Parece que Nancy estuviese por llegar. Quizá haya habido un leve movimiento en una silla, y tal vez un periódico esté en otra parte, pero todo lo demás sigue en su sitio. En este condominio sin lujos, la casa es sencilla y breve.
“Mi mamá hizo este adorno”, dice Giancarlo, de 13 años, y señala la imagen de un portal de una casa campesina, arcilla pintada que alegra una pared.
En un estante aparece la miniatura de una iglesia traída desde Ayacucho, en Perú. Si las cosas hablan, cuentan la suma de destinos que fue –y aún es– la familia que crearon Nancy Chaverri Jiménez y Javier Lúcar Muñoz.
Todo parece en su sitio, pero Nancy ya no vendrá: la asesinó uno de sus alumnos. Le disparó un balazo el 1.° de julio, que la dejó en coma; la muerte le sobrevino el 11 de ese mes. El asesino fue condenado a 15 años de cárcel.
“Nancy había nacido el 1.° de diciembre de 1960, y conversábamos sobre cómo celebrar sus 50 años”, revela Javier Lúcar con su acento de peruano que llegó hace 23 años para sorprenderse del tercer océano de Costa Rica –las lluvias-–, que aterra a quien sale de Lima, donde nunca llueve.
Sobre una mesa pueden verse fotos de la directora cuando, con su familia, pasó parte de su infancia en Nueva Orleans, Estados Unidos. Ese cambio de país le obsequió el dominio del idioma inglés, condición que la ayudaría como maestra de colegio.
La religión siempre acompañó su vida. En su adolescencia, Nancy ingresó en el movimiento católico Encuentros de Promoción Juvenil, casi al mismo tiempo que Javier, en Lima.
Nancy se graduó luego en ingeniería industrial, y Javier en comunicación y publicidad. En 1987, aquel movimiento de laicos religiosos convocó a una reunión en Costa Rica, y Lúcar vino como delegado del Perú. “Me gustó Costa Rica, y decidí quedarme”, explica, y el metal de su voz vibra golpeado por los recuerdos.
“Tiempo después me encontré con Nancy, y comprendimos que éramos el uno para el otro”, relata. Se casaron, tuvieron dos hijos: Luis Diego y Giancarlo.
Nancy Chaverri dictó clases de matemáticas en el Colegio Lincoln, y sus alumnos de entonces aún recuerdan a
“Su pasión por la vida y su amor por el prójimo la convertían en un ser ejemplar. Siempre se esmeró por ser ese apoyo para los momentos de flaqueza y un aliento de inspiración para esos momentos de alegría. Como docente fue rigurosa pero comprensiva.”, recuerda Gerardo de Vega, exalumno del Colegio Lincoln, en la promoción de 1991.
Luego trabajaría en otros colegios. Sobre una mesa, las fotos siguen hablando quietamente y recuerdan los paseos al campo y la playa.
Nancy Chaverri dirigió el Colegio Montebello –donde se perpetró el asesinato– entre agosto del 2009 y julio del 2010. Trató de reorganizar el área pedagógica y mejorar el nivel académico.
Familiares y amigos apoyaron a la familia ante la tragedia. “Para todos tengo una palabra: ‘Gracias’”, expresa Javier Lúcar. ¿Oraciones? “Desde los sitios más increíbles. Un sacerdote amigo me llamó para decirme que en ese momento rezaba por Nancy frente a la tumba de San Pedro, en Roma”, recuerda.
En diciembre, Luis Diego, de 22 años, concluirá sus estudios de administración de empresas; el menor, Giancarlo, ha terminado la escuela. “Ambos han crecido en madurez: diez años en unos meses”, afirma su padre.
La camiseta morada de Giancarlo confiesa cierta afición al futbol.
“Me gustaría ser ingeniero”, dice. Se emociona, pero la calma habla por él. Javier Lúcar interviene: “Una de las cosas que Nancy nos diría ahora es: “Sigan adelante”, y este deseo se refleja en mis hijos”.
“Nos dijimos una frase el mismo día en que dispararon a Nancy: “Esto lo vamos a sufrir y a superar juntos. Aunque nos falte nuestra mamá y nuestra esposa, lucharemos un día a la vez. No es que cada día sea más fácil: cada día es menos difícil. ¿Que hemos llorado?¡Montones! No me avergüenza decirlo”, asegura Javier.
Sobre una mesa se ve una estatuilla dorada. “Es el Óscar a la mejor esposa que le regalé a Nancy en nuestro primer aniversario de bodas”, añade.
Fuera, la tarde es diáfana, y pasa una sola nube para avisar que –a diferencia de Nancy, quien no se ha ido– la lluvia se ha retrasado, que vendrá otro día.