El lunes 10 de enero, en un hospital de Buenos Aires (Argentina), murió la escritora María Elena Walsh. Su nombre adquiere un particular significado al recordar que a ella le debemos canciones y poemas memorables como Manuelita, El reino del revés y La marcha de Osías , y libros como Tutú Marambá y Cuentos de Gulubú.
Son textos emblemáticos de la infancia de la segunda mitad del siglo XX, obras que las generaciones mayores cuentan, cantan y recitan a las más jóvenes como si fuesen textos folclóricos, como quien entrega un tesoro preciado de la niñez vuelto palabra.
Nacida en 1930, en Ramos Mejía (Buenos Aires), Walsh sorprendió a la intelectualidad argentina con Otoño imperdonable , libro de poemas escrito con 17 años. Desde entonces leía el mundo con el intento de retratar la metáfora: “Te acordás, hermana, / que, desde muy lejos, / un olor a espanto nos enloqueció: / era de Hiroshima, donde tantas chicas / tenían quince años, como vos y yo” (“El 45”).
De viaje. El escritor Juan Ramón Jiménez –junto con su esposa Zenobia Camprubí– le ofreció su tutela sobre el arte de la escritura. La joven viajó a la casa del autor de Platero y yo en los Estados Unidos y permaneció allí durante seis meses; sin embargo, le resultó difícil someterse al exigente aprendizaje que aquel hombre, de cambiante carácter, quería infundirle.
“Cada día tenía que inventarme coraje para enfrentarlo, repasar mi insignificancia, cubrirme de una desdicha que hoy me rebela”. Sin embargo, deseosa de vivir en el extranjero, María Elena Walsh no se conformó con regresar a la Argentina.
Poco tiempo después, partió a París, donde integró un dúo con la cantante Leda Valladares e interpretó canciones folclóricas. A finales de la década de 1950 empezó a dar a conocer, en Buenos Aires, sus primeros libros y discos destinados a la niñez.
Walsh fue una autora de temas dedicados a las personas más pequeñas, pero a ella se deben canciones fundamentales de la conciencia latinoamericana: Los ejecutivos, Orquesta de señoritas y Como la cigarra , entre otras, grabadas por Walsh y por intérpretes como Mercedes Sosa, Susana Rinaldi, Joan Manuel Serrat, Ana Belén, Jairo y José Luis Perales.
María Elena supo existir –y sobrevivir– sin traicionar su conciencia durante el represivo período de la dictadura militar argentina (1976-1982), y luego, a partir de 1983, integró el Consejo de Consolidación de la Democracia gracias a una invitación del presidente Raúl Alfonsín.
A ella también se debe la novela Novios de antaño (1990), en la que intercala textos poéticos de otros autores, entre los que se encuentran Neruda, Proust y Dickinson.
Varieté para niños y grandes. María Elena Walsh es la trovadora latinoamericana. En su canción El juglar , expresa: “Yo canto lo que sucede / y lo que no puede ser: / hazañas de por ahora, / leyendas de por ayer. / Yo soy aprendiz de río, / voy de entonces a después”.
Con impresionante perfección, en María Elena se engarzaban la poesía y la interpretación escénica. Ella era escritora, poeta, narradora oral y cantante con una cuidada voz de soprano. En una de sus últimas declaraciones se autodefinió cupletista: como una de aquellas mujeres que, con un vestido ceñido al cuerpo, reinterpretaban el sentir popular.
Al fin y al cabo, Walsh propuso la atrevida idea de un cabaret para niños: un escenario por el que desfilan la mona Jacinta, que se ha puesto una cinta, quien se peina y quiere ser reina, y aquellos gatos que “ni hacen miau y dicen yes / porque estudian mucho inglés”.
Ante raídos telones y frente a un público en el que se conjugan adultos y chicos, empieza el espectáculo descrito en su canción El viejo varieté : “En el music-hall / es Judy Garland eterna como el Sol, / o el nadie aquel / que espera un día cantar como Gardel. / Una canción, / la moda cambia, no la fascinación”.
Alejada de cualquier pretensión didáctica, María Elena Walsh vislumbró el derecho de la niñez a entretenerse con el arte, a soñar, crear y recrear un mundo imaginario sin límites ni imposiciones “porque el idioma de infancia / es un secreto entre los dos” –expresa en Serenata para la tierra de uno –.
Walsh leyó las canciones populares inglesas recopiladas por John Newberry en el siglo XVIII, y las Canciones de la Mamá Oca , que Dylan Thomas mencionó en su Manifiesto poético , y todo esto seguramente la inspiró.
En Latinoamérica, ella representó las bondades del nonsense , del disfrute del disparate y de la mordaz crítica social escondida en una aparente ingenua e intrascendente metáfora.
“En el país de Nomeacuerdo / doy tres pasitos y me pierdo. / Un pasito para aquí, / no recuerdo si lo di. / Un pasito para allá, / ¡ay, qué miedo que me da! / Un pasito para atrás, / y no doy ninguno más / porque ya, ya me olvidé / dónde puse el otro pie” podría leerse como un insignificante juego poético o podría representar el sentir de quienes sufrieron las opresiones y la incertidumbre de los gobiernos militares, no sólo en la Argentina, sino en otros países de nuestra América.
No es de extrañar que El país de Nomeacuerdo fuese el tema del emblemático filme La historia oficial , dirigido en 1985 por Luis Puenzo, ganador del Premio Oscar y del Globo de Oro en la categoría de mejor película de habla no inglesa: narra la historia de una profesora que sospecha que su niña adoptiva puede ser hija de disidentes desaparecidos.
En el Reino del Revés. Así como ocurre con la creación poética de Federico García Lorca, Gabriela Mistral y Juana de Ibarbourou, la obra de Walsh no puede ser encasillada en la “literatura infantil”. Sin caer en absurdas diferencias de edades, su escritura se dirige a seres inteligentes y pensantes que distinguen la auténtica literatura.
Las ideas concebidas y conservadoras sobre la niñez cambiaron vertiginosamente en el siglo XX. Sigmund Freud se atrevió a descorrer el velo que cubría la sexualidad de las personas menores; Maria Montessori elaboró una pedagogía con fuertes argumentos científicos sobre el aprendizaje en los momentos tempranos de la vida, y el psicólogo Jean Piaget realizó sólidos estudios sobre los períodos del desarrollo de las niñas y los niños.
Congruente con los aportes de estos teóricos, a los más pequeños se les devuelve la palabra en la escritura de María Elena Walsh.
Etimológicamente, la literatura infantil significa “literatura para no hablantes” pues ‘infans’ es una palabra latina compuesta por la partícula negativa ‘in’ y el participio ‘fans’ (hablante). Aquí encontramos una contradicción: sería una literatura que da la palabra a quien está desposeído de ella.
Con la literatura de María Elena Walsh, los niños se entregan a la magia de reinterpretar lo dicho por ella pues ambas partes, “escritora adulta” y “niñez”, comparten el mismo territorio de juego y los mismos intereses.
El hecho de encontrarse clasificada en el género “infantil” no impide a la escritora rendir homenajes a los seres con los que ha dialogado intelectualmente; de esa forma, encontramos que el señor Juan Sebastián “era gordito y con peluca, / indispensable como el pan / y cascarrabias a menudo, / el señor Juan Sebastián”.
En otro momento, Walsh sugiere el horror de la tortura: “Mañana se lo llevan preso / a un coronel / por pinchar a la mermelada / con un alfiler; / yo no sé por qué” ( Canción para tomar el té ).
Habitante de los escenarios del mundo, escritora de la perenne infancia, podríamos despedirla con los versos que ella creó: “Porque me duele si me quedo, / pero me muero si me voy, / por todo y a pesar de todo, mi amor, / yo quiero vivir en vos”.
ENTRE LOS LIBROS DEL AUTOR ESTÁN ‘QUEREMOS JUGAR’, ‘PEDRO Y SU TEATRINO MARAVILLOSO’, ‘ESCUELA DE HECHICERÍA’, ‘EL LIBRO DE LA NAVIDAD’, ‘LA MUJER QUE SE SABÍA TODOS LOS CUENTOS’ Y ‘PAPÁ ES UN CAMPEÓN’.