Tras la pasión, muerte y resurrección de Jesús, la tradición cristiana afirma que su cuerpo subió al cielo, pero antes de hacerlo dejó, al parecer, muchas huellas para confirmar su paso por esta tierra.
Centenares de reliquias de Cristo son veneradas en diferente lugares del mundo y si bien ninguna de ellas ha sido considerada auténtica por las autoridades eclesiásticas, miles de fieles creen firmemente que son pruebas de la existencia de Jesús.
Quizá las más importantes reliquias de la pasión de Jesús fueron encontradas por la emperatriz Helena, en su peregrinación a Tierra Santa hacia el año 320.
A ella se le atribuye el hallazgo de la túnica que llevó Jesús el Viernes Santo y que hoy es custodiada en Tréveris, Alemania. Durante su viaje, halló también la cruz en la que murió Jesús.
Muchas de las astillas del madero fueron dispersadas como regalo a reyes e iglesias de todo el mundo, e incluso, dos de ellas fueron traídas a Costa Rica y están en la Catedral Metropolitana.
Junto con la Vera Cruz , la Sábana Santa de Turín –guardada en la catedral de esa ciudad italiana– y el Santo Grial o copa de la Última Cena –venerada en Valencia, España– son las reliquias con más tradición histórica.
Sin embargo, esparcidas por el mundo, parece haber al menos una reliquia para casi todos los instantes de la vida de Jesús.
La lista incluye los restos de la Santa Cuna –guardados en la basílica de Santa María Mayor, en Roma– y la columna del templo de Jerusalén en la que el niño Jesús se apoyó para hablar con los doctores de la ley, situada en la capilla della Pietá(el Vaticano).
En la basílica de San Juan de Letrán, en Roma, están un trozo de la mesa en la que el Señor comió con los apóstoles y unas de las toallas con las que les enjugó los pies durante la Última Cena.
De esa última comida, también se conserva un plato en la catedral de Génova. Ahí también están tres de las monedas de plata que Judas recibió por entregar a Jesús.
Como otras pruebas de la Pasión, sobreviven la roca donde Jesús se apoyó para orar y sudó gotas de sangre (Jerusalén); unos pedazos de las cuerdas con que fue atado (España e Italia); y la columna de mármol en la que fue azotado (Roma).
Por cierto, los supuestos látigos se veneran también en Roma, en las catedrales de Anagni y la Iglesia de Santa María.
Espinas. Como sucedió con las astillas de la cruz, cientos de espinas de la corona que le fue colocada al Nazareno salieron de Tierra Santa y fueron repartidas por todo el mundo.
Hasta las 28 gradas de mármol de Escalera Santa , que Cristo subió para entrevistarse con Poncio Pilato, fueron trasladadas a Roma, marcadas con varias gotas de la sangre de Cristo.
Entre las reliquias de la Pasión, el escritor español Juan Eslava Galán enlista en una de sus obras, más de 25 clavos de la crucifixión, 50 santos sudarios, 800 espinas de la corona y cuatro lanzas con las que el centurión atravesó el costado de Cristo; solo en Europa.
Como última huella dejada por Jesús, los españoles veneran el Sudario de Oviedo, el paño que –dicen– cubrió su rostro en el sepulcro, se conserva en la catedral de esta ciudad desde el siglo XII.