves espaciales llegaran a la montaña y los rescataran, los vecinos los recibieron con hospitalidad y buen humor, disfrazados de extraterrestres en tonos verdes y plateados, con antenitas de resortes.
No solo los razonamientos científicos fueron rechazados por los creyentes, sino que las mismas explicaciones de los mayas fueron omitidas por meses y meses.
“Esto no es el fin del mundo, es una oportunidad para la esperanza en una conciencia humana mejor”, insistió ayer, de nuevo, Miguel Tum, un anciano maya, en Valladolid, un pueblo mexicano cuyas calles coloniales fueron invadidas por turistas que desde allí partían hacia centros arqueológicos, cenotes o playas del Caribe para celebrar el comienzo de la nueva era.
“El 13 B’aktun no representa el fin del mundo, como mal lo presagiaron en otros lugares, pero en esta nueva era, si no se protege a la Madre Tierra, al Sol, al aire, al viento, que son nuestra esencia, es seguro que nuestro planeta morirá pronto”, reflexionó uno de los sacerdotes mayas ayer en la plaza central de Iximch, Guatemala.
Mientras algunos esperaban con miedo una lluvia de fuego, terremotos, sunamis, una alineación estelar o hasta un agujero negro que acabaran con la civilización, en las zonas de los templos mayas la espiritualidad llenó el ambiente con cánticos, bailes y juegos.
“Así lo hicieron nuestros antepasados, y es de esta forma que daremos inicio a una nueva era esperando el nuevo Sol”, dijo uno de los líderes mayas en Iximch, junto al fuego desde el cual se desprendía hacia el cielo una columna blanca del incienso lanzado a las llamas.
En canastos fueron sacando mirra y aventándola en la llama. Los sacerdotes se sentaron en los cuatros puntos cardinales conocidos como los “puntos del nagual”. Después de bailes, los creyentes se hincaron en cada una de las direcciones y siguieron la invocación de los guías espirituales.
“Aquí todos somos hermanos. Todos aquí somos hijos de la Luna y del Sol”, dijo el sacerdote.
“Esperamos verdaderamente un nuevo amanecer, sin divisionismos, discriminación y exclusión hacia nosotros”, dijo el maya Fortunato Mendoza, quien viajó a Tikal y fue uno de los pocos afortunados que pudo hacer una ofrenda por la vida en este místico lugar, ícono de su cultura y declarado patrimonio mundial.
Esta fue solo una de las decenas de veces que alguien ha anunciado el final de los tiempos desde que se tienen registros. Tuvo la particularidad de ser de las pocas ocasiones en que no estuvo ligada con la tradición cristiana que espera la segunda venida de Cristo.
A pesar de lo vivido ayer, es de esperar que el “fin del mundo” llegue de nuevo, aunque sea en forma de película.