Para el austriaco Heinrich Harrer la vida corre con la intensidad de una aventura, como si fuera un personaje de Julio Verne o de Emilio Salgari, solo que perseguido por circunstancias políticas.
Ese es precisamente el núcleo argumental de la última película del francés Jean-Jacques Annaud que se estrenará a partir de mañana en distintos cines de la capital: Siete años en el Tìbet.
Precisamente Annaud en alguna ocasión afirmó que su cine es el menos francés de entre los realizadores franceses, afirmación que refleja un estilo de hacer cine, cercano a los rostros hollywoodenses, y que en Siete años en el Tíbet consumió un presupuesto de 70 millones de dólares.
La vida de Harrer
De alguna manera resultaba extraño que la vida de Heinrich Harrer no hubiese llegado antes al cine. No es sino hasta ahora que la guionista Becky Johnston empezó a investigar el tema, prácticamente sin saber nada sobre particularidades que ahora vemos en la película: montañismo, budismo, nazismo y el Tíbet.
Siete años en el Tíbet se basa en el libro autobiográfico de Heinrich Harrer (publicado en 1952) y recoge los momentos más dramáticos.
Harrer escaló los Alpes (fue el primero en coronar el Eiger suizo), estuvo en las junglas del Congo y en la Amazonia, repitió expediciones en Nueva Guinea, trató de ascender el Himalaya y fue metido a un campo británico de prisioneros en la India. De allí quiso escaparse repetidas veces, hasta que lo logró con su amigo Peter Aufschnaiter e intentó llegar a Japón (aliado de Alemania en la Segunda Guerra Mundial) atravesando China.
Para lograrlo se adentró en el Tíbet y, pese a la prohibición del gobierno tibetano, Heinrich y Peter llegaron a Llhasa, la Ciudad Sagrada del Tíbet, después de caminar 2.400 kilómetros en 21 meses. Allí, sin proponérselo, Harrer permaneció siete años, mientras su amigo contraía matrimonio con Pema, nativa del lugar, y él se convertía en amigo del Dalai Lama en el palacio privilegiado de Potala.
La aventura se alarga
Pero en 1950 las tropas chinas prolongaron la revolución maoísta al Tíbet y en noviembre Harrer abandonó el lugar, con sus largos años de aprendizaje cultural. Iba al ecuentro de una familia abandonada en Austria (a su esposa la dejó embarazada para ir a la aventura y la presencia del hijo lo golpeaba año a año).
El filme Siete años en el Tíbet recorre esas vicisitudes y prefiere sugerir un final feliz en el encuentro entre el padre y el hijo (en realidad, no mantienen una relación cercana). Pero no solo eso: la película obvia de manera acentuada el pasado fascista de Heinrich Harrer, denunciado precisamente por la revista alemana Stern. Harrer fue miembro voluntario del partido fascista alemán y cinco años después fue integrante de las crueles SS; contrajo matrimonio con el uniforme del ejército nazi y el 31 de julio de 1938 posó orgulloso en una fotografía con Adolf Hitler.
Esos datos han generado reacciones de distintos sectores (sobre todo, organizaciones judías en los Estados Unidos), quienes protestan por el sentido heroico, épico, que tiene la vida de Harrer en la película. Este, sin embargo, insiste en que ese es un pasado del cual se arrepiente: "Es la aberración más grande de mi vida", y el filme ha tenido el cuidado de recoger ese arrepentimiento.
Asunto de escenarios
Se dice que ese pasado de Harrer generó dificultades para filmar la película en la India, amén de las presiones chinas. Al fin se escogieron unas colinas en los Andes, en la frontera entre Argentina y Chile, el pueblito argentino de Uspallata y la ciudad de Mendoza. Así nació en Suramérica el Tíbet. Incluso Buenos Aires se convirtió en la estación austriaca de Graz.
El resto se filmó en Canadá, escenas de montañismo que son el inicio de la cinta.
Ahora en el cine, Siete años en el Tíbet se vuelve medio de expresión para un actor de carisma propio, Brad Pitt, quien ha venido a darle vida al personaje de Heinrich Harrer. Su trabajo es peso específico que contribuye al interés y a la polémica que la cinta genera desde su estreno.