El hombre, un representante de los industriales, se le plantó al frente y le dijo: “Si no nos cuenta qué está haciendo, algunos de mis agremiados pensarán que usted está dedicando el tiempo a pintarse las uñas”.
¡Si supieran que Laura Chinchilla Miranda, la primera mujer en ostentar el cargo de Presidenta de la República, no se pinta las uñas! Mucho menos ahora, cuando pasa hasta 14 horas diarias en sus labores como mandataria.
Desplantes de machismo como el protagonizado por aquel empresario, ha debido enfrentar muchos en estos siete meses de gobierno.
La han criticado por ir en su tiempo libre al teatro o al cine –“cuando una mujer hace esas cosas se le ve como una persona frívola, que descuida lo esencial”, dice–. Hasta han sugerido que es inestable emocionalmente por llorar o reír junto a mujeres y niños que le manifiestan cariño –“en un hombre, eso se interpretaría como sensibilidad a la par de un desarrollo intelectual”, asegura–.
La Presidenta ha debido invertir tiempo para manejar episodios como los descritos, algo que, probablemente, no le hubiera tocado a un hombre, de estar en sus zapatos.
Las complejidades del puesto, sin embargo, trascienden por mucho esos incómodos encuentros y tóxicos comentarios, y le han llenado la agenda de eventos noticiosos que también han sido evaluados por los costarricenses, algunos con duras críticas; otros, con aplausos moderados.
A pocos días de inaugurarse como gobernante, los diputados de la bancada liberacionista en la Asamblea la expusieron ante el ojo público a raíz de la intención de los legisladores por duplicarse el salario.
Chinchilla se vio obligada a vetar tal aumento tras una oleada de críticas que dejó muy mal parada la coordinación entre los poderes Legislativo y Ejecutivo. Meses después, la Presidenta califica ese episodio como “un grave error y una gran ofensa para el pueblo de Costa Rica”.
Las murmuraciones también corrieron cuando ella y su marido, José María Rico, ingenuamente aparecieron en delantal en una revista televisiva mañanera. Sus asistentes dijeron entonces que de esa forma la Presidenta agradecía el apoyo de los sectores populares en las elecciones de febrero, comunicándose desde esos espacios. Tal vez por hechos como este, la Casa Presidencial asignó ¢70 millones en setiembre para un contrato con asesores en imagen y comunicación por el resto del año.
Sí. Sus primeros meses han sido intensos y no han estado exentos de lo que algunos llamarían gazapos.
Su administración fue recibida con las marchas de cientos de porteadores, las manifestaciones de miles de estudiantes universitarios y los roces fuertes con los rectores que demandaban presupuesto para las universidades públicas.
Las grietas de la recién inaugurada carretera a Caldera han sido una de las “herencias” de la anterior administración que más canas verdes le han sacado a los funcionarios del actual gobierno. Todavía, a estas alturas del camino, muchos de los pleitos por la calidad de la obra no se han aclarado a la opinión pública.
Chinchilla asegura, con esa voz firme que convenció al 46,7% del electorado nacional –porcentaje con el que duplicó en votos a su inmediato seguidor–, que estaba preparada para eso y más.
Su experiencia como exdiputada, exministra de Seguridad y exvicepresidenta de la República, le curtió la piel para enfrentar esas y otras revueltas que la han colocado en la mirilla de detractores y partidarios.
Hasta tomó distancia política de los Arias –Óscar y Rodrigo–, lo cual, seguro, le ha valido los duros comentarios del Premio Nobel de la Paz.
Al principio de este mandato, Óscar Arias hizo observaciones a este Gobierno por el manejo del proyecto de ley de apertura del sector eléctrico. Más recientemente, ha criticado al manejo diplomático de la crisis con Daniel Ortega, por el conflicto con la isla Calero, en la frontera norte.
La cancha la ha tenido que marcar, en gran parte, la propia mandataria, quien debió salir al paso de las críticas y los tempraneros vientos de campaña desatados por Rodrigo Arias –exministro de la Presidencia de Óscar Arias en la anterior administración–, en las primeras semanas de este gobierno.
“No conviene salir a publicitar intenciones, ni muchísimo menos utilizar al Gobierno para construir de manera tan abierta plataformas electorales”, manifestó Chinchilla, enojada, el pasado 22 de junio.
De alguna manera, con tales manifestaciones públicas, la Presienta demostró que no es aquel títere de los Arias que señalaron algunos de sus contrincantes en las pasadas elecciones.
Laura Chinchilla Miranda no soñó con convertirse en Presidenta de la República cuando era pequeña, como sí le ocurrió a muchos exmandatarios que lo han reconocido una vez sentados en el sillón presidencial.
A ella la política le llegó a una edad más madura –como el matrimonio y la maternidad–, al descubrir lo que llama “una vocación muy intensa de servicio público”.
Después, las oportunidades fueron apareciendo casi de manera espontánea: “me aboqué de manera desmedida a sacar la tarea que me habían encomendado. Y como resultado de hacer las cosas no tan mal, se me fueron abriendo las puertas para experiencias sucesivas”, recuerda en su despacho, poco después de conversar y coordinar acciones sobre el conflicto en la frontera norte a través de una teleconferencia con sus embajadores en Washington y Nueva York.
El 8 de mayo del 2010, recibió la banda presidencial frente a mandatarios internacionales, príncipes y miles de costarricenses que la aplaudieron y, algunos, hasta lloraron al ver a la primera Presidenta de Costa Rica.
Desde entonces, en esta breve primera parte de su gobierno, mucho ha pasado en su vida y en la de los más de 4,5 millones de personas que tiene bajo su responsabilidad.
La Presidenta, doña Laura, o simplemente Laura, como la llaman los niños en un arranque de naturalidad, es una mujer menuda. Mide solo 1,60 metros y es de figura delgada.
Todos en su familia, desde su papá, Rafael Chinchilla –excontralor de la República–, hasta su hermano menor (
La fragilidad de su figura contrasta con la fuerza de sus palabras y sus actos. Laura Chinchilla pronuncia cada frase con vehemencia y repite aquellas que considera necesario recalcar, como para que nadie las olvide.
Ella es consciente de las críticas y de los insultos que le llegan por todas las vías (Facebook incluido), y asegura usar filtros contra las palabras nocivas.
Se autodefine como una mujer que vive intensamente las emociones, una característica que confirman quienes comparten con ella su vida.
“Estos seis meses han sido tan intensos, que a veces he tenido la sensación de que en ellos se han condensado los más de 50 años de toda mi vida (cumplirá 52 el 28 de marzo). He pasado por todo el espectro de los sentimientos humanos, en cuenta las mayores alegrías y las cosas más sublimes, cada vez que logramos llevarle alivio a una persona porque se resuelve un problema con una decisión política.
“He pasado por momentos de angustia y de profunda frustración por la impotencia que uno siente ante fenómenos naturales, como lo han sido la pérdida de vidas humanas con el huracán
Menudas, como la dueña, sus manos tienen la potestad de hablar por sí mismas: golpean la mesa cuando se enoja porque las cosas no caminan con la celeridad que el país necesita; rasgan el aire si las palabras no bastan para expresar indignación por la invasión extranjera, y jalonean los cachetes infantiles en señal de cariño cuando se encuentra con niños en sus giras.
Las manos de la Presidenta no encuentran tiempo para acicalarse en medio de esta agenda intensa y compleja. Sin embargo, se han tenido que enfrentar a un escrutinio público mucho más riguroso que las manos varoniles de quienes la antecedieron en el despacho presidencial.
“En el comportamiento de una mujer, parece que cada cosa cuenta: si uno se sonrió, la forma en que viste, en que se peinó, la manera en que gesticuló; todo. Nos hemos tenido que ocupar de detalles que, posiblemente, un hombre jamás atendería”.
Vestimenta, gesticulación, peinado. Naderías que, al final, suman o restan en las encuestas de opinión pública, aunque la Presidenta tiene muy claro que nada de esto la desviará de su compromiso básico.
“Lo único que no sacrificamos son los valores esenciales por los que uno está aquí: integridad, honestidad y bien común”.
El país está viviendo junto a ella esa transición de décadas de vida independiente y republicana dirigidas por hombres.
Chinchilla lo asume con naturalidad. Igual se baja con delicadeza del helicóptero que la lleva a La Virgen de Sarapiquí, sin olvidarse de jalar su bolso de cuero hasta el Range Rover que la moverá por tierra.
No lo piensa mucho para abrazar a niños y a mujeres que la saludan en su ruta hacia pueblos escondidos. Tampoco le importa abandonar la frescura del aire acondicionado y dejar que su blusa se moje de sudor con el clima de un país tropical. La vimos sacar una servilleta, secarse grácilmente la frente y continuar.
Aunque no se detiene a mirar diferencias de género en el ejercicio de su cargo, Laura Chinchilla sí percibe una responsabilidad adicional. “No es el hecho de que sea yo mujer, sino el que sea la primera que llega a la Presidencia. Reconozco que en mucho va a depender de la calidad de mi gestión, el que otra tenga la oportunidad de ocupar este cargo”.
Su agenda está llena de actividades desde buena mañana hasta bien entrada la noche. Aplicada como Presidenta, replica la misma seriedad que la caracterizó cuando fue alumna en La Salle, en la Universidad de Costa Rica o en la Universidad de Georgetown, en Washington, Estados Unidos.
Cuando no está de gira o en reuniones fuera de San José, las 12 ó 14 horas diarias de trabajo transcurren en su despacho.
En los últimos años, es de los gobernantes que más horas al día pasa en Zapote, entre documentos, asesores y reuniones de coordinación con sus ministros.
Los costarricenses recordarán a Abel Pacheco (2002-2004) saliendo a eso de las 3 ó 4 p. m. hacia su residencia. Pacheco siempre reconoció ante la prensa que añoraba el descanso bajo los árboles de sus fincas en Limón.
Óscar Arias Sánchez prácticamente gobernó desde su casa, en Rohrmoser. Aun en momentos críticos para la región centroamericana –como el derrocamiento del Presidente hondureño, Manuel Zelaya, en junio del 2009– la mayor parte de las reuniones de mediación se dieron en su casa, Pavas.
Hasta ahora, la estrategia de su sucesora es bastante distinta: “Paso muchas horas acá porque tengo que concentrarme en reuniones de repaso de lo que vamos haciendo, de revisión de documentos, de coordinación de acciones... Pero procuro salir mucho a la calle, estar en contacto con la gente. Es su afecto el que lo carga a uno y le da fuerzas para seguir todos los días”.
Emilce Miranda añora las tardes de café con su única hija mujer. Igual, reconoce que es el precio que se debe pagar por verla sirviendo al país.
Últimamente, la mamá se ha convertido en una especialista en hacer aquellas vueltas caseras para las cuales hoy la hija no encuentra tiempo.
Rafael Ángel Chinchilla Fallas, el papá, extraña las largas conversaciones con su primogénita, pero reconoce el orgullo que siente por ver la manera en que se está desempeñando en un cargo histórico.
Sus papás, sus hermanos, su familia inmediata y, por supuesto, sus amigas de toda la vida, son parte del sacrificio que, según Laura Chinchilla, debe hacer como funcionaria pública.
Echa de menos la invisibilidad del anonimato, pero al mismo tiempo no le “zafa el hombro” al compromiso que asumió .
Siete meses. Apenas está empezando. Es el primer trayecto de una gestión que se prolongará hasta mayo del 2014.
Por eso, se guarda para los suyos y para la gente que, todos los días –indistintamente si viste de
Aquellos que la conocen más de cerca, afirman que funciona mejor en situaciones de crisis que en la normalidad.
De modo que, ahora que pasa por tiempos difíciles, no resulta extraño que asegure no lamentar aquel momento del 2008 cuando tomó la decisión de proponer su nombre para una papeleta de candidata presidencial.
“No me he arrepentido de nada de lo que he hecho en mi vida porque hasta de las experiencias más duras y difíciles salimos fortalecidos como seres humanos. Siento un gran agradecimiento con el pueblo de Costa Rica y con Dios por haber tenido la enorme oportunidad y el gran privilegio de servirles desde este puesto”.
Tan pronto Vicente Herra, de 81 años, se enteró de que Chinchilla llegaría a su pueblo el viernes 19 de noviembre, se apresuró a terminar de hacer sus compras en la carnicería para esperarla.
“Ella lo está haciendo bien, lo cual es admirable porque, de por sí, ser presidente no es sencillo. Para las mujeres, esto debe ser lo máximo”, dijo el señor de La Virgen de Sarapiquí.
Marielos Benavides, una maestra pensionada de La Virgen de Sarapiquí, se pregunta cómo hace la Presidenta: “Ella tiene que ser esposa, madre, escuchar todas las quejas. Cuando la veo en la
La Presidenta reconoce que necesita dormir de seis a siete horas cada noche para funcionar bien. Es ese sueño reparador el que le permite continuar; eso más el bálsamo que, según sus palabras, recibe de su familia.
Porque el sacrificio ha sido grande. Tiene un hijo adolescente y su esposo todavía se recupera de una reciente fractura de cadera, y no les ha podido dedicar a ambos el tiempo que hubiera querido.
“No se puede alcanzar el éxito, y muchísimo menos en una posición tan compleja, como es gobernar un país, si no estamos dispuestos, todos los días, a sacrificar algo de lo que quisiéramos hacer. Hay momentos en que siento cansancio, porque el físico le pasa a uno la factura, pero desde el punto de vista de mi entereza emocional, es difícil que yo sienta que claudico o me caigo.
“Aquí no se puede venir a hacer lo que a uno le dé la gana”, dice con conocimiento de causa.
Aunque el cuerpo ya le está pidiendo un poco más de atención –le reclama volver al ejercicio y no descuidar las citas médicas–, Laura Chinchilla le achaca a su buena condición física y mental su enorme capacidad de trabajo.
“Casi siempre me levanto y me acuesto de la misma manera: encomendándome a Dios o a la Virgen de los Ángeles. Me levanto entre las 6 y las 6:30 a. m. No soy muy madrugadora.
“Lo primero que hago es un pensamiento muy en función de fortalecer mi espíritu y mi fe; reviso un
Al llegar a casa, pasa una hora con su hijo y su esposo; se sienta un tiempo frente a la computadora y revisa los discursos. Se duerme a eso de las 11 de la noche.
Se nota a simple vista. No hay apariencias. Es imposible. Su casa, en la residencial Villa Real, en Santa Ana, es su medio natural.
Para pocos es un secreto que en este residencial viven personas de mucho dinero.
No es el caso de la Presidenta y su marido, quienes, en medio de la contienda política, tuvieron que salir a aclarar que su casa –una de las menos lujosas del residencial– es resultado de su trabajo como asesores en el tema de seguridad y políticas públicas en el continente.
Su residencia está diseñada y decorada con buen gusto. No tiene nada despampanante y es, sobre todo, cálida.
En la sala de estar hay un piano y un equipo de sonido pequeño. Ahí es donde doña Laura se toma un tiempo al final de la noche para escuchar música junto a su marido mientras degustan una copita de vino.
Las ventanas son amplias y dan a las montañas de Escazú y Alajuelita. Más allá de la terraza, está el jardín.
La visitamos en su casa un domingo, el único momento de la semana en el cual la mandataria intenta desconectarse del trabajo para dedicarse a los suyos.
Los días anteriores han sido agotadores por el pulso que se sigue en círculos diplomáticos internacionales para resolver el conflicto en la isla Calero.
“¿Novedades? No, desafortunadamente. Todos los días me levanto con la esperanza de una noticia positiva que nos dé una luz de cómo salir de este
En la cocina, Laura Chinchilla trabaja tú a tú con María, su empleada doméstica. Mientras la Presidenta corta trozos de salami y jamón español y destapa algunos frascos de aceitunas, María alista el almuerzo.
Es un día para disfrutar con un grupo de personas imprescindibles en su vida: sus papás, sus hermanos, su esposo y su hijo.
Ese domingo por la tarde-noche, los costarricenses presenciaron una cadena nacional de televisión en la que Chinchilla insistió en que la única ruta para resolver el conflicto es la negociación a través del derecho internacional.
“La principal y casi que única válvula de escape que tengo es el tiempo que puedo pasar con mi familia. Ellos siguen siendo mi bálsamo. Solo puedo desconectarme cuando entro a mi casa, cruzo el umbral de la puerta y logro sentarme con mis dos hombrecitos.
El teléfono solo se atiende en su casa ante una urgencia. “Aunque tengo plena conciencia de mi papel y de que, ante ciertas circunstancias, solo con mi orden se puede operar, hay alguna gente que sabe dónde conseguirme si hay que girar alguna instrucción especial, y yo tengo un identificador de llamadas”, cuenta.
Esos son algunos de los límites que pone para proteger lo que le resta de vida personal y de intimidad familiar.
“La caída de mi esposo y sus consecuencias fueron muy duras, tengo que reconocerlo. De verdad que me di cuenta de manera muy especial, en el marco de esas circunstancias, de lo que ellos significan para mí. Me di cuenta de que ellos me dan mucho más de lo que yo les estoy dando a ellos”.
Esa experiencia, asegura, los ha unido más a los tres y les ha servido para comprender la magnitud de la responsabilidad que les corresponde a todos.
“Muy especialmente en estos cuatro años, todos tenemos que ser muy responsables. ¡Qué paradójico! Al final, terminé pidiéndoles y exigiéndoles más a ellos.
“Le dije: ‘José María, no te podés dar el lujo, de verdad, de pasar por un accidente. No nos podemos dar el lujo’. Mi hijo se portó con una sensatez impresionante. Hasta ahora, sus notas no se han visto afectadas a pesar de que tuve que dejarlo a su absoluta responsabilidad”.
José María hijo es un muchacho de 14 años, jovial y estudioso. Recientemente, participó en la final de las Olimpiadas Nacionales de Matemática. La madre lo imagina creciendo con conciencia de su rol como hijo de quien es. Para cuando ella termine de gobernar, el adolescente estará a punto de entrar a la universidad.
De momento, Chinchilla seguirá escribiendo en el libro de la historia nacional.
La primera mujer Presidenta de Costa Rica no pierde el tiempo pintándose las uñas, contrario a lo que creería más de uno.
“Me gustaría que la gente me recuerde como una Presidenta que entregó alma, vida y corazón. Es algo que no tiene que ver solamente con hacer las cosas bien, sino con hacerlas con el mayor cariño posible. Me gustaría, por eso, que me recuerden como una Presidenta que no solo trató de trabajar bien por su país, sino que lo amó profundamente”.