Se acercan tiempos de vacas flacas y las campanas repican austeridad. Se previene sobre menos exportaciones, inversión y turismo. Para todo habrá menos recursos.
Debemos cuidar el cinco y ordenar las prioridades. Ya nos pasó antes, pero entonces, para ahorrar, hipotecamos el futuro. No hagamos eso hoy.
El Gobierno anunció inversiones anticíclicas en educación e infraestructura. ¿Y la investigación científica? Nadie la mencionó, pero nada sería menos aconsejable que ponerle freno. Las crisis pasan, pero las generaciones arrastran las consecuencias de ahorros equivocados. “País boutique”, al decir de Lizette Brenes, vicerrectora de Investigación de la UNED, jamás seremos pioneros del desarrollo si seguimos por debajo de la media latinoamericana de inversión en I+D (investigación + desarrollo). La innovación necesita esfuerzo constante y creciente para implantar la centralidad de la ciencia en la economía.
En el alma nacional hay un paradigma que todavía no echa raíces. Pacíficos, estables, democráticos y con más abogados que soldados, más leguleyos que productivos, el relato de nuestro imaginario colectivo necesita renovar su imagen. Celebramos a Juan Santamaría, pero no a Clorito Picado. Arquetipo nacional anacrónico. Nuestros excelentes índices de desarrollo humano y educativo tienen pies de barro. En la sociedad del conocimiento, no logramos traducir los avances sociales en innovación y productividad. “La ciencia y la tecnología –dice don Eduardo Sibaja, director del Cenat– no está interiorizada en el ADN nacional. La retórica no se ha acompañado con la inversión necesaria para que celebremos, como nación desarrollada, 200 años de vida independiente”.
Veinticinco años de apertura comercial dejan un sector productivo diversificado y exportaciones de manufactura con la mayor proporción (45%) de productos de alta tecnología del mundo (BID, 2010). Pero ocho países de la región tienen, en su producción industrial, mayor proporción de valor agregado de alta y media tecnología. México tiene el 45%, nosotros apenas el 21%. La inversión de multinacionales de alta tecnología no cala en nuestra industria como podría, ni nos transforma todavía, como debiera. Eso es grave y peligroso.
Inversión en I+D. ¿Cuál es la razón de nuestra sinrazón? Pagamos un pasado de erráticas prioridades de ahorro. El lento crecimiento de nuestras inversiones en I+D viene de muy lejos. No se puede invertir más allá de lo que permiten las capacidades institucionales y humanas instaladas, que nos dejó un pasado de indolencia. La escasa inversión de antaño determina la baja productividad investigativa del presente. Lo que un país puede invertir en I+D no depende solo de capacidades presupuestarias actuales, sino de su acumulación sistémica en el tiempo. Sin un volumen considerable de científicos, no hay manera de invertir con productividad innovadora. Sin investigadores no existe investigación; sin ella se paraliza la innovación.
La calidad del producto investigativo está directamente ligada al recurso humano, que, a su vez, demanda años previos de estímulo educativo y entorno nacional propicio. Los investigadores son las aves que más fácilmente levantan el vuelo. Para conservarlos, se requieren instalaciones, equipo, presupuesto, vinculación empresarial y un sistema de seguridad de vida, porque pocos intelectuales soportan vivir en la inseguridad de interinatos “ad-perpetuum”.
En Costa Rica, la inversión en I+D ronda apenas el 0,4% del PIB y se aglutina en un esfuerzo acumulado en las universidades públicas, que concentran casi la mitad de ese empeño. Estamos pagando ahora las restricciones educativas de los 80, que nos dejaron una generación perdida y la triste secuela de baja calidad educativa de la secundaria pública, solo un 24% de jóvenes en educación superior, con la limitante de que apenas el 13% de la matrícula es en ingenierías o en ciencias. Ese es el panorama de nuestra debilidad estructural.
Hace 40 años, comenzamos a construir un andamiaje institucional de promoción de la ciencia y la tecnología. Teníamos entonces el mismo ingreso per cápita de Corea del Sur, que inició ese proceso al mismo tiempo que nosotros, pero con diferente fuerza de convicción. Confrontados con la crisis de los 80, nosotros frenamos la inversión educativa. Corea, en cambio, puso el pie en el acelerador. Corea dedica ahora el 3,5% de su PIB a I+D. La empresa privada responde ahí por el 70% en I+D, pero una sostenida inversión pública beneficia a más del 30% de su parque empresarial.
Nuestra empresa privada es reacia, en cambio, a invertir en I+D. Aspiramos apenas, en los próximos 10 años, al 1% del PIB y a esa pequeña inversión se agrega que nuestra productividad científica es todavía menor al 50% de lo esperado.
¿Tentación o necesidad? Es asunto de convicciones y de visión. Hemos superado la desarticulación de sinnúmero de instituciones. “Estrategia Siglo XXI” señaló el derrotero. El breve pasaje de doña Clotilde Fonseca por el MICIT dejó importante fruto y el país cuenta ahora con mapa de ruta. Pero bastaría un freno presupuestario inapropiado para descarrilar el tren innovativo, único que conduce al desarrollo en la sociedad del conocimiento.
El FEES fue negociado con la mira puesta en el desarrollo de parques tecnológicos, laboratorios, becas para investigadores y pertinencia con la producción. Doña Laura tomó entonces una opción valiente en medio de la crisis. Ahora esa amenaza se alarga y se recrudece, el fisco se estremece y cortar el flujo de recursos a la investigación parecería lo más lógico.
¡No nos dejemos caer en esa tentación!