¡No me ayudes, compadre!

No se puede sacar en Grecia más sangre de esa piedra. Solo falta vender el Partenón

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Nada más extraño que el llanto de alguien “rescatado” y el baile de alegría en sus “salvadores”. ¿Rescate a Grecia? No, señor, ¡rescate a los bancos europeos! Por eso mismo bailan. ¿Y quiénes los rescatan? Los hombres, las mujeres, los niños, los enfermos, los ancianos griegos. Por eso lloran. En la historia de los eufemismos, esa afición internacional a llamar las cosas feas con nombres suaves, el “rescate de Grecia” pasará a la antología de los cuentos chinos.








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