Un popular monstruo del cine japonés viene nuevamente a estimular el miedo colectivo que, en los cines, es expresión del horror a lo desconocido. Hollywood sabe jugar muy bien con estos temores generacionales y esgrime el cine de desastres como el punto donde los espectadores se complacen, paradójicamente, con sus propias fobias.
He ahí el sentido de un filme como Godzilla; he ahí la comprensión del fenómeno de taquilla en que ha venido a convertirse dicha película.
Además, Godzilla azuza el arte de la evocación y recuerda aquellas viejas sesiones de monstruos que para el cine fueron un gran momento allá por los años 50 y 60, cuando Godzilla (o Gojira), Rodán y King Kong personificaron la tensión dramática del género.
Por supuesto, la actitud del realizador Roland Emmerich (junto a su guionista Dean Devlin) es poco ingenua y recupera ahora un monstruo clásico para incorporarlo, con instinto comercial, en la tendencia revitalizada del cine de catástrofes y dentro de la dinomanía surgida a partir del Parque Jurásico de Steven Spielberg.
El Godzilla clásico
Godzilla fue creación, en 1954, del japonés Inoshiro Honda, sujeto profundamente impresionado por los horrores de la destrucción nuclear que sufrió Japón de manos de los Estados Unidos en la última gran guerra, sobre todo cuando Honda visitó Hiroshima. Lo sucedido no solo era una vergüenza para la humanidad, sino que era expresión material del horror: la destrucción nuclear era el sinónimo del terror, por lo que Honda creó un personaje que reflejara la pesadilla atómica.
Así nació Godzilla, especie de dinosaurio gigante con aliento radioactivo, inicio de una serie de películas a partir del éxito primero: Godzilla, rey de los monstruos (1954); como dijo alguien: manual perfecto para conocer la mitología del personaje.
Ese fue apenas el comienzo de una saga de filmes con monstruo a bordo, a veces demasiado elementales, tal vez funcionales, siempre eficaces en sus pretensiones significantes para un cine de segunda calidad, aunque taquillero en su camino apocalíptico.
El nuevo Godzilla
Justo cuando Roland Emmerich y Dan Devlin querían hacer una película que superara el éxito comercial de Día de la independencia, el último filme de ambos, se enteraron de que Steven Spielberg y Jan de Bont renunciaron a su intento por revivir al monstruo clásico japonés, Godzilla. Así, Emmerich y Devlin viajaron a Tokio con un nuevo proyecto godzillesco, suficiente para convencer a la poderosa empresa Toho, propietaria de los derechos de Godzilla, que aceptó el nuevo lanzamiento del monstruo, refrito cercano a un tiranosaurio más grande que el de Parque Jurásico.
Eso sí, en esta nueva versión se mantiene el papel decisivo de la radiación atómica, generadora aquí del monstruo, solo que este ahora se va derechito a Nueva York, esa ciudad que parece sufrir todas las catástrofes que en Hollywood se les ocurra filmar, efectos especiales incluidos.