En el arte, el todo no es la suma de las partes. Cuando un espectador se enfrenta a una obra artística, ve mucho más que una aglutinación de materiales. En primera instancia, la materia prima – sea cual fuere– está organizada en el espacio (y en el tiempo) de una manera específica pues, durante el proceso creativo, el artista tomó una serie de decisiones técnicas y compositivas que hicieron, de la obra, una configuración determinada.
Desde aquel mismo momento, la obra pasó, de ser mera materia, a convertirse en un producto legítimo del intelecto. Una asombrosa muestra de esa transformación de materia en arte nos la ofrece ahora Lola Fernández, la alquimia de la pintura , exposición abierta en los Museos del Banco Central.
Materia y forma. ¿Qué soporte utilizar: madera, lienzo, cartón, papel?; ¿cuáles medios: óleo, acrílico, gouache , grafito? ¿Con qué herramientas trabajar: pincel, brocha, espátula, lápiz, los dedos, y con cuáles técnicas: empastes, veladuras, estarcido, dripping , collage ? Si las preguntas son múltiples, las respuestas son prácticamente indeterminables'
Luego: ¿cuáles de esos elementos deben combinarse y cómo?, ¿cuáles colores y matices?, ¿cuáles formas: abstracción, figuración, un poco de ambas? ¿Naturalismo, esquematismo...? ¿Con qué estilo: privilegiando la profundidad o el plano, lo lineal o lo pictórico, la unidad o la variedad?
Todas esas preguntas podrían centuplicarse; sin embargo, basta con aquellos ejemplos para mostrar cómo, incluso cuando no se representa objeto alguno –como en el caso de la abstracción–, las posibilidades de la creatividad artística son insospechadas.
No obstante, los materiales, las técnicas, los estilos, y el mismo talento y el conocimiento del artista imponen también cuantiosas restricciones: en esta tensión reside la riqueza de la composición artística, y bien lo demuestra Lola Fernández.
Forma y contenido. Una obra de arte es más que un objeto de diseño: represente un tema o no lo haga, en ella es posible encontrar contenidos de distinta índole.
Más allá de las intenciones de su autor –las que a veces no se llegan a cumplir, o se cumplen a medias–, una obra (o un conjunto de ellas) nos remite a su contexto histórico inmediato, el cual, a su vez, nos brinda más información para lograr comprenderla y apreciarla con mayor profundidad.
Es posible acercarnos así a los intereses y las inquietudes presentes en el ámbito social del artista en determinado momento, y conocer mejor cómo –y por qué– aquel terminó traduciéndolos (a veces de forma no del todo consciente) en un objeto artístico visual y concreto.
Por ese motivo, más placentera se volverá nuestra situación de espectadores cuanto más conozcamos acerca de la circunstancia de una obra de arte.
Con ese objetivo, los Museos del Banco Central han abierto una exposición de la obra de toda una vida de Lola Fernández Caballero, notable artista nacional.
Con un énfasis didáctico en los aspectos técnicos y compositivos de sus creaciones –y sus cambios a lo largo del tiempo–, la muestra recoge obras representativas de su trayectoria desde principios de los años 50 hasta la actualidad. Asimismo, la exhibición brinda información que permitirá al visitante conocer de manera sucinta los contextos en los que se realizaron las obras.
Inicios y abstracción. Lola Fernández (Cartagena, Colombia, 1926) ingresó en la Escuela de Bellas Artes de la Universidad de Costa Rica en la década de 1940; en 1946 viajó a Bogotá para especializarse en pintura en la Escuela de Bellas Artes de la Universidad Nacional de Colombia, y en 1954 profundizó su conocimiento pictórico en la Academia de Bellas Artes de Florencia, Italia.
En esta etapa de formación, su obra fue perdiendo énfasis en la línea y el dibujo cuando los contornos marcados comenzaron a borrarse para dar paso a la mancha pictórica.
La artista siempre tuvo interés por el arte moderno, razón por la cual, en 1958, tras su retorno a Costa Rica, su primera exposición incluyó arte no figurativo. Esta muestra representa –junto con dos exhibiciones individuales de Felo García y Manuel de la Cruz González– los inicios del arte abstracto en nuestro país.
En la década de 1960, su obra abarcó las vertientes figurativa y no figurativa con igual vehemencia, y hay incluso composiciones que pueden calificarse a la vez de abstractas y representativas pues reúnen, sin límites claros, elementos de una y otra condición.
Sin embargo, su obra abstracta –representada por distintas series que llevan los nombres de Serie del río , La violencia , Oriente , Los volcanes y Espacio – fue la que llamó la atención de críticos de la talla de José Gómez Sicre y Marta Traba, quienes le dieron un lugar privilegiado dentro de la plástica latinoamericana como una exponente de la tendencia conocida como “informalismo”. A diferencia de la abstracción geométrica, el informalismo implica una gran libertad técnica y compositiva.
Figuración y más... De forma paralela al desarrollo de sus creaciones no figurativas, Lola Fernández trabajó en los años 60 en distintos grupos de “retratos”, la mayoría de ellos de personajes imaginarios.
Al comparar esas pinturas con la obra abstracta, puede distinguirse –con todo y la presencia de la figura humana– una estrecha relación entre los recursos compositivos formales: en los fondos, en la mancha resuelta y en un uso cada vez más refinado del color.
Series como Personajes de Oriente y Retratos nos muestran un tipo de vanguardia artística que para la época resulta más bien conservador; en cambio, en El bobo del pueblo , por ejemplo, descubrimos influencia de la neofiguración, tendencia que exalta la deformación de las figuras, celebra lo grotesco y recurre a algunas soluciones técnicas de la abstracción informal.
Desde mediados de los años 60 hasta principios de los 80, Fernández decidió experimentar con una mayor diversidad de recursos técnicos, como el collage , el estarcido, el relieve, la transferencia química de imágenes y el arte textil. Todo ello le permitió desplegar series temáticas –algo usual en toda su producción– que visualmente resultaron muy distintas entre sí.
A ese período corresponden las series Divertimento de Adán y Eva , La máquina, Relieves y Testimonio . Las dos últimas representan un rico contraste dentro de su producción: si en Relieves vemos gran ascetismo en la predominancia de un tono blanco uniforme, en Testimonio encontramos, en cambio, una profusión de técnicas y una paleta exuberante.
Siempre pintora. Hacia finales de los años 70 y en medio de aquel momento de experimentación, Lola Fernández fue retornando poco a poco al empleo casi exclusivo de técnicas pictóricas tradicionales. Nuevos personajes comenzaron a habitar sus telas.
Entre ellos, la amplia serie de Arquetipos sobresale por su temática. En ella, un motivo recurrente muestra formas ligeramente distintas de relaciones interpersonales.
Más tarde, la artista comenzó a representar grupos de personajes en series como Espectadores y Café , y, a partir de la década de los años 90 y hasta la actualidad, un desfile multitudinario comenzó a introducirse en sus pinturas, las cuales alcanzaron, además, formatos mucho mayores.
Muchedumbres , Carnaval y Teatro son representativas de su época más reciente. Con distintas paletas de color y variaciones estilísticas, esas series replantean motivos similares relacionados casi siempre con espectáculos públicos.
La obra de Lola Fernández –quien continúa trabajando en su pintura– es un capítulo fundamental de la historia del arte costarricense. Al lado de este valioso legado, sus 32 años de labor docente y de divulgación del arte desde la Universidad de Costa Rica han contribuido a perpetuar en varias generaciones su conocimiento y maestría en la composición, aspecto esencial de todo arte visual.
La autora es historiadora del arte y curadora de artes visuales en los Museos del Banco Central.