Durante la segunda mitad de los años sesenta, el cineasta argentino Fernando Solanas dirigió uno de los filmes más emblemáticos de la historia latinoamericana: La hora de los hornos (1968). Este título incendiario fue acompañado por aquellos años de una frase tan explicativa como beligerante: Notas y testimonios sobre el neocolonialismo, la violencia y la liberación .
Cuatro décadas después, Solanas concluyó la faena y gestó una suerte de trilogía con dos filmes de clara voluntad pedagógica y ánimos encendidos, en concordancia con los intereses y las penurias de las clases populares latinoamericanas: Memoria del saqueo (2004) y La dignidad de los nadies (2006).
Una premisa ideológica similar parece haber inspirado el guión de También la lluvia (2010), crónica encendida y escindida, entre el documento histórico y la ficción autorreferencial, escrita por el escocés Paul Laverty y filmada por la actriz y directora española Icíar Bollaín.
Simultáneamente, También la lluvia es un homenaje a las paradojas del oficio cinematográfico y un ajuste de cuentas con su dimensión más perversa. Además, es un ejercicio reflexivo que saca a la superficie las grotescas similitudes entre el colonialismo ibérico de finales del siglo XV y la voracidad inescrupulosa de algunas compañías transnacionales de inicios del siglo XXI.
En busca del agua. El relato de También la lluvia ubica al espectador en el año 2000, al lado de un grupo de cineastas españoles que viaja a Bolivia con la intención de rodar una película sobre la conquista del nuevo mundo.
Esa premisa argumental permite la desmitificación del personaje de Cristóbal Colón, representado en el filme como un esclavista inmisericorde, ubicado en las antípodas del objetor de conciencia fray Bartolomé de las Casas.
El juego de antagonismos y simetrías se evidencia desde los primeros minutos del filme. La ficción dentro de la ficción se vuelve traslúcida y reveladora de esa nave de los locos que llamamos rodaje, y adquiere, poco a poco, una doble dimensión.
Por una parte, traza el camino hacia la película deseada por un director joven e idealista, que confía en el cine como fuente de arte y reflexión. Por otra, conduce el viaje hacia el reconocimiento de las injusticias sociales motivadas por la avaricia de siempre.
Así, tal como ocurre en las principales cosmogonías precolombinas, pasado y presente se funden en una película vigente y vehemente. Conforme se desarrolla la “guerra del agua” en la comunidad boliviana de Cochabamba –un acontecimiento verídico, cargado de violencia callejeras contra un codicioso, y aún más violento, proceso de privatización– el rodaje de la película dentro de la película se convierte en la puesta en escena del oportunismo y la explotación.
También la lluvia se ubica en las coordenadas del llamado cine de compromiso social que practican directores como Costa-Gavras y Robert Guédiguian.
No es casual que Paul Laverty, guionista del filme, sea el responsable de la escritura de algunas películas representativas de esta cinematografía, tales como La canción de Carla (1996), Mi nombre es Joe (1998), Dulces dieciséis (2002) y El viento que agita la cebada (2006), dirigidas por el inglés Ken Loach.
De acuerdo con estos antecedentes, no es sorpresivo que Laverty hilvane las acciones de También la lluvia en torno de un dilema ético: la disyuntiva que se le presenta a los protagonistas entre abandonar el rodaje ante la fuerza y lo sorpresivo de las manifestaciones o luchar por la realización de una película que incluso podría dar cuenta, en clave metafórica, de esa lucha intensa e interminable.
De conquistadores conquistados. A partir del diario de fray Ginés de Carvajal, el cineasta alemán Werner Herzog filmó Aguirre, la ira de Dios (1972): la enloquecida epopeya de un grupo de soldados que, bajo el mandato del vasco Lope de Aguirre, emprendió la búsqueda del mítico El Dorado a través de la inhóspita selva amazónica.
Algunos años después, el español Carlos Saura retomó las andanzas de Lope de Aguirre en su ambiciosa y fallida El Dorado (1988), filmada en Costa Rica.
Luego llegó el turno del mexicano Nicolás Echevarría, quien filmó su memorable Cabeza de Vaca (1991) a partir de los relatos autobiográficos reunidos bajo el título de Naufragios , escritos por el conquistador español Álvar Núñez.
El tono elegido por Echevarría es, oportunamente, onírico. El filme acompaña el viaje alucinante del náufrago español que es aprisionado por una tribu indígena en las costas de la actual Florida y llega a apreciar, y a defender, las costumbres y creencias de sus captores.
En También la lluvia , la dupla formada por Laverty y Bollaín ensaya una nueva variante del tema en la que el onirismo y la alucinación dan paso al distanciamiento reflexivo y al juego de contrastes y simetrías entre tiempos, personajes y propósitos.
De esta manera, el filme evade un panfleto realista y demasiado evidente conforme ensaya una declaración de principios en favor de quienes no son escuchados y sobreviven con dificultad en un mundo regido por los intereses económicos. En este contexto, tal como anunciara hace más de un siglo el gaucho Martín Fierro, son “campanas de palo las razones de los pobres”.
A pesar del retrato esquemático de algunos de sus personajes, También la lluvia forma parte de ese cine valioso que se aventura a pensar la propia historia y a proponer un debate en torno suyo. Esto, en un contexto como el costarricense, en el que la memoria colectiva es un bien dolorosamente escaso y los recursos naturales son algunas veces negociables, por unos dólares más, no es poco.
‘TAMBIÉN LA LLUVIA’ SE PROYECTARÁ, COMO PARTE DEL FESTIVAL DE CINE EUROPEO EN EL CINE MAGALY MAÑANA, lunes, EN FUNCIONES DE 4 Y 7 P. M.