Quizá estaban en una fiesta o en su lugar de trabajo, enfrascados en una conversación interesante y amena. De pronto, usted dijo una palabra o un nombre que no tenía relación con el tema, y las exclamaciones de sus amigos no se hicieron esperar: “¡Lo traicionó el inconsciente!”
En efecto, esos "lapsus" tan comunes demuestran que el inconsciente guarda situaciones y deseos que las personas intentan olvidar o reprimir, sin poder evitar que se manifiesten de alguna forma. Generalmente se trata de anhelos, traumas, agresiones y todo aquello que posee una carga afectiva, generados en las relaciones con otras personas.
"Durante la vida hay acontecimientos que el sujeto no afronta porque la censura moral se lo impide, pero surgen síntomas que le recuerdan en forma tergiversada eso que está allí presente", explica la psicoanalista Priscilla Echeverría.
Algunos de esos síntomas son bastante inofensivos, como la confusión de palabras similares entre sí, el olvido de fechas, ciertos chistes y los mentados "lapsus". Sin embargo, los afectos reprimidos también pueden aflorar mediante sueños recurrentes, actitudes, culpas, temores e -incluso- enfermedades.
Dado que la persona no puede controlarlos, el psicoanálisis trabaja sobre el inconsciente para desentrañar el origen de esos padecimientos.
"El inconsciente no nos traiciona; al contrario: nos revela verdades sobre nosotros mismos para que podamos reconocer aquello que temíamos y asumir una actitud distinta frente a eso", aclara Echeverría.
Deseo y represión
Tanto la definición del inconsciente como la terapia del psicoanálisis fueron introducidas a inicios del siglo XX por Sigmund Freud, a partir de sus investigaciones sobre ciertas enfermedades mentales.
Tras estudiar el caso de algunos pacientes, cuyos padecimientos no parecían tener explicación médica, Freud descubrió el efecto de la interacción entre las presiones sociales y los impulsos naturales. Según él, la represión es un mecanismo de defensa que ejerce el "Yo" sobre el "Ello", y el inconsciente se nutre de esas represiones.
"Para vivir en sociedad tenemos que ajustarnos a ciertas normas y privarnos de cosas que nos gustaría hacer. Nosotros interiorizamos todo eso y aprendemos a reprimir, sin que nos deban recordar, lo que se debe hacer y lo que no", afirma Echeverría.
A pesar de la "autocensura", aquello que se reprime puede convertirse en la causa emocional de algunos padecimientos, como el asma, la jaqueca, ciertas alergias, parálisis y otros problemas.
El hecho de evitar lo que se desea también puede ser motivo de depresión y frustraciones. "Muchas veces se traiciona el deseo propio para no entrar en conflicto ni defraudar a los demás, y la persona adopta una posición pasiva con tal de ser aceptada; pero llega un momento en que ya no soporta ese sacrificio y los síntomas la atacan", dice la psicoanalista.
Lo mismo sucede, por ejemplo, cuando una persona fue agredida por sus padres o no recibió suficiente cariño por parte de ellos: es probable que "olvide" esa situación y reprima el rechazo hacia sus progenitores, pero también surge en ella un sentimiento de culpa al no tener iniciativa para abrazarlos.
A esto se suman los temores, la baja autoestima e, incluso, actitudes agresivas que suelen aparecer en estos casos porque -en realidad- la agresión sigue grabada en el inconsciente.
La razón del fracaso en los estudios, en el trabajo o en las relaciones amorosas, y el origen de otros actos fallidos, también puede encontrarse en ese nivel.
Algo muy personal
"El psicoanálisis no borra lo que hay en el inconsciente porque es imposible cambiar la historia de una persona. Tampoco garantiza que los síntomas desaparecerán: se trata de que el paciente descubra el origen de su sufrimiento y se enfrente a él, lo cual puede ayudarlo a combatir los síntomas", aclara la psicóloga y psicoanalista Judith Ladanyi.
Así, por ejemplo, alguien que sufra de jaquecas podrá recurrir al psicoanálisis para tratar la parte emocional de su padecimiento: de esa forma resultará más rápido y efectivo el tratamiento médico.
Aunque no objeta la efectividad de otros métodos -como la psicología y la hipnosis-, Ladanyi afirma que el psicoanálisis se diferencia de ellos en que el terapeuta no realiza un diagnóstico, ya que "cada ser humano es único; tiene su propio punto de vista y sus propias vivencias, de modo que un mismo síntoma puede deberse a muchas causas distintas".
En vez de dirigir la "cura", el psicoanalista intenta que el paciente se analice a sí mismo mientras narra su historia pasada: el especialista solo le ayuda a profundizar en ciertos aspectos que podrían ser importantes, y a establecer enlaces entre situaciones que pueden haberle afectado.
Lo mismo hace al interpretar las imágenes que aparecen en los sueños, pues el contenido de estos procede de diversas experiencias y deseos latentes reprimidos: a fin de eludir la censura y evitar que la persona despierte, tales deseos modifican o disfrazan su contenido en el inconsciente.
Así, el psicoanálisis permite que el sujeto busque en su interior y haga consciente lo que permanecía oculto en el inconsciente, algo que no es fácil hacer sin la orientación de un especialista.
Según Ladanyi, eso puede lograrse en una sesión o puede requerir varios meses de análisis, por lo que no es posible definir la duración de una terapia.
Además, la gente recurre al psicoanálisis para tratar un síntoma específico, pero, una vez superada esa situación, puede decidir continuar con la terapia con el fin corregir otros aspectos importantes para sentirse mejor.
"Uno nunca termina de analizarse: aprender a hacerlo constantemente para tener un mayor conocimiento de sí mismo puede ayudar a vivir mejor", concluye Ladanyi.
Tres en Uno
En 1923, Sigmund Freud propuso un modelo dinámico de la mente. Según este, la estructura psíquica de una persona se compone de tres partes:
Ello:
- Es la base primitiva e inconsciente de la psique. Está dominada por impulsos primarios, instintivos.
- La psique de un recién nacido es fundamentalmente Ello, pero el contacto con el mundo exterior modifica una parte de ese Ello y así se desarrolla el Yo.
Yo:
- A él pertenecen las percepciones conscientes, y opera como una instancia que inhibe los impulsos. Es decir, la represión es una defensa que procede del Yo.
- La fortaleza o debilidad del Yo depende de la historia íntegra de la personalidad, desde la infancia.
Superyó:
- Es la conciencia moral y social, la actividad autocrítica, la autoridad de los padres interiorizada. Contiene tanto el pasado infantil como las funciones autorreflexivas del Yo.
- Se vincula con el subconsciente. Cuando los impulsos desaparecen, su lugar lo ocupa el Superyó.
Fuente: Libro Freud para principiantes.