Las andanzas de un pez pueden ser una película bastante agradable y estimulante, sobre todo si nos enteramos que es una buena cinta danesa y que es de dibujos animados, como para demostrar (de manera eficaz y convincente) que no solo en Hollywood conocen de este oficio. Así es: hablamos de Mamá, soy un pez (2000), filme dirigido por Stefan Fjeldmark y por Michael Hegner.
La verdad es que no se trata exactamente de un pez, sino de alguien (un niño) que se convierte en eso o en algo muy semejante a un vertebrado acuático. Expliquémonos: la aventura comienza cuando tres niños se escapan y se van a pescar, ellos son: Fly, Stella y Chuck. De regreso, los agarra la marea alta y, al protegerse, se encuentran en un laberinto extraño, especie de morada científica, donde el profesor Mac Krill investiga para salvar a la humanidad cuando los polos se deshielen.
¿Saben cómo nos salvaremos en ese desastre? Pues tomando una pócima que nos convertirá en peces, para así vivir en el agua. ¿Qué les parece? El problema es que, por un accidente y por culpa de ese jarabe, Stella se convierte en estrella de mar. Para rescatarla, Fly bebe la sustancia y se convierte en pez. Lo mismo hace Chuck y se transforma en medusa. En el océano conocerán a un lindo caballito de mar llamado Sasha, y juntos vivirán una extrañísima andanza.
Esta película danesa fue premiada en el Festival Internacional de Cine Infantil de Chicago (2000), pero está hecha -también- para que la disfruten los adultos, no solo por su aventura fresca, sino por la buena calidad de sus dibujos y por su inventiva, todo ello acompañado por canciones siempre oportunas.
Mamá, soy un pez se ha convertido en inesperado éxito allí donde se ha exhibido. Por dicha nos llega ahora, para ir al cine (deliciosa pecera) a disfrutar de estas correrías con escamas, donde la fauna marina es dibujada con ingenio y sabor marisqueros.