Una mañana de comienzos de 1990, quizá del 89, asistí al Consejo Universitario de la Universidad de Costa Rica, con una misión específica: entregar un cuaderno de apuntes de don Félix Arcadio Montero enviado por mi tía Claudia Fernández, viuda del Dr. Alejandro Montero, hijo del prócer. Para mi sorpresa, se encontraba ahí, don Luis Demetrio Tinoco Castro quien recibía un reconocimiento de la Universidad. Se daba así una sorprendente coincidencia. Estaban presentes el primer rector de la Universidad de Costa Rica y, espiritualmente, el último de la Universidad de Santo Tomás.
Los dos habían desempeñado esas funciones interinamente, pero, en ambos casos, su paso por el cargo había estado revestido de una importancia extraordinaria. Don Félix Arcadio lo había asumido en pie de lucha, dispuesto a preservar la existencia de la antigua institución, por desgracia, infructuosamente. Don Luis Demetrio había iniciado sus funciones para garantizar la puesta en marcha de una nueva universidad y en ello, por fortuna, sí tuvo éxito.
Recuerdos estudiantiles. Cuando era estudiante universitario tuve el privilegio de tener como profesor a don Luis Demetrio en dos cursos: Historia de las Instituciones de Costa Rica y Principios de Economía. En la primera materia recibíamos cuatro lecciones semanales durante un año, en la segunda, cinco. Esto me permitió tener un contacto con él, intenso, frecuente, y conocer su talante y sus méritos. En los recreos, algunas veces nos contó anécdotas, recuerdos ligados a la historia patria, vividos por él o escuchados directamente de los protagonistas.
Aún recuerdo el relato de su conversación telefónica con Casa Presidencial, desde El Salvador, donde desempeñaba funciones diplomáticas, mientras aquí caían algunas bombas sobre el techo. Mucho menos puedo olvidar sus consejos a las autoridades del país, después de las elecciones del 48. Siempre se mostró conciliador y equilibrado en sus juicios históricos, lo que resultaba particularmente meritorio, si tenemos en cuenta que aun perduraban tensiones políticas como secuela de los enfrentamientos de aquel periodo.
Irradiación. Don Luis Demetrio fue ministro dos veces, fue diplomático, abogado y, por vocación, economista. De sus cargos, sin embargo, ninguno resulta de mayor relevancia que el de secretario de Educación Pública –según la terminología de la época–, y no por el desempeño del puesto mismo. Lo que lo engrandece, lo que nos obliga a prodigarle todo tipo de reconocimientos, fue precisamente su empeño en fundar de nuevo una universidad en el país. Es sabido que antes de aceptar las funciones se aseguró de que el Dr. Calderón Guardia estuviera identificado con el proyecto y asumiera el compromiso de convertirlo en realidad.
Escribo estas líneas, precisamente en el día en que se coloca el retrato de don Luis Demetrio en la Sala de Beneméritos, adonde llega sostenido por sus méritos, por su obra, por su valía intelectual, por su integridad como ciudadano. El acuerdo tomado por la Asamblea Legislativa a comienzos de este año, quiso subrayar esas virtudes, ampliamente reconocidas en el país. Al conferirle este honor, no lo elevó a una condición que estuviera por encima de sus méritos; al contrario, con su llegada se honra el título que le fue conferido. Desde ahí irradiará su ejemplo para las generaciones venideras.