Nada más extraño que el llanto de alguien “rescatado” y el baile de alegría en sus “salvadores”. ¿Rescate a Grecia? No, señor, ¡rescate a los bancos europeos! Por eso mismo bailan. ¿Y quiénes los rescatan? Los hombres, las mujeres, los niños, los enfermos, los ancianos griegos. Por eso lloran. En la historia de los eufemismos, esa afición internacional a llamar las cosas feas con nombres suaves, el “rescate de Grecia” pasará a la antología de los cuentos chinos.
Para encontrar sentido detrás de las palabras, comencemos por entender que la crisis griega es, en realidad, una crisis de la Unión Europea y más específicamente de la banca francesa y alemana. Así es consignado por el Banco de Pagos Internacionales (BIS), quien señala que la banca europea es dueña de un 93,5% de toda la deuda externa helénica. El bocado del león lo comparten los bancos de Francia y Alemania, con el 60% de toda la deuda griega. No en vano el “rescate” a Grecia no se decidió por medio de las instancias democráticas previstas, acudiendo al Consejo Europeo, sino en varios “tête-à-tête” entre Merkel y Sarkozy.
¿A quién rescataban? El dinero de “ayuda” llegará a Grecia para volver a las arcas de los bancos alemanes y franceses. Y los contribuyentes de esos países verán también sacrificados sus mismos programas sociales, pero su banca atendida. Las líneas escondidas en el silencio no nos cuentan lo que pasaría de inmediato si Grecia se declarara insolvente y entrara en moratoria de pagos. Con semejante grado de exposición, si se produjera un default en Atenas, los bancos, sobre todo de Francia y Alemania tendrían que soportar pérdidas imposibles de absorber. Eso afectaría el valor de todos los activos financieros de la Unión Europea, con el choque que ello habría supuesto para todos los mercados del mundo. Y nadie asegura que el peligro ya pasó. La espada de Damocles pende aún sobre todas nuestras cabezas.
El 30 de junio, el Parlamento griego aprobó medidas draconianas de recortes, impuestos y ventas de activos nacionales. Las calles de Atenas ardían, los políticos europeos respiraban. El Euro se salvó a costillas de los griegos. En medio de la euforia de la banca europea, la población griega se aprestaba a un crujir de dientes. Las medidas presentan un escenario dantesco: fusión de aulas y escuelas, duplicando el número de alumnos por área de enseñanza. Fusión de hospitales, acumulando pacientes en ambientes hacinados. Recorte de medicamentos distribuidos a cargo de la seguridad social. Aumento de los costos de matrícula de las universidades. Ahora, por cada compra se paga el 23% de impuesto, se rebajan hasta el 20% los salarios estatales, se lanzan al desempleo 150.000 empleados públicos. ¡Y a vender todo, se ha dicho! Pasan a la venta, al mejor postor, los servicios de agua, puertos, aeropuertos, autopistas, bancos, y hasta la lotería. Se eliminan las inversiones sociales y productivas del Estado. El desempleo que ya en diciembre llegaba al 34% en los jóvenes, ahora solo puede aumentar porque la producción disminuirá un 3% este año. Amarga receta griega para la cura del euro.
Esta gruesa píldora tendrá que pasar también por las gargantas de España, Irlanda, Portugal y ahora se anuncia que también Italia. Si estos países no estuvieran amarrados al Euro, podrían devaluar su moneda, haciendo más competitivas sus exportaciones y, en última instancia, declararse en quiebra.
Ese camino ya lo conoce México que interrumpió pagos abiertamente en 1982 y veladamente en 1995. Sobran quienes recuerdan y comparan a Grecia con el corralito argentino del 2001. Esos países latinoamericanos tuvieron que tomar medidas austeras, pero jamás en la medida que se obliga ahora a Grecia a hipotecar su futuro.
Su soberanía está restringida por pertenecer a la zona del euro, lugar donde se puede entrar, pero no salir. Está construida así.
México y Argentina salieron de su crisis con una capacidad de inversión social fortalecida y tuvieron como resultado un sector productivo más competitivo. Costa Rica fue el país más endeudado per cápita del mundo en los 80 y aún lloramos la generación perdida por insensata falta de inversión social. Y eso que nuestros acreedores jamás llegaron al grado de inclemencia que ahora se tiene con Grecia. Así lo prueban el ICE, los seguros y los Bancos, todavía estatales, más fuertes que nunca y la lotería, para no hablar de Acueductos y Alcantarillados, que acaba de cumplir 50 gloriosos añitos.
¡Que pague! Grecia, en cambio está amarrada a cortar todas sus inversiones, a privatizar todos sus activos. Lo único que interesa es que pague y lo más triste es que con todo y sacrificios no es seguro que pueda. Plazos de sus deudas van a ir venciendo a un promedio de 31.000 millones de euros, año con año, para dispararse al doble en 2015. Cada vez se volverá a examinar si nuevos sacrificios son necesarios. Mientras tanto, la necesidad de liquidez de las finanzas europeas exigen que su banco central tenga que aceptar como garantía de encaje legal “activos” de la deuda griega. ¿Qué pasaría si los sacrificios actuales no fueran suficientes? No se puede sacar más sangre de esa piedra. Solo falta vender el Partenón.
¿Quién puede tener así patriotismo europeo? “Nosotros no estamos en contra del sistema” –dijo un joven griego y lo podría también decir un alemán –, “es el sistema el que está en contra de nosotros”.