Hace un par de días, para terminar el ciclo navideño, se celebró la fiesta de los Reyes Magos: Melchor, Gaspar y Baltasar (Baltasar con s , no el Balta z ar que con mucha frecuencia vemos escrito en todas partes). Estos nombres son de origen sirio o persa y significan, respectivamente, “rey de la luz”, “administrador del tesoro” y “protegido por Dios”.
Referido a los Reyes Magos, un buen estudio linguístico tendría mucho que decir. El DRAE establece que mago se dice de una persona versada en la magia o que la practica. Y magia es el arte o ciencia oculta con que se pretende producir, valiéndose de ciertos actos o palabras, o con la intervención de seres imaginables, resultados contrarios a las leyes naturales.
Sin embargo, hay que contextualizar el término mago en su época, que se decía, más bien, de sabios o astrólogos, cuyo origen podría ser babilónico o caldeo, aunque también hay quien los identifica con sacerdotes de alguna religión primitiva, que se encontraban a la espera del llamado Mesías.
Y, seguro, no eran reyes como monarcas o soberanos de un reino, sino en su condición de personajes distinguidos.
La narración evangélica no menciona el número de Magos. Varios Padres hablan de tres Magos; en realidad se hallan influenciados por el número de regalos, aunque en Oriente, la tradición habla de doce obsequios.
Los Magos adoraron al Niño Dios y le ofrecieron oro, incienso y mirra (según el DRAE, “mirra líquida, licor gomoso y oloroso que sale de los árboles nuevos que producen la mirra ordinaria. Los antiguos la tenían por un bálsamo muy precioso”).
Dar regalos obedecía a una costumbre oriental. La intención del oro es clara: el Niño era pobre. No conocemos la intención de los otros regalos., aunque los Padres han encontrado numerosos y variados significados simbólicos en los tres regalos.
Pero todos esos detalles no tienen mayor importancia. Hace un par de noches, muchos niños, en muchos lugares del mundo, sintieron latir la emoción de los sueños felices.