De golpes uno puede llegar a entender bastante, cuando la vida lo toma como su sparring. Es cuando no queda ‘más tren’ que ‘apañarse’ con ella a las patadas y los pescozones: entonces, la lucha va por la libre y la igualdad en las condiciones se convierte en una utopía. La clase obrera entiende poco de los versos que vienen de arriba; saben mucho de la prosa que encierra el ganarse la vida en una lucha ‘a brazo partido’, que no es a dos de tres caídas.
De golpes saben bastante; de la rudeza de un puñetazo dado en mala hora; también, de cómo salirse de una llave y seguir de pie, mucho. Ponerse un máscara para darse de ‘costalazos’ contra otro luchador entre 12 cuerdas es apenas una recreación, una metáfora del día a día de un país que nos dice cada día que todos somos iguales... y resulta en la sospecha de que algunos son más iguales que otros. Ser otro, aquí, es otra cosa: se trata de ser alguien más, aunque entonces sea otra y la gente lo vea de arriba abajo.
Acá se aprende que la vida no se explica y a estar ‘ojo al Cristo y mano a la cartuchera’: un descuido se paga con el ¡1, 2, 3..., fuera! Esa fatídica sentencia les dice que ya estuvo, que otro fue mejor, con varios ojos extraños atestiguando cómo hoy no fue el día de uno. Así, la derrota da una sensación de soledad como la del boxeo, un deporte tan solitario que hasta el banco le quitan a uno (diría el difunto Óscar Ringo Bonavena)...
La vida seguirá, porque la vida tiene esa maña de no esperar por nadie. Como la noria, todos volverán a su rutina, a seguir la lucha sin máscaras de todos los días, que les da el fogueo para la lucha del fin de semana en la que se enmascaran y son otros ante otros por unas horas, un tiempo de fantasía en el que pueden llegar a pensar que sí, que este sí es el país más feliz del mundo.
Fotos: Camille Zurcher /Texto: Arnoldo Rivera/ Luchadores: Grupo Luchamanía